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Las rachas de Anna Vandeputte 

La artista belga Anna Vandeputte (1925-2013), afincada en la isla desde 1954, confesó en cierta ocasión que “pintaba por rachas”. Y ahora su hija, Mariana Rodríguez Vandeputte, ha logrado reunir una buena parte de su producción para brindar en su espacioso ático, ubicado en las proximidades de San Borondón, en la que pretendía ser ciudad jardín del Puerto de la Cruz, y evocar la creatividad de una autora de gran valía influenciada por los impresionistas franceses y los primitivos flamencos.

Nacida en Roeselare (Flandes occidental, Bélgica), estudió en la Real Academia de Bellas Artes de esta localidad, donde recibió medalla con sobresaliente al finalizar sus cursos. Amplió estudios con profesores de la Academia de Amberes y viajó a distintos continentes y varios países de los que plasmó paisajes y motivos diversos. Antes de fijar su residencia en Tenerife, estudió en la Academia de Sevilla, donde aprendió la técnica de los primitivos flamencos: pintar sobre tabla al temple y óleo. Retrató a la actual reina emérita y a su hijo, el entonces príncipe Felipe, actual monarca español.

Su obra está repartida principalmente en colecciones privadas y centros y galerías de Holanda, Suiza, Francia, Reino Unido y otros países europeos y africanos, además del Rockefeller Center de Nueva York. En Canarias también ha colgado en museos, hoteles y distintos establecimientos.

De Vandeputte han escrito, por ejemplo, Joaquín Castro San Luis, para quien la pintora “es una clásica, una recuperadora y mantenedora de la gran pintura del pasado”. Por eso, su arte es emocional, “responde a sensaciones y vibraciones marcadas por un acento suavemente poético. Es una pintora de entrega vivencial que alcanza cualidades sorprendentes”. Y condensa: “Revela un profundo afán por causar en el espectador un efecto armónico, sabio y refinado”.

También ha glosado sus cuadros José Luis Díaz Ruiz, quien afirma: “Los retratos son de forma realista sin perder de vista nunca la composición ni la armonía, bien adquiridas desde su formación académica. Logra captar en los rostros no solo los rasgos físicos, sino que penetra en el interior para extraer imágenes que expresan bien reflexión, ausencia o ensimismamiento. Rostros vivos”.

Las muñecas, los juguetes, las caras, la paisajística rural y urbana y los bodegones que plasmó Anna Vandeputte son una espléndida colección en la que no faltan lienzos que se acercan al hiperrealismo que desarrolla con la técnica de témpera al huevo, mezclada con óleo sobra tabla, con resultados brillantes de una fecunda policromía, siempre dignos de admiración.

Pintaba por rachas, vale, pero siempre dejó huella, pues era autoexigente y dimensionó los géneros pictóricos a su manera. Una artista para admirar en cualquier momento.

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