Es la más bella de Santa Cruz; una elegante dama blanca de porte romántico. Sin lugar a dudas, es la fuente más hermosa y artística de cuantas adornan los espacios públicos de la capital tinerfeña. La fontana de la plaza de Weyler es una joya monumental que lleva 125 años embelleciendo el rincón más céntrico de Santa Cruz, el mismo corazón de la ciudad de la que ella ya es uno de los símbolos más estéticos y evocadores.
El Ayuntamiento de Santa Cruz acaba de terminar la restauració de la fuente escultórica de la emblemática plaza Weyler, así como los cuatro macetones que se encuentran a su alrededor. Un proyecto dirigido por la Fundación General de la Universidad de La Laguna, que ha contado con una inversión de 55.500,25 euros, y que ha incluido la instalación de fontanería, electricidad, iluminación y mejora de la estanqueidad del vaso de mármol, de estilo neoclásico, que data de 1899, y que está declarada Bien de Interés Cultural al estar incluida en la delimitación del Conjunto Histórico de Barrio de Los Hoteles-Pino de Oro.
“Se ha hecho una limpieza química para eliminar los depósitos de la superficie de la fuente, se han resuelto las filtraciones, grietas y fracturas de reposiciones anteriores, se ha impermeabilizado el vaso, se ha aplicado material hidrofugante para repeler el agua, y además, se ha renovado la instalación de filtros e instalaciones”, explicó Antonio J. Sánchez Fernández, conservador-restaurador, quien junto con el arquitecto José Yeray Santos Santana se encargó del proyecto. Las empresas Imesapi SA y Cúrcuma ejecutaron los trabajos de rehabilitación de la fuente.
El murmullo fresco del surtidor centenario, que ahora ha recuperado su original juego de agua en cascada, apenas se oye hoy en día, apagado por el fragor circulatorio alrededor del centro neurálgico donde permanece plantada, escoltada por una guardia de corpulentos laureles de Indias que la protegen y la esconden, como a una tímida princesa blanca. La plaza de Weyler es en la actualidad el centro del centro de la capital, aunque en su origen era un polvoriento descampado en el extrarradio de Santa Cruz. Justo en medio, la fuente genovesa preside hoy el estratégico y bullicioso recinto público que sirve de antesala elegante al palacio de Capitanía General.
La historia de este rincón santacrucero y de su fuente monumental es más que centenaria y digna de recordarse. Sobre el origen de la fontana, que cumple 125 años en este 2024, el excronista de la capital tinerfeña Luis Cola Benítez escribió el siguiente relato en su libro Sed, la odisea del agua en Santa Cruz de Tenerife: “En la plaza Weyler existía un estanque que, según el Diario de Tenerife, era “una raquítica y poco estética peña”, cuando los ediles Luis Candellot e Isidro Miranda propusieron la adquisición de una nueva fuente de mármol, y la Corporación autorizó al alcalde Ildefonso Cruz para que, en unión de la comisión de Paseos Públicos, procediera a su compra”.
Esto ocurría en 1891, pero hasta ocho años más tarde, cuando ya era alcalde Pedro Schwartz, no llegó a Santa Cruz la fuente de Génova, acompañada por un técnico para el montaje. Desembarcó en la Isla el 10 de junio de 1899 a bordo del buque italiano Mateo Bruzzo. En diciembre ya estaba instalada en medio de la plaza, pero no se inauguró oficialmente hasta 1900. Era la guinda, el remate decorativo que faltaba para completar un espacio público sin duda emblemático de la capital tinerfeña.
Obra de Canessa
La artística fuente de Weyler es de mármol blanco de Carrara, con características neorrenacentistas. El cuerpo central, que mide 5,8 metros de altura, tiene forma piramidal y está rematado por las estatuas de dos niños que sostienen una guirnalda de flores.En el piso central, cuatro niños, cada uno en una esquina, sujetan cada uno de ellos un delfín que echa agua por la boca y que cae en las conchas situadas en la parte inferior. Aunque la fuente se instaló en 1899, en 1958 se completó el conjunto arquitectónico con cuatro grandes jarrones de mármol de Carrara.
La parte escultórica de la fuente fue obra del artista italiano Achille Canessa y había sido encargada a Génova a la casa Francisco Franchini y Cia, por valor de 11.380 liras, de cuyo importe se pagaron por suscripción popular 6.478 liras. Era un montante muy considerable para la época y causó grandes problemas al exiguo erario municipal. Cuenta el cronista Luis Cola que, para saldar la deuda pendiente de 5.000 liras, el Ayuntamiento recurrió a la venta de la madera de los barracones que se habían instalado en la Plaza de Toros para acoger tropas repatriadas de Cuba, aparte de nuevas rifas y aportaciones particulares. “Así se escribe la historia de la más hermosa fuente de la ciudad”, subrayó Cola en una de sus publicaciones. Hoy sigue siendo un símbolo querido y cuidado. La fuente de Weyler luce espléndida en su 120º aniversario. Fue restaurada por el Ayuntamiento en 2009, siguiendo un proyecto del arquitecto Alejandro Beautell, quien la definió como “un monumento histórico, heredero de la mejor tradición romántica italiana, con un alto valor artístico”.
El trabajo consistió en una limpieza general con el sistema de chorro de arena y la eliminación de óxido, bacterias, manchas, hongos y algas del mármol, muy castigado especialmente por la polución del tráfico y la proliferación de palomas y el efecto negativo de sus excrementos. El proyecto incluyó la sustitución de las conducciones de agua, la dotación de dos nuevas bombas de impulsión y la mejora de la instalación eléctrica. Esta actuación del Ayuntamiento sirvió para rejuvenecer la fuente centenaria que, ahora, en 2024, con esta nueva actuación del Ayuntamiento, recupera todo su esplendor original.
Una plaza nacida “de la nada”
Tal y como escribió Luis Cola Benítez, “puede decirse que la plaza Weyler nació de la nada, pues no resultó como consecuencia de las edificaciones que la contornearon, sino que, al contrario, las edificaciones se adaptaron a aquel espacio. Hasta finales del siglo XVIII nada había por aquellos alrededores, a no ser alguna construcción aislada (…)”. El paraje continuó siendo auténtico extrarradio, hasta el punto de que en 1852 el Ayuntamiento señaló aquel lugar como parada y descanso de caballerías y carruajes, para que no entraran entorpeciendo el tránsito en la población.
Los alrededores eran eriales y descampados. Hacia 1875 los militares aceptaron que, en el terraplén que usaban como campo militar, se plantaran algunos árboles, siempre que el municipio corriera con los gastos de mantenimiento. Por fin se hizo realidad el viejo proyecto de prolongar la calle del Castillo hasta la incipiente plaza. Cuatro años después, el capitán general Valeriano Weyler ordenó el derribo del hospital militar para construir el palacio de Capitanía General y el Ayuntamiento acordó poner su nombre a la plaza. El primer diseño de la plaza de Weyler lo realizó Vicente Alonso de Armiño, aunque ha sido muy transformado a lo largo del tiempo. Al final ha quedado como un recinto abierto, como plaza de paso, más que como espacio de recreo. Ya lo escribió el historiador Alejandro Cioranescu: “La de Weyler ha sido siempre una plaza más orientada al tránsito que al descanso, a diferencia de la plaza del Príncipe”. Una joya.