La conciencia cívica, de gente sociable, que respetaba al otro para convivir, como el logro de una sociedad avanzada, ha perdido su hegemonía, y otras maneras, de perfil bronco y desaliñado, se imponen bajo cierto periodismo de consumo en la esfera digital. A su vez, la política es una faceta ya irreconocible, de la mano de una hornada de líderes y partidos contra todo pronóstico.
Todo va deprisa. El civismo hoy nos parece algo cándido, sensato y antiguo, herencia de la Revolución francesa, algo de lo que alardear como el quid de la tolerancia, que ha quedado también anacrónica en la actualidad. Hablo de hace tan poco tiempo que me refiero casi a antes de ayer. Y da miedo.Teníamos a gala el civismo, que nos protegía de los demagogos. ¡Qué inocentes éramos usando esta palabra! ¿A quién se le ocurriría ahora siquiera mencionarla? Porque todo el magma está hecho de demagogia, tras la erupción que sepultó los principios angelicales.
En Reino Unido, un puñado de nombres de cierta gentuza, muy influyentes en las redes sociales, han inyectado un infundio sobre el crimen de las tres niñas acusando a un sirio (el autor en la vida real es un joven nacido en Gales), y el país (que recién gobierna un laborista, Keir Starmer, tras derrotar a los eternos gobiernos conservadores) ha vivido días de revueltas ultras antiinmigración. El guion perfecto de las nuevas conjuras, entre cuyos paladines descuella el todopoderoso Elon Musk.
¿Qué dijo el dueño de X? Que los ingleses habían comenzado una “guerra civil inevitable”. Estos minotauros ungidos son los amos del laberinto. En sus mentes y bolsillos ultramillonarios nace una teología de barrizal al servicio de la ultraderecha.
Informar o desinformar. Esa es la cuestión. Y el de Tesla, la primera fortuna del globo, va y compra Twitter para crear un trasmundo. La desinformación va ganando el relato por goleada. Retomemos el lenguaje añorante. La Transición y sus valores pasarán a mejor vida. Se ríen en tu cara si sacas estos precedentes como galones añejos de una generación. Te chotean por vintage.
Tras la dictadura, con su censura y represión y su monopolio informativo (El Parte, de RNE), la democracia trajo consigo la libertad de expresión y el pluralismo. Ahora, los más nostálgicos se empeñan en hacer el viaje de regreso. El 23J, esa bala pasó rozando.
La derecha ya mutó, pero el romántico rescoldo de izquierda (llámenlo progresista o woke y verán la cara que ponen en la bancada retro) tiene pendiente su propia metamorfosis. La derecha la hizo, se encamó con Milei, Le Pen o Trump, y hace el amor con las masas prometiéndoles libertad. De modo que le ha robado la cartera a la izquierda.
O esta espabila, practica la introspección, muda las plumas y se mete en faena, o entre Elon Musk y sus chiquilicuatres la tuitean, retuitean y hacen añicos, y un día sentirá que hiede.
Pero este revolutum no ha hecho más que empezar. Las redes sociales no han cumplido ni siquiera la mayoría de edad, poca gente se ha dado cuenta. ¿Cuándo nacieron? Hace 30 años redondos eran clubs de amigos como salones de té ingleses del siglo XIX. La primera bomba en explotar fue la de Facebook en 2004 (20 años). Después lanzaron la de Twitter, en 2006 (18 años), y siguió la de Instagram en 2010 (14 añitos, una adolescente). Se llama pus, un fluido amarillento-verdoso y maloliente, que solo ha comenzado a secretar por la herida.
Pero cuando todo hizo ¡buuum! a lo bestia fue ahora mismo, en octubre de 2022, cuando Elon Musk compró Twitter (hoy X) y creó el escaparate universal del discurso del odio. Es tan reciente que ni nos hemos percatado, porque todo está reventando en tiempo real. Pero ya se puede hablar de un antes y un después.
La falsa guerra civil de Reino Unido al entrar un gobierno de izquierda, mediante un pésimo bulo, no da la talla. El match trascendental será la campaña de Estados Unidos entre Kamala Harris&Tim Walz y Donald Trump&J.D. Vance. Elon Musk, el hombre de oro, tiene un arma nuclear y un botón y puede disparar con un solo dedo. A golpe de tuit.