tribuna

“¡Lo lograremos!”

En mitad de la crisis de refugiados, hace diez años, Angela Merkel sorprendió a todos en Europa dando la bienvenida a un millón de migrantes de Siria, África y Medio Oriente. Al tratarse de una dirigente conservadora, enmudecía a los partidos de derechas, profanando el paradigma racista sin anestesia.

La canciller que llevó la voz cantante en Europa durante dieciséis años cogió a todos con el pie cambiado y proclamó: “¡Lo lograremos!” (“¡Wir schaffen das!”). Todo el que llegaba era bien recibido y el lema se hizo famoso. Pero hubo una historia humana detrás que cuento más adelante.

El experimento Merkel, el más arriesgado de su carrera política (habrá que leer sus memorias en noviembre), le salió bien. Los migrantes consiguieron trabajo y pasaron de hablar árabe a hablar alemán. Estos días me ha venido a la memoria por el repunte de los cayucos y de la crispación política tan denigrante. Aquella filantrópica CDU de la excanciller estaría hoy en las antípodas del PP de Feijóo, siendo dos fuerzas correligionarias.

Los populares, enfurecidos, sobreactúan contra Sánchez poco menos que por no pedir el bloqueo naval de África Occidental en su gira por Mauritania, Gambia y Senegal, y osar suscribir memorandos de trabajos temporales de ida y vuelta sin tener que subirse al cayuco. Esto último lo pedía el PP, pero ha sustituido el mensaje por “deportaciones masivas”. Es más refractario y hostil.

En el Gobierno opinan que el PP corre detrás de Vox a ver quién es más xenófobo, y acusan a Feijóo de usar la migración para “buscar una revuelta social” (la portada de DIARIO DE AVISOS este jueves), al estilo de los tories en el Reino Unido, hace pocas semanas, sin éxito, contra el gobierno laborista de Starmer.

“¡Lo lograremos!”, decía Angela Merkel cuando dio la bienvenida a la inmigración. ¿Por qué le hemos cogido simpatía a la canciller que nos trató con mano de hierro en la Gran Recesión? La Gomera aparte, quizá porque se humanizó.

Yo tenía grabado el recuerdo de un programa de televisión en que hizo llorar a una niña que le pedía asilo para ella y su familia. Y tuve la sospecha de que el incidente la marcó para siempre. Ahora, bajo el radar de los cayucos y esta fiebre racista, busqué en la memoria infalible de YouTube y allí se puede ver la secuencia de Merkel y la niña en 2015.

-“Quisiera estudiar. Este es mi deseo y un objetivo que quiero alcanzar. Es muy duro ver cómo otros pueden realmente disfrutar de la vida y tú no…” – dijo la pequeña, de origen palestino, midiendo las palabras, en un perfecto alemán.

-“Te entiendo. Sin embargo, la política a veces es dura. Tú estás aquí, frente a mí, y eres una persona encantadora. Pero también sabes que en los campos de refugiados en Líbano hay miles. Y si les decimos que pueden venir todos y también a los africanos… No nos lo podemos permitir… Algunos tendrán que regresar a su país…” – respondió Merkel ortodoxamente, pero al ver a la niña llorando, pareció decir, “¡oh, contra!”, y se fue hacia a ella a consolarla.

La pequeña, de nombre Reem, le llegó al alma a la canciller. Después, estalló la crisis de los refugiados, y Merkel hizo lo que dijo a la niña que no se solía hacer: abrir las puertas a la inmigración. Está considerado uno de los hitos de su legado político.

Europa necesita inmigrantes como agua de mayo. Pero está el color de la piel y la neurocientífica Nazareh Castellanos suele mencionar un estudio que demuestra cómo policías racistas actuaban movidos por el corazón, donde se aloja el sentimiento cuando se es xenófobo. La ministra de Migraciones, Elma Saiz, avisó en marzo, en el Senado, con mayoría del PP, que nuestro Estado de bienestar necesita, dadas las predicciones demográficas, entre 200.000 y 250.000 migrantes de saldo neto al año de aquí a 2050. Ustedes verán, parecía decir. Merkel lo sabía, como Sánchez. La oposición calla.

La carta de Fernando Clavijo a Ursula von der Leyen pone el dedo en la llaga. En Canarias hay más de 5.000 niños que nadie quiere en la Península, y el éxodo africano se multiplicará con el mar en calma este cuatrimestre. Al cabo de 30 años, un cuarto de millón de personas han cruzado la ruta atlántica, vivas o muertas. No vienen a Canarias. Vienen a Europa. Y la presidenta de la Comisión Europea no se ha dado por aludida.

El Mare Nostrum es el alma de Europa, pero nuestra atlanticidad insular merece que Von der Leyen nos mire con los ojos de Lampedusa, con los que la guiaron a la isla italiana hace un año atendiendo a una carta de Meloni. Leyen le debe esa visita a la frontera sur de la UE, donde El Hierro, el último mojón de Europa, merece un monumento y el Premio Princesa de Asturias por su acogida sobrehumana de migrantes. ¿Si Leyen empatiza con los niños africanos en las Islas, como Merkel con la niña palestina, cuánto cambiaría todo?

Vivimos horas bajas del sentido humanitario. Las acciones terroristas abonan el racismo. La misma Alemania se rinde al discurso ultra contra la inmigración tras un atentado yihadista en Solingen, en vísperas de elecciones en dos Estados federados. El nuevo curso político español se ha iniciado con esta bocanada de fuego. Pero el del Sahel es fuego real, como prueba Mali. No son miles, ya son millones de personas las que huyen de países que arden al lado de Canarias, de Europa. Son negros. Rechazarlos, según el papa (al que también se le espera), es “pecado grave”. Me temo que más de uno no podrá seguir en misa y repicando.

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