Para cura de humildad, el Tinder del supermercado. Ligar in extremis, a la hora crepuscular, chocando los carritos en la sección de vinos como de niños en los cochitos locos, es el ritual de moda que rompe moldes y tiene un toque camp.
Todo político ansioso por cada nueva tendencia para cazar advenedizos ya podría ir pensando en métodos subliminales anexos a esta nueva onda con que ligar votantes y subirse al carro. Quizá el personal esté cambiando de idea y el cuerpo le pida menos greña tramposa en las redes y hacer más el amor, como en el lema de los años 60.
La cuestión de fondo es que la gente está sola y busca compañía. Y el ceremonial está gastado. Resulta incongruente con la tecnología que en esta materia las redes puedan quedarse un día obsoletas.
Los cantantes y grupos de los 80 y 90 también están volviendo con su fiebre inherente y su auge nostálgico, sin tener siquiera que renovar el repertorio. Algo está pasando en el ciberespacio, esto de tomar tierra con las viejas costumbres de ligar y cantar está siendo sospechoso.
Fue en un programa de citas de Carlos Sobera (First Dates), hace siete años, cuando, por lo visto, una participante contó la receta: su madre le aconsejaba ir a Mercadona a buscar pareja a la hora que compran los solteros, de siete a ocho de la tarde. Cadenas del sector han aplicado el método con sus propias contraseñas, como pegarse un corazón de papel en el pecho. Alguien desenterró la fórmula con un vídeo -al parecer, una actriz española y una amiga- y dio en el clavo de la coquetería nacional.
No hace falta ser sociólogo para saber que el problema se llama soledad no deseada. Por eso triunfan en televisión los espacios de este género. El supermarket dating (tener una cita en el supermercado) es, según parece, una modalidad de ámbito internacional. El ligue entre frutas y hortalizas tiene su aquello de humanidad. Son las emociones, al fin y al cabo, que no han muerto y afloran de una u otra manera. Están ahí entre las baldas del ligódromo, expuestas en carne y hueso.
Nos asalta la duda de la franja horaria, si, por la hora menos, el hábito se adelanta en las Islas al tramo de seis a siete o se mantiene el de siete a ocho peninsular. Y, si como quiere Hiperdino, se prefiere el plátano a la piña al revés para identificarse como soltero. Son cuestiones trascendentales para tener el protocolo claro y no meter la pata.
El debate que subyace, decíamos, es que hemos descubierto un punto flaco en el menú virtual. El domingo lo ponía de manifiesto en este periódico Enrique E. Domínguez. La basca, como se decía en mis tiempos, ha preferido esta vez desmentirse de nativos digitales, entrenados a ligar a través de las redes, para volver al contacto presencial más primitivo.
Es un aviso a navegantes para quienes ligan votantes con desinformación y polémicas falsarias, y aquí ven que la tropa se sale del tiesto con la verdad por delante, yendo al encuentro del otro, cara a cara. Y al listillo de Elon Musk se le bajan también los humos, pues, siendo el amo del cotarro digital, ahora resulta que lo que mola es bajar al supermercado del barrio a buscar la media naranja, la piña o el plátano, como en los tiempos de María Castaña.