José Luis Martín había hecho teatro en La Palma, y radio y televisión en Tenerife. Era socialista y dirigente de UGT, enfermero, activista y periodista. Alguien me contó que una vez movilizó a la gente para que unos polizones africanos retenidos en un barco en la Dársena Pesquera fueran liberados. Tenía el don de hacer amigos perdurables.
Y guardo grabada su imagen formal de comunicador en Canal 7, la televisión que dirigía Paco Padrón tras dejar Radio Club. Le gustaba hablar, elegía bien las palabras y tenía gusto para tratar los temas con los invitados. Como nos acaba de dejar, se me ocurre hacer, si me permiten, una leve digresión sobre este asunto que a todos nos compete. La muerte.
Cuando alguien se moría, antes se solía decir que era “ley de vida”. La gente mayor compraba el periódico para leer las esquelas, y sigue haciéndolo. Ahora la muerte se ha puesto de moda en los escaparates de las librerías con best sellers de médicos que hablan de ella con otra perspectiva, la de la vida después de la vida, algo tan privativo de médiums y parapsicólogos que, con este esplendor del género, ha abierto una veta científica.
La muerte de mi hermano Martín, hará pronto dos años, me cogió por sorpresa y ha coincidido con este boom de conferenciantes y autores como el cirujano catalán Manuel Sans Segarra, que ha escrito La supraconciencia existe, con prólogo de Mario Alonso Puig, y proliferan los podcasts sobre este tema tabú que hasta el otro día daba yuyu y ahora da que hablar y leer como si tal cosa.
Frente al desaire con que solíamos despachar el asunto, se ha desatado una fiebre al hilo de la muerte, como antes -y ahora- sobre la física cuántica. Y saltamos de Raymond Moody a Elizabeth Kubler-Ross y a los testimonios firmados por gente que ha vivido una ECM (experiencia cercana a la muerte), como aquel neurocirujano Eben Alexander, que sufrió un derrame cerebral y aseguraba, en La prueba del cielo, no tener miedo a morir “porque sé que no es el final”.
Así hemos pasado de un tema muerto al superventas de la muerte, que a muchos podrá parecerles calderilla esotérica, tan distractiva como la política o el fútbol, pero que cobra actualidad como cuando se desvelan documentos clasificados.
Ahora bien, lo que nos importa de la muerte es que la gente se sigue muriendo. Que con eso no termine la función es otro cantar.
Algunos amigos y conocidos se han ido en fila india recientemente. El otro día se nos marchó José Miguel Pérez, que era todavía un hombre joven, y que pertenecía a una militancia autonómica reciente. Antes, lo habían hecho Jerónimo Saavedra, Lorenzo Olarte… Eran longevos y entraba dentro de lo natural. Se fue también Benicio Alonso, buen amigo, campechano y generoso, de aquella pasta que se va extinguiendo. Como dijo adiós José Alcaraz, el político e historiador, dejando una nostalgia de conciliadores que se van.
Y del mismo modo, se marchó José Luis Martín Rodríguez, tras una enfermedad irrevocable. Nos veíamos mucho en la calle Numancia, donde mataba el gusanillo, ante las cámaras de Canal 7, de una vocación que compartía con la de enfermero. José Luis Martín participaba en programas de tertulia, como Higo Pico, y acabó haciendo entrevistas, porque llevaba el comején de periodista dentro y tenía que darle rienda suelta,
El sanitario, el concejal-político y el periodista convivían en aquella personalidad polifacética. En una ocasión, mi hermano hizo un viaje con él y Leopoldo Mansito y de ahí surgió una triple amistad bienhumorada, que se reanudaba en los encuentros casuales que les deparaba la vida de estrés en estrés.
Tenían en común llamarse Martín. A Antonio Gala lo iban a llamar Martín Gala y la madre se negó delante del obispo: “A mi hijo nadie lo llama Martingala”.
Llegados a este punto, supongo que, en esta nueva lógica de la inmortalidad, los especialistas en la materia convendrían en que ahora Martín (mi hermano) y José Luis Martín (el amigo) han vuelto a encontrarse en otro viaje, después de aquel en que se conocieron, y, dado el carácter de ambos, estarán partiéndose de risa, en fin, pasándoselo bien. Y no crean que lo estoy diciendo en broma.