Cuando estalló la pandemia y nos quedamos atrapados y todo estaba oscuro, se volvió recurrente aquella pregunta de cuándo veríamos la luz al final del túnel. Ahora, la agonía de la democracia va para rato y no la salvará ninguna vacuna, sino el tiempo. Algunos han perdido la esperanza, por razones biológicas, de volver a verla retozar.
Un político desconocido que no contaba en las encuestas, en las elecciones de Rumanía, acaba de ganar la primera vuelta contra todo pronóstico. No tiene partido, pero sí una estupenda conexión con Putin y el amparo de Tik Tok. ¿Para qué más? Algoritmos, redes y toda suerte de ciberdelincuencia electoral serán pronto las armas de la seudo democracia, la democracia iliberal o como se llame al monstruo que se está engendrando.
Veo pasear por el mundo a ese hombre de pelo azabache (pulcramente teñido según los cánones del régimen), visitar nuestras islas con asiduidad, saltar de un continente a otro siendo bienvenido. A su marcha, no se oye ni el murmullo chismoso que se queda cuando alguien se va. Pero debo pecar de ingenuo pensando que el presidente chino, Xi Jinping, ese político tan educado, es un estadista respetable. ¡Es tanta la necesidad!
Naomi Klein hablaba en uno de sus libros de la doctrina del shock, en términos económicos, por la que, a golpe de impactos, se imponen a la fuerza, en medio de la confusión, reformas impopulares como las descargas eléctricas en los pacientes psiquiátricos. Ponía de ejemplo el pinochetazo en Chile, Tatcher y la guerra de las Malvinas, el 11 de septiembre tras el ataque a las Torres Gemelas, la invasión de Irak, cierto tsunami devastador o el huracán Katrina. Entre bambalinas, el ultraliberalismo hacía estragos.
En una trilogía sobre la pandemia que escribí durante el confinamiento, se me ocurrió acuñar con el nombre de homo pandemicus a la especie humana resultante de la crisis sanitaria global. A río revuelto, ganancia de pescadores. Nada bueno cabía esperar a continuación. Y los frutos, en Estados Unidos y Europa, los estamos viendo con el auge de la ultraderecha a toda vela. Muchos no compartirán este diagnóstico, pero para qué ocultarlo.
España, la cuarta potencia económica de Europa, fue un cisne negro el 23 de julio de 2023 (poco después de que en Italia llegara al poder Giorgia Meloni, en octubre de 2022), al quedar a cuatro escaños de La Moncloa Feijóo y Abascal, con todas las encuestas a favor.
Hábil en la urdimbre de pactos, Sánchez logró la investidura y acaba de cumplir un año de presidente con resultados en verdad insospechados: la economía española crece cuatro veces más que la media europea y es una de las más pujantes del mundo. Fiel a la triste tradición del guadiana de la corrupción de cada Gobierno, se enfrenta al azote del mercado fraudulento de las mascarillas que salvaron vidas, pero corroen la gestión pública.
Sánchez aborda el congreso de su partido, este fin de semana, como un caso patológico para la derecha y la ultraderecha, que nunca le perdonarán aquel cisne negro que dio alas a otro cisne negro en las elecciones europeas. Él exhibe sus credenciales: la presidencia de la Generalitat de Cataluña y los ascensos de Nadia Calviño y Teresa Ribera, una, presidenta del BEI, y la otra, vicepresidenta primera de la Comisión Europea.
El PP y Vox tienen razones para no tirar voladores, cuando estuvieron tan cerca del poder. Las tribulaciones judiciales, por sus presuntos delitos con Hacienda, de la pareja de Ayuso han derivado en un casus belli del PP frente al PSOE, algo que recuerda a la caída de Pablo Casado por el affaire del hermano de la baronesa de Madrid, la mordida de la misma serpiente de las mascarillas. Feijóo se tienta la ropa y agradece las acusaciones de Aldama contra el Gobierno. Le pierden las formas con Canarias sobre los niños migrantes, y eso no habla bien de él. Tampoco las mentiras -tan gruesas- sobre la DANA, en lugar de pedir perdón y santas pascuas.
El escándalo que desató en la UE, estos días, contra el equipo de gobierno de Ursula von der Leyen con tal de hacer de Teresa Ribera el chivo expiatorio del catastrófico Mazón (PP) en Valencia, con más de 200 muertos, ha sido su mayor imprudencia. Parecía otro caso de la teoría del shock, de conformidad con el tándem de Trump y Putin, para debilitar a Europa. Francamente, pienso que Feijóo actuaba en solitario y pagó la novatada.
Los elogios de Von der Leyen a Ribera, esta semana, tras superar la crisis (“Es una europeísta auténtica y comprometida. Y juntas trabajaremos siempre por el interés europeo”), originan vergüenza ajena. El “no” de los conservadores españoles al gobierno de Europa (que arranca hoy) es una perrería infantil, siendo Leyen de su misma familia política y quizá no una buena enemiga. En Bruselas le han puesto una cruz a Feijóo.
De vuelta a casa, ha seguido con el mismo disfraz: el Fakejóo de la DANA y Europa. El miércoles, en el Congreso, no admitió las responsabilidades de su partido en Valencia durante la riada. Cuatro frases retratan el momento político español prenavideño. Abascal culpó de la tragedia al “fanatismo climático y ecologista” (sic). Sánchez soltó un mandoble: “Usted no es un patriota, es un traidor a la patria”. Feijóo salió en defensa del de Vox: “Le llama traidor a la patria cuando usted es presidente gracias a los seis votos de Bildu”. Y Patxi López se desquitó del mosquetero del PP: “Usted es un peligro para España”. En el portal de Belén hay estrellas, sol y luna…
Son fechas de consumismo, pero en Europa no le compraron a Feijóo su trampantojo sobre Ribera y la DANA, y en el PP hay quien piensa que Mazón no debería comerse el turrón.