El mundo emocional de los niños y niñas es un universo profundo y fascinante, a menudo incomprendido por los adultos. Desde la primera infancia, cada emoción, gesto o mirada contiene un mensaje esencial sobre sus necesidades internas. Las emociones no solo afectan su comportamiento diario, sino que también moldean a los adultos que serán en el futuro. Entender y acompañar este mundo emocional no es solo una tarea educativa, sino una verdadera inversión en la salud mental y emocional de las próximas generaciones.
Los estudios científicos son claros: la inteligencia emocional se construye desde la infancia. Investigaciones de la Universidad de Yale, a través del Centro para la Inteligencia Emocional y su exitoso programa educativo “Ruler”, confirman que los niños que aprenden a identificar, expresar y gestionar sus emociones desarrollan mejores habilidades sociales, presentan menos conductas problemáticas y logran un mayor bienestar emocional a lo largo de su vida. Pero, ¿cómo lo logramos?
El poder de las emociones en la infancia
Desde que los niños nacen, su mundo emocional se manifiesta principalmente a través del comportamiento no verbal. Un bebé no puede decir “estoy asustado”, pero su llanto, sus gestos y movimiento corporal lo expresan con claridad. Este repertorio se va ampliando a medida que crecen, y hacia los 3 años, los niños ya son capaces de identificar emociones básicas como la alegría, la tristeza, el miedo o el enfado.
Sin embargo, reconocer una emoción no significa saber gestionarla. Ahí es donde el papel de las familias se vuelve crucial. Frases como “no llores” o “no te enfades” invalidan las emociones de los niños, impidiendo que aprendan a comprenderlas. En su lugar, los adultos tienen la retadora pero valiosa tarea de actuar como guías emocionales, mostrando que todas las emociones son válidas, aunque no todas las conductas derivadas de ellas lo sean.
El comportamiento no verbal infantil
Los niños pequeños no siempre pueden expresar con palabras lo que sienten, pero su cuerpo habla por ellos, es la puerta de entrada a su mundo emocional. Sus gestos, posturas y expresiones faciales revelan el estado de sus emociones. Cruzar los brazos, desviar la mirada o mostrar tensión en el cuerpo son señales que reflejan su mundo emocional interior. Este comportamiento no verbal se convierte en una herramienta clave para las familias, quienes deben aprender a interpretarlo de forma adecuada.
La psicóloga infantil Catherine A. Hartley, de la Universidad de Nueva York, destaca que los niños utilizan estos gestos como una forma primitiva pero eficaz de comunicación emocional. Para los cuidadores, la observación atenta es esencial para “leer” esas señales y ofrecer una respuesta que brinde comprensión y seguridad. Un cuerpo tenso suele asociarse con el enfado o el miedo, los brazos cruzados se vinculan a un reflejo de resistencia, la mirada baja puede evidenciar vergüenza o tristeza, y los gestos repetitivos, como balancearse o morderse las uñas, podrían ser intentos de autorregulación emocional. Sin embargo, cada niño es único y su forma de expresar emociones varía según su personalidad y entorno. La clave está en observar sin juzgar y acompañar con empatía.
¿Cómo acompañarlos?
Acompañar a los niños y niñas en su desarrollo emocional no implica protegerlos de la tristeza o el enfado, sino enseñarles a convivir con todas las emociones. La regulación emocional no es innata, se aprende a lo largo del tiempo, y para ello los más pequeños necesitan adultos que actúen como guías y modelos.
Una de las formas más importantes de acompañarlos es validando sus emociones. Cuando un niño siente tristeza o enfado, escucharle y reconocer lo que está sintiendo le ayuda a sentirse comprendido. Frases como “Entiendo que estás enfadado porque no podemos quedarnos más tiempo en el parque” o “Veo que estás triste porque se rompió tu juguete. Vamos a ver juntos qué podemos hacer” dan a los niños/as la seguridad de que su mundo emocional es válido y digno de atención.
También es fundamental poner nombre a las emociones. Desde edades tempranas, los más jóvenes necesitan aprender a identificar cómo se sienten, y para ello, los adultos deben ofrecerles un lenguaje emocional rico y variado. No es lo mismo “estar enfadado” que “sentirse frustrado”. En este proceso, los cuentos infantiles sobre emociones pueden ser aliados muy útiles.
Los niños y niñas aprenden de lo que ven, no solo de lo que se les dice. Por eso, es esencial que los adultos sean “modelos emocionales”. Los cuidadores deben mostrar cómo gestionan sus propias emociones. Expresiones como “Estoy molesto ahora, pero voy a respirar profundo para calmarme” enseñan a los niños que es normal sentir emociones intensas y que hay formas saludables de manejarlas.
La educación emocional desde la infancia se traduce en adultos con mayor capacidad de adaptación, mejores habilidades sociales y una salud mental más robusta. Entender el universo emocional de los niños no es solo una necesidad, es una oportunidad para transformar el futuro de la sociedad desde sus cimientos. Esa es la verdadera revolución.