tribuna

Llanto por los Derechos Humanos

Tal día como hoy, el 10 de diciembre de 1948,  la  Asamblea General de la ONU aprobó la Declaración Universal de Derechos Humanos (DDHH), el más acabado repertorio de derechos de las personas jamás antes imaginado por los hombres. Habían pasado tres años desde la II Guerra Mundial y con la imagen de las atrocidades aún en la retina, se aprobó una resolución, verdaderamente histórica, que pensaron que pondría punto final a la barbarie. Pero el futuro, como diría Paul Valéry, no es lo que era y asistimos a un conflicto de alto voltaje entre China, EEUU y Rusia que sacude todo el globo y hace imposible una acción concertada en favor de los derechos y dignidad de las personas.

Durante el medio siglo de vida de la Declaración, no han faltado infractores, pero nunca el fenómeno había sido tan visible, descarnado e impune como ahora. El horror de Gaza, Líbano (en alto el fuego), Ucrania, Siria, Somalia…, que vemos en la televisión es la constatación de la vulneración del derecho de guerra y de los derechos de las personas. La lista de cuanto se atropella es larga. Sin agotar el repertorio: el derecho a vivir en paz, a la libertad, a la salud, igualdad, movilidad, asilo, a la presunción de inocencia, educación, reunión, vivienda, privacidad, trabajo, salario, al descanso…

No se puede escribir sobre DDHH sin detenerse en el dolor por lo que ocurre en la antigua Palestina, donde el estado de Israel pretende anexionarse el territorio y expulsar a sus históricos moradores, ante la pasividad culposa de quienes le suministran buena parte de las armas y la impotencia de la comunidad internacional. Cuesta identificar un derecho humano que no sea conculcado por el gobierno de Netanyahu, cuyo arresto, por crímenes de guerra, ha ordenado la Corte Penal Internacional. En 14 meses, Israel ha causado la muerte a unas 50.000 personas.

La violación de los derechos humanos, que ha sido un baldón en la reputación de determinados países, se exhibe ahora sin recato. Verbigracia, China vive bajo una férrea censura, se violan los derechos de las minorías étnicas y se persigue a budistas, islamistas y cristianos. En la Rusia de Putin, no hay libertad de expresión, se recluye a los disidentes en lugares remotos y en penosas condiciones y se persigue y aniquila, sin fronteras, a cualquiera que ose enfrentarse a la doctrina oficial del Kremlin. ¿Y qué decir de la promesa/amenaza de Donald Trump de expulsar de EEUU a los emigrantes sin respetar el derecho de asilo?

La lista de países donde no se respetan los DDHH es larga. Naciones africanas, con el Sahel como escaparate de todos los horrores, asiáticas y americanas. Pero, desgraciadamente, no hace falta irse muy lejos para advertir cómo en países considerados estados de derecho y paladines de la justicia y la libertad, los de la vieja Europa, se producen incumplimientos de lo establecido en la declaración de DDHH: el centro de internamiento abierto por Italia en suelo albanés para recluir a migrantes (paralizado por la Justicia), el barco-cárcel británico donde esperan para ser deportados migrantes indeseados, al pago de países europeos a otros para que cierren el paso de emigrantes o acojan, a cambio de dinero, remesas de deportados, las devoluciones en caliente….

La desaparición del comunismo soviético ha dado alas a un sector desbocado del capitalismo que aumenta las desigualdades y ha favorecido la aparición de autocracias y tiranías de distinto pelaje que a la luz del día atropellan impunemente los derechos humanos. Conforta escuchar voces como la del presidente brasileño, Lula da Silva, que se escandaliza porque el mundo dedica 2,4 billones de dólares a gasto militar mientras más de 700 millones de personas están desnutridas y ver su tenacidad intentando, con más pasión que éxito, que el G 20 se implique en la lucha contra el hambre

El derecho a la alimentación está recogido en el artículo 25 de la Declaración de DDHH, pero la evocación de éste y los demás derechos solo producirá melancolía hasta tanto los países que retienen el poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU no se pongan de acuerdo en reiniciar los engranajes y contrapesos del sistema internacional de la postguerra, necesarios para recuperar el respeto a la dignidad y derechos de las personas, y atajar así el descrédito de la democracia, que sigue siendo el peor de los sistemas de gobierno, a excepción de todos los demás.

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