tribuna

Bienvenidos al mundo de Trump

Hoy acaba la guerra en Gaza y mañana llega Trump. Nadie es capaz de predecir cómo será el mundo a partir de ahora ante este júbilo inédito de presidente bis que instigó el asalto al Capitolio, que regresa a la Casa Blanca con el baldón de su condena light y que coqueteó en la precampaña electoral con el vilipendio de convertirse en un dictador.

Este mundo con el que se reencuentra Donald Trump, a su vuelta al Despacho Oval ya con 78 años y fobia a sufrir los lapsus de Biden, se parece más al inquilino que en 2016. Una ola ultraconservadora le recibe con los brazos abiertos como una deidad, deseosa de tener un tótem al que adorar en la era que ahora empieza. Creo que no somos conscientes de lo que se nos viene encima.

La paz de Gaza es una buena e incompleta noticia tras quince meses de martirio, pero siguen las carnes abiertas en Ucrania, tres años de un caso interruptus de invasión rusa inconsumada. Trump es un metepatas profesional que ahora juega a Putin en Groenlandia sin haber logrado siquiera un acuerdo de boquilla con Moscú, vendiendo esa piel antes de cazar el oso.

Esta es una época beligerante por definición, y así lo consideran más de mil expertos en el informe de Davos de la próxima semana, que prevén un año de guerras desbocadas. Pero la masacre israelí en la Franja, tras el horrendo ataque de Hamás el 7-O, tenía que pararse algún día, y la sangría humana en Ucrania tampoco es vitalicia. La guerra tendrá que mudarse de sitio, ahora tenía que hacerse la paz a la fuerza para que los rehenes vuelvan a casa.
Es pronto para saber si este acuerdo de Doha, la primera guerra conclusa de 2025, tiene pies y cabeza o los pies de barro. Se dirá que la izquierda -incluida la ONU roja de António Guterres- lanzaba anatemas contra Netanyahu por puro antisemitismo, esa falsa coartada para tapar las vergüenzas del silencio cómplice de la derecha, que no dijo ni mu mientras morían niños y mujeres en Gaza a porrillo.

Netanyahu desoía los planes de paz de Biden para darle votos a Trump con el traqueteo de las bombas, mientras el israelí era juzgado por corrupción en sesiones maratonianas, y los acólitos españoles miraban para otra parte. No los oirán tildar de corrupto a Netanyahu ni a Sarkozy. Ni hablar, es corrupción amiga.

Así que la paz llega tras un tupido velo de insolidaridad con las víctimas. En Canarias hemos tenido que aguantar carretas y carretones de insolidaridad con los niños de África tutelados por las Islas y Ceuta como si fuéramos el cuarto oscuro de España, a donde se manda a los castigados. Es parte del manual de estilo de la era Trump, de las instrucciones de la Fundación Heritage y otros lobbies de la ilustración oscura.

Ese mismo talante despendolado y jeta que le hemos visto al portavoz popular Miguel Tellado ha funcionado en Estados Unidos y media Europa. Contemos con eso. Contentémonos con eso. No podemos olvidar que, mañana, “el cargo más alto de la Tierra” (como decía el juez que condenó a Trump sin pena ni gloria) será asumido por un delincuente convicto, cuyas trampas para revertir su derrota en 2020 quedaron probadas por el fiscal especial, que no ha podido juzgarlo porque ganó y acaba de dimitir presa de la frustración. La victoria de Trump le salva de la cárcel. Es el indulto de las urnas. Esa bala también le pasó rozando.

Si esto ocurre en el país que es el espejo en el que se mira Occidente, es de esperar que en 2025 y años sucesivos se produzca un diluvio de inmunidad envanecida de los afines de la divina derecha universal. Hay un nuevo statu quo ideológico, la hegemonía conservadora es un hecho y tiene bula para el bulo indiscriminado. ¿En qué momento se jodió el mundo? Empezamos esta novela de año nuevo parafraseando la pregunta de Zavalita en Conversación en La Catedral.

A partir de mañana, con el tronío de Trump, la mentira tendrá patas largas. Y la carcundia podrá dar zancadas como Elon Musk, que ejerce de viceTrump haciendo proselitismo en Europa con infundios (esperpéntico, por cierto, el defenestrado Steve Bannon contra el milmillonario: “Es malvado, que se vuelva a Sudáfrica”, gruñe).

Esta es la aldea de los locos galos españolitos irreductibles de izquierda que se niegan a aceptar la Pax Romana. En España, que no es Francia (proa al marisco) ni Alemania (donde el 23 de febrero la ultraderecha se pondrá las botas), estamos discutiendo si el final de Franco fue hace 50 años o en 1977. Un pueril juego de fechas y fachas, en el que sesudos exdirigentes del socialismo español se han pasado de bando, pues no se trata de Franco, sino de Sánchez. No del franquismo, sino del sanchismo.

Son cosas veredes, amigo Sancho. En la España de 2025 aún se guarda luto por Franco y hablar de esa efeméride es como mentar la bicha. A Sánchez, la derecha española y la derecha socialista que no lo traga, no le perdonan que abortara el eje PP-Vox el 23J, que se daba por hecho. Por ese cisne negro, Sánchez sigue en la Moncloa.

A Felipe González, cuya mala memoria Dios le guarde, por resistirse a Aznar en el 93 le querían sacar los ojos de las cuencas. Pero no había ni Trump, ni Ucrania, ni ultraderecha. Era un socialista canonizado el 28 de octubre del 82. El mundo se ha dado la vuelta y hay izquierdas que se han hecho de derechas, pero ya no hay más Verstrynges que echarse a la boca para poder decirnos que hay derechas que se han hecho de izquierdas. Bienvenidos al mundo de Trump.

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