tribuna

Es muy aburrido

Sánchez ha comenzado su festival sobre la muerte de Franco. Lo ha hecho con ese susurro seductor que emplea cuando quiere convencer haciendo de lobo con la voz de Caperucita. Anuncia cien actos, lo que viene saliendo a dos por semana. Esta insistencia es un arma de doble filo porque puede torturar como la gota malaya o terminar siendo cansina y aburrida, como aquello que se repite. Al día siguiente, no todo son beneplácitos y hasta la prensa amiga, a pesar de que Soledad Gallego estuviera en el acto como un florero, se muestra reticente, poniendo condicionantes a la celebración. Si es para unir, sí; si es para polarizar, no. Esta convocatoria no tiene otro fin que demostrar que el que no asista es un franquista, cuando resulta que es al revés, los que no celebran la muerte de una persona muestran a las claras que no quieren saber nada de ella. Franco está amortizado desde que se aprobó la Constitución, en 1978; como dice el bolero, “seguir insistiendo sería necedad”. Esto acabará siendo un fiasco, como la Alianza de Civilizaciones de Zapatero. Ya lo verán. La gente no tiene ganas de que le trunquen la existencia iluminándole la memoria. La gente quiere llevarse bien y verse libre de agitadores que continuamente le mueven las aguas del lago tranquilo en el que desea vivir. La gente no está por estos festivales, ni por las máquinas del fango ni por las tensiones ni los bailes nerviosos de María Jesús Montero. La gente exige un poquito de por favor, que todos se contengan y que dejen a Franco tranquilo. Ya lo cambiaron de tumba, pues que lo dejen ahí. Sánchez ya tiene su juguete y su entretenimiento para todo el año. Lo mejor es no hacerle caso, dejarlo jugar con mierda y palo, que es como se decía a los niños que se inventaban diversiones raras. Ahora la cosa vuelve a ir de historiadores para enseñarle a los más jóvenes la historia que conviene que sepan, como si la de los hechos reales que todos conocemos fuera una falsedad. El problema es que, mientras nos distraemos con el festival de la impostura, los tribunales seguirán haciendo su trabajo, los conflictos regionales seguirán existiendo y a los jueces los acusarán de lawfare cuando sus sentencias no sean del gusto de los condenados, que es lo que suele ocurrir, en cualquier caso. Mientras todo esto suceda, hablaremos de Franco en toda España menos en Paiporta. Hasta allí no irá la procesión con el simpecado del general muerto hace cincuenta años. Le dirán, ¿qué hace usted aquí? Primero, límpieme el fango de los garajes y después hablamos del otro. Esta es la realidad. Franco no dará frutos y terminará aburriendo al personal, que ya está bastante aburrido, aunque no lo diga. Lo mejor es dejarlo solo con su fiesta. Un desfile de moros y cristianos siempre es un fracaso cuando una de las partes no quiere marchar al ritmo del tambor. Pues eso.

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