Resulta desalentador cómo esta semana la democracia quedaba a oscuras, como uno de esos ceros energéticos, y nadie parecía aparentemente preocupado.
Vi a Von der Leyen sola y contrariada con Trump, tras una grave neumonía, pero parecía valiente en Davos. Y a Sánchez, rebelarse contra el atraco político de los millonarios tecnológicos, los carotas del zar. De resto, contadas reacciones a media voz. ¿Nadie tiene dos dedos de frente? ¿Nadie dice nada?
La derecha española hacía la ola, los corifeos se jactaban. Pero el mesías teme cumplir los 80, hagan cuentas. A los exégetas diestros que responsabilizan a la izquierda (con todos sus defectos), sin la más mínima tacha hacia las derechas, se les pasa por alto que este es el monstruo privativo de los paleoconservadores devenidos en trumpistas, más la casta de tecnobros. No busquen donde no hay, ni en la demacrada democracia, ni en los yuppies, ni en el universo woke. Son los oligarcas de Silicon Valley saliendo de las tinieblas que han expugnado el poder político esta semana. Entérense. O los demócratas tendrán que buscarse otro nombre en las trincheras. Esto que nace no se sabe todavía cómo se llama.
Trump llegó como elefante en cacharrería, como si la Inteligencia Artificial generativa cobrara vida contra los réprobos progresistas. El lunes, en el Capitolio -que mandó tomar a la fuerza cuatro años atrás-, vimos encarnada esa distopía. El peligro era cierto. No hubo que esperar cien años. Ya está aquí.
Indultó a los que asaltaron el Congreso de su país, y la derecha española no se inmutó. Hasta Tejero (92 años) se permitió una sonrisa sardónica delante de la tele. Trump cargó contra las energías limpias y los trans, rescató a Adán y Eva, y ordenó detener (y deportar) a todo aquel sin papeles en colegios, hospitales o iglesias, con dos bemoles.
El magnate (una palabra parecida también lo define) emite memecoins, usufructúa la presidencia en beneficio de sus empresas y se rodea de milmillonarios para cotorrear y forrarse. Da gusto con qué descaro. La corrupción en el cénit no es ni siquiera regañable. Alabado sea el cargo más alto de la Tierra. Para los jueces de su país está por encima de la ley. Podrá usurpar Groenlandia, el canal panameño, Canadá… Es el sursuncorda. Y Meloni y Milei, desternillándose a su vera.
¿De qué ideología estamos hablando? En Alemania maldicen el día que cerraron los ojos cuando los votos parieron al peor de sus gobernantes. Trump se ha despalillado, por decreto, las políticas de diversidad, equidad e igualdad, que abonaron una sociedad más justa. De un plumazo. Perjudicaban a los blancos, sostiene. En la España del XIX desenganchaban los caballos de la carroza del rey, y tiraban de ella gente del pueblo reclutada para recibir a Fernando VII, al absolutismo y al final del Trienio Liberal. “¡Que vivan las caenas y muera la Nación!”, coreaban los oportunistas, que también decían “¡que mueran los negros!” (el nombrete de los liberales). No es nuevo.
Europa tiene que afinar con los think tanks como ha hecho la derecha sacando pecho. Pero Donald Tusk preside el semestre europeo pidiendo armas para defendernos y ni una palabra de armarnos de más democracia frente al tocayo Donald Trump. Este no es el meteorito de 2016, es el virus, la pandemia Trump, contagiando Europa.
En noviembre, cuando ganó Trump, opiné aquí que la UE debería tender puentes con China y la India, y Leyen ha dicho ahora en Davos que los tiros van por ahí. Sánchez tuvo puntería (cosa que sus haters no le reconocerán). En septiembre visitó en Pekín a Xi Jinping, con una “cálida acogida”, y al mes siguiente fue a ver al primer ministro de India, Narendra Modi, con aquel recorrido de honor en coche descapotable que sulfuró a la oposición y se hizo viral. “Nuestros valores no cambian. Pero para defender estos valores en un mundo cambiante, debemos cambiar nuestra forma de actuar”, enunció Leyen en sintonía con Sánchez, metiendo en el ajo a la India y China.
A todas estas, la hormiguita Abascal, el español mejor situado en la corte de Trump, no se ha visto en otra y mira desde Washington a Feijóo en Madrid, dándole envidia, como invitado a la investidura inaugural de la edad de oro.
Me pregunto si en España, la digna derecha, que convino con la llegada de la democracia, hará la vista gorda ante esta rapiña de déspotas bajo la Estatua de la Libertad. No podemos encogernos de hombros, siete días después del apagón. Stefan Zweig se revolvió en los años 40 contra la involución nazi del mundo, y se inmoló en Brasil, “agotado de vagabundear sin hogar”. Ahora, esta otra es nuestra historia.
El lunes nos levantamos como de costumbre. Pero era día 20. El día más triste del año. Pusimos los pies en el suelo, que sea lo que Dios quiera. Un mundo imperfecto, perfectamente inmundo, seguía girando de oeste a este. Tal cual Europa.