por qué no me callo

El golfo de Estados Unidos

En algunos lugares comunes, como las Islas, preferimos el tópico de llevarnos las manos a la cabeza, pese a la euforia política de los fans de Trump, que llega como elefante en cacharrería, el mamífero mascota republicano.

Este sería el año Trump si no fuera por Musk, que en la última portada de Time aparece detrás del escritorio del Despacho Oval con un café y media sonrisa como el presidente en la sombra (título de esta columna el 5 de noviembre de 2024).

Ahora hay que buscarle los tres pies al gato, la salida a ese dédalo, por la supervivencia de la especie humana, dicho con la desmesura del personaje, el emperador de la Casa Blanca. El asteroide Trump cayó antes que el que tanto teme la NASA. Y nosotros caímos en la trumpa. El cielo está entrumpillado, ¿quién lo desentrumpillará’. El desentrumpillador que lo desentrumpille buen desentrumpillador será.

Lo de la Riviera de Oriente Medio y las deportaciones de los gazatíes son dos de las guindas del desastre que se avecina. De ahí el trabalenguas infantil. Porque ahora hay que pensar en el remedio. Ya está la pandemia. Toca dar con las vacunas. En los Goya, Richard Gere dijo: “Vengo de un lugar muy oscuro, donde un matón es presidente, pero no sólo pasa en EE.UU. Es en todos lados. Debemos permanecer vigilantes”. No puedo estar más de acuerdo. Podemos reírnos con el sujeto, cómico donde los haya, pero está la risa del miedo y el miedo a la risa ajena, la gelotofobia. Trump riéndose en nuestra cara. Esa es la des-gracia.

La transacción inmobiliaria de la Franja inaugura las rivieras de Trump. Que no mire para Canarias. El capo di tutti capi, el amo del mundo, da vuelta a la esfera del globo terráqueo sobre la peana y donde señale, “hágase”. En tiempos, el más ido de la Casa Blanca parecía ser George W. Bush, que se atragantaba con una galleta y empinaba el codo. Donald Trump decidió declarar este domingo día nacional del golfo de Estados Unidos (por el golfo de México), exponiéndose a que la misma palabra se le vuelva en contra.

Era conocido por tener amistades peligrosas, como Kim Jong-un o Putin, que ahora, según cuenta, le dijo que quiere acabar la guerra de Ucrania (tres años el 24 de este mes) para que deje de morir “gente joven, hermosa…”. Ese es el nivel.

La vez anterior, Trump tenía contrapesos, altos cargos que le paraban los pies. Ahora, basta con ver a su mano derecha, Elon Musk, comportándose como un histérico bufón y haciendo gestos seudonazis, para temer lo peor en ese frenopático. Le estamos viendo las orejas al lobo. Pedro no mentía.

Cargarse la agencia de ayuda exterior, USAID, de la que dependen miles de bocas en el Sahel y el África occidental, y dejar tocada de muerte su base en el puerto de Las Palmas. Tupir a aranceles a diestro y siniestro (esta semana creo que nos toca a Europa). Perseguir a migrantes y mandarlos a Guantánamo. Pasar a la historia como un presidente pendenciero, matón y descocado…

Pero me temo que viene caminando un coro de adulones con el sí, guana al Tío Sam en la punta de la lengua, por simpatía ultra o por aproximación ideológica. Lo primero que hizo el tío fue cerrar el sitio web de la Casa Blanca en español (ahora se señala al latino: “No hables ese español de mierda en mi país”), el segundo idioma nacional, un agravio contra España que el rey Felipe recibió con estupor.

La postura de Sánchez es crítica con la tecnocasta y la internacional trumpera que hemos visto este fin de semana en Madrid. Mientras, la derecha tradicional española permanece indiferente ante las barrabasadas del dictador en ciernes, ajena a que la ola que crece a su diestra la apadrina el mismo meme. Y mañana, en las elecciones, acaso dentro de dos años, la pregunta será si para entonces esa derecha ahora impasible está dispuesta a dar apoyo al futuro presidente Abascal.

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