por qué no me callo

Finjamos y sigamos a lo nuestro

En una calle de Santa Cruz murió el 29 de octubre, el día de la dana de Valencia, un perro que pisó una arqueta de Unelco y se electrocutó. Semanas después, perdió la vida un segundo perro por la misma razón. Este caso, que no trascendió, reaviva la polémica.

Los vecinos denunciaron el siniestro y pidieron responsabilidades. Era un hecho poco común. A diario pasamos por las aceras sin tratar de sortear las tapas de los cables subterráneos como en una ciudad minada. Le echaron la culpa a una plaga de ratas. Varios vecinos se manifestaron simbólicamente y dejaron constancia de su malestar con flores, carteles,velas y peluches en el punto de la acera de la calle San Vicente Ferrer donde sucedió. La primera víctima se llamaba Sully; el segundo can, Bilbo, que arrastró dolencias y problemas cardíacos tras el impacto de la pisada.



El día a día nos depara algunas caídas de árboles, que, si eres amante de la naturaleza, te duelen por el hecho en sí y sus consecuencias. Cuando talaban el eucalipto rojo del Reloj de Flores del parque García Sanabria, cuya rama desprendida hirió a un turista, una mezcla de estupor y lástima invadió a un grupo de personas que lo presenciábamos. El árbol parecía sufrir mientras lo aserraban haciendo pausas para reponer gasolina en la motosierra, dada la resistencia del tronco a la hoja dentada.

Hace una semana (creo que no se ha dicho nada), un árbol junto al estanque del parque, donde se encuentra la escultura de Claude Viseux homenaje a Millares, se desplomó arrastrando con él parte de otro y las ramas cubrieron todo el enmaderado que data de la reforma de Tabares y Palerm. Si no hubiera ocurrido tan temprano -alguien situó el instante a las 8 de la mañana-, estaríamos hablando de una tragedia, pues en la zona suelen dar clases muy concurridas de yoga, taichí y gimnasia, con gente del país y otras de origen asiático o ucraniano, de acuerdo con esa doble faceta del parque, el cosmopolitismo y los aires de libertad.

La caída a plomo de las pesadas ramas, dejando un boquete por donde ahora se cuela el sol a sus anchas, coincidió con que el lugar estaba vacío, sin los asiduos yoguis y gimnastas. Casi a diario, los operarios retiran en camiones las grandes hojas de las palmeras que podan a medida que hay amenaza de posibles riesgos. El ayuntamiento testó la salud de la población arbórea de la ciudad, a raíz de los sustos de la Rambla, que desataron la alarma. Creo que no hay una prevención infalible con nuestros amigos los árboles, cada especie es un caso aparte. En esta última caída, parecieron elegir el momento más seguro, como en El clamor de los bosques, de Richard Powers, que se preguntaba: “Si los árboles pudieran hablar, ¿qué nos dirían?”

Como la mayoría de los santacruceros de a pie, suelo cruzar del parque a la plaza de Pessoa que hizo Pepe Dámaso, y no olvido saludar con la vista a la palmera gigante que se codea con los edificios como los zanqueros de circo. Tenemos ejemplares monumentales en cada bulevar ganado al asfalto, que fue lo que más maravilló a Jacques Cousteau, según nos dijo tras llegar a la Isla y atravesar la Rambla camino del Mencey.

Estos Carnavales nos han dejado el
mal sabor de boca del joven muerto en la confusa reyerta. Era un prejuicio que perseguía a las fiestas de Santa Cruz desde siempre, y que ahora es la desgracia de unas familias y el trauma que la ciudad ha de superar psicológicamente.

Los estados de ánimo de la gente no suelen ser noticia, siendo lo que más nos incumbe a todos. ¡Lo que hace una victoria del Tenerife, como la del domingo ante el Huesca! No es bueno que perder se vuelva una costumbre. Santa Cruz no transita igual por sus calles gane o pierda el Tenerife. Sólo queda emular cierta proeza del Éibar, cuando el equipo armero lo ganó todo hasta el final de la temporada y al año siguiente subió a Primera, como me apunta Conrado Rodríguez con depurada memoria. Fin de semana enmarcable, tras la hazaña de La Laguna Tenerife en Barcelona. Una victoria de lujo, ¡esta sí trascendental!

La filósofa canadiense Bonnie Honing, experta en estructuras que definen nuestra identidad, propone que “finjamos que Trump no existe y sigamos a lo nuestro” (El País). Esto es lo que acabamos de hacer, sin que sirva de precedente.

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