porqué no me callo

El humor a primera vista, la caricatura

Entre periodismo y periodismo, caricaturas. Empecé a hacer caricaturas por puro instinto desbocado, sin saber apenas dibujar. Trabajaba con un prestigioso abogado que me había apadrinado dándome el primer curro de mi historial en su recordado despacho de la calle del Castillo, cerca de la librería de mi tío Paco, La Prensa. Y le hice una caricatura con la técnica vanguardista de Paco Martínez y Harry Beuster, con todo mi atrevimiento.


A don Manuel García Padrón -el abogado y profesor de la ULL-, que me dio un trabajo donde estudiar, le sorprendió que el ojo que lo había mirado con rombos y rectángulos era el mío, porque yo lo llevaba en secreto, hasta que empecé a publicar caricaturas en los periódicos, dándomelas de caricaturista.


Pronto le cogí el tranquillo al género y me puse a seguir la pista a los grandes para no desentonar. Como a David Levine, estadounidense, el mejor caricaturista del mundo, de la segunda mitad del siglo pasado. Una pasada.


Y descubrí que la caricatura era un arduo arte psicológico. Paco Martínez, que dibujaba alegóricamente, se pegó ocho meses dándole vueltas a Beethoven hasta plasmarlo con dos tubos y una melena. Picasso era un cubista caricaturista de geometrías fragmentadas. Y en ocasiones, Miró. Valga de ejemplo su Femme Bouteille, en el paseo de la Rambla frente al Parque Viera y Clavijo -cerca de donde vivían Eduardo y Maud Westerdahl-.


A Paco Martínez le dieron el premio Mundial de Caricaturas de Montreal, en el 68, por una audacia de las suyas: Brigitte Bardot, a base de bembas coloradas con recortes de revistas y greñas locas confeccionadas con guedejas rubias de las hilachas de las botellas de coñac Terry. Me enseñó en su casa el collage y resultaba una composición genial. Era un hombre muy imaginativo, que hacía viñetas en El Día y marcaba la pauta vanguardista.


Juan Galarza (del que hoy se inaugura en el Museo de Bellas Artes una muestra de su obra oculta) y José Morales Clavijo se prodigaban con estilos personales en un momento en que Canarias constituía un vivero de caricaturistas de proyección internacional. En Las Palmas, Cho Juaá (Eduardo Millares Sall) era otro de mis ídolos. El crítico Manuel Darias ha glosado esa generación estelar que no se ha vuelto a repetir. Y en este periódico hay un artista: Jesús Rodríguez, Suja (Caricatos, cada domingo, con Domingo Moreno Negrín).


Por las calles de Santa Cruz, iba siempre a la búsqueda del tiempo perdido el admirado Mesita, un gigante de la caricatura de perfil, que dibujaba contra reloj para que el cliente no se le escapara. Solía cobrar un módico precio. A Antonio Mesa Marrero lo vi en acción más de una vez y me quedaba contemplándolo, para ver cómo resolvía un personaje sin nariz aguileña, ni mentón pronunciado, ni frente despejada, un rostro proporcionado que desafiaba al caricaturista. Y siempre lograba sacar el “varillaje espiritual del individuo” (como, según Francisco Puñal Suárez, definía Paco Martínez el quid de la cuestión).


A Mesita le ayudaba que el personaje llevara sombrero -cosa muy habitual entonces- y chaqueta de solapas de pico. Era, como digo, rápido y preciso. Cobraba y se marchaba. Todo, en la calle, en mitad de la vía pública, en un pispás.


Cuando Alfonso Ortuño asomó de noche en la pequeña pantalla haciendo caricaturas en TVE, me hice ortuñista y no me acostaba sin verlo. Después, le pedí a mi tía Carmenza, de Madrid, que me consiguiera la famosa baraja de Ortuño, aquella suprema galería de políticos y celebridades.


Y empecé a hacer caricaturas siguiendo las lecciones de Ortuño, que era hincha de David Levine como yo. Así hice el viaje de la vanguardia a la caricatura clásica. Daba señales de vida, de vez en cuando, en la prensa. La última fue de Macron, pero la nariz de Feijóo me dio para un apunte que vio la luz no hace mucho en DIARIO DE AVISOS.


Una de las odiseas que hicimos mi hermano Martín, Zenaido y yo fue una >movida musical de mucho cuidado, en los 70, en Guía de Isora, que incluyó una sesión de caricaturas en la pared de un bar, en la que participé junto a Paco Martínez y Pedro García Cabrera. Antes del festival, 12 horas de Música Popular en Guía de Isora, el cura nos torpedeó con un interminable repique de campanas, liderando el boicot de las fuerzas vivas, y algunas canciones y banderolas desplegadas en la plaza irritaron al cacique, al cura y a la Guardia Civil, que intervino y puso punto final al festival. No sé si las caricaturas siguen todavía visibles en aquella pared o fueron borradas por la autoridad competente. El cura.

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