tribuna

La muerte se ha puesto de moda, pues hablemos de las ECM

El funeral. Ayer enterraron a un hombre. No era Dios, pero llegaron a llamarlo el loco de Dios, como hizo el novelista Javier Cercas. Y es inevitable pensar qué hay más allá de este adiós.

La muerte está de moda por los recientes difuntos mediáticos. Tanto Vargas Llosa como Francisco, el Nobel como el papa, eran celebridades globales, queridas urbi et orbi, y nos apena la idea de que hayan desaparecido para siempre.

Esto último es cuestionado, precisamente, por un sector de la ciencia que se ha propuesto una suerte de desmentido de la muerte, como si fuera un fake. Es un obitoescepticismo que goza de innegable auge en libros, podcasts y conferencias, porque el tema tiene tirón.

Hasta ahora, la mano previsora del tiempo nos tocaba la espalda con susurros al oído, como aquel siervo que iba detrás del general que desfilaba victorioso por las calles de Roma diciéndole: “Recuerda que eres un hombre”, o, en otras palabras, recuerda que eres mortal, no te la eches. Y ahora, de remplón, que diría Calero, el que queda en mal lugar es el vasallo aguafiestas del memento mori.

No solo están los muertos universales. En todas las familias anónimas no se halla consuelo fácilmente a la visita de la muerte. Y cualquier información al respecto cala.

Es consciente la nueva ciencia extrovertida, que parece haber depuesto a los dioses cartesianos, de hasta qué punto lo suyo puede sonar a seudociencia, si no fuera por que algunas voces respetables como el psiquiatra suizo Carl Gustav Jung avalaran la tesis de una vida postrera por experiencia propia.

Este sorprendente vivero de investigación se traza una proeza sobrehumana: poner las pruebas de la inmortalidad sobre la mesa, justo cuando se nos flagela con alusiones a un desenlace apocalíptico. Es como decirle al ciudadano de a pie, frente a las amenazas de una guerra nuclear, que el ser humano es eterno y no nos asusta. Lo que expongo a continuación son apenas unas píldoras sobre el boom de las Experiencias Cercanas a la Muerte (las ECM), que cumplen 50 años en el mundo editorial. Por otra parte, son días luctuosos.

En 2008 saltaron las alarmas en la ciencia ortodoxa con las confesiones del neurocirujano de Harvard Eben Alexander, que, a la vuelta de una ECM, escribió un best seller y proclamó, como un hereje en su tribu, que la ciencia iba a demostrar que el cielo existe.

El padre de las ECM (el que bautizó este fenómeno) es el psiquiatra y filósofo Raymond Moody, autor, hace medio siglo, de Vida después de la vida, el libro canónico del género. Y médicos y neurocientíficos se han lanzado de cabeza a una piscina con agua.

Todavía se mira de reojo a la psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross, que hace 40 años abordó en La muerte: un amanecer numerosos casos extracorpóreos de pacientes con muerte clínica que volvieron a la vida. Decía que el más allá era el paso a otro estado de conciencia, “donde las personas ven, escuchan, ríen e, incluso, bailan”. Y se resignaba a las críticas: “Se te denigrará, te harán la vida imposible”.

En España, el cirujano catalán Manuel Sans Segarra tiene seguidores y detractores, tras publicar La supraconsciencia existe -otro best seller-, con prólogo de Mario Alonso Puig (cuyo último libro se titula El camino del despertar, donde refulge la meditación, que en su día era un método de iluminados y ya hoy es una práctica generalizada). Segarra -esto apenas ha trascendido- mantuvo recientemente una reunión sobre las ECM con el papa Francisco, antes de su enfermedad.

La doctora Luján Comas divulga en su podcast de YouTube casos de ECM y pilota la fundación Icloby, que coopera con varias universidades. La ciencia de la consciencia, esta nueva onda de científicos que han salido del armario, no se corta a la hora de descorrer las cortinas.

El físico teórico y neurocientifico Alex Gómez Marín echa leña al fuego: “Hay una ciencia de lo imposible”, afirma. Y retoma los misterios favoritos del neurofisiólogo mexicano Jacobo Grinberg, desaparecido hace 30 años. El caudal de libros y de información es copioso. Valgan estas pistas para quien tenga interés.

Confieso que esos científicos desprejuiciados que se han liado la manta a la cabeza me llaman mucho la atención desde que hace dos años murió mi hermano Martín y comencé a curiosear en tales fuentes. Este es un campo que, a poco que ahondes, sientes que hay ciertas parcelas del saber en las que, por pudor o incredulidad, los árboles no te dejaban ver el bosque.

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