Trump ha perdido esta semana su primera batalla sórdida y acaso su primera guerra mundial de videojuego. Celebremos el pinchazo. Quizá estemos a tiempo de zafarnos de este Ubú rey resentido que ponía en peligro nuestros bolsillos, nuestros estómagos, incluso, nuestras vidas.
Una derrota autoinfligida que lo ridiculiza. Los mercados le doblaron el pulso y ahora bate récords de impopularidad, cuestionado en su círculo, en una élite empresarial acanallada que lo catapultaba y en las calles de su país. Es el batacazo que temía la ultraderecha global, su caída en desgracia, justo cuando en Europa se le tuerce el destino a Le Pen.
Lo estamos presenciado en directo, y es ¡historia en estado puro! Tras la descarga atómica de aranceles, el miércoles silenció los cañones 90 días y huele a retirada. El miedo a la recesión le bajó el labio.
La baraka de Sánchez le situaba el viernes en Pekín junto a Xi Jinping -el amigo de Canarias-, un escenario clave en la guerra estoqueada de Trump, reducida a un choque de potencias, que ya se las arreglarán. “Nadie gana una guerra comercial”, dijo Jinping cuando abrió la boca. En Washington habían comparado este viaje de Sánchez con “cortarse su propia garganta”. Los chinos, en su defensa, acusaron a los americanos de “estranguladores”. Y Sánchez honró a su anfitrión llamándolo “socio de la UE”, un piropo paradigmático. Y si una China bien avenida con intereses en Europa fuera la garantía de paz que buscábamos frente a Rusia…
Trump no es Napoleón, es Ubú rey, orondo y pagado de sí mismo, el abyecto y despreciable capitán de ejército que derrocó al monarca polaco para implantar una dictadura corrupta y mediocre, con impuestos por las nubes, y masacrar a los comerciantes, y que solo pensaba en hacer fortuna, “matar a todo el mundo” y mandarse a mudar. Era el símbolo del abuso de poder. Obraba con una malcriadez escatológica y, en la derrota, se esfumó. Ubú rey no fue real, Trump sí lo es. Ubú rey fue una pieza irreverente y lúcida de Alfred Jarry, del siglo XIX, un filón del teatro del absurdo, la sátira de un profesor jesuita de física en secundaria, doctor en patafísica en la ficción, la ciencia paródica de las soluciones imaginarias.
A este Trump Ubú rey le toca ahora hacer mutis por el foro, engullirse el ego herido por los mercados y los títulos del Tesoro. No era dios en la Casa Blanca y la granada le estalló en la mano. China es uno de los grandes tenedores de la deuda estadounidense, Trump está jugando una mano perdedora, en su léxico de crupier de casino.
Estamos ante un caso histriónico. El mismo miércoles de su marcha atrás la cogió por decreto con los cabezales de ducha de baja presión, porque no podía mojarse a su gusto “y cuidar mi precioso pelo”, alegó, tal cual. Le llovían las críticas y se acicalaba el tupé, como Calígula recogiendo conchas en mitad de la guerra. El sujeto acumula fracasos, de ahí su desaprobación popular. Ni ha conseguido la paz en Ucrania, con sus enjuagues con el ruso, ni la tregua de Gaza. Trump es un fraude. A su llegada, Europa se ha visto atrapada entre el fuego amigo de esta rabieta comercial y la urgencia de rearmarse por el abandono de la misma potencia traicionera.
A Trump se le ha puesto cara de Putin, declarando una guerra que le superó y teniendo que recoger velas. El martes pensaba que el mundo le “besaría el culo” y, al día siguiente, el tiro le salió por la culata. Mintió con el déficit, no mencionó que, bienes aparte, su país avasalla con los servicios. Con Trump, EE.UU. patalea porque importa más, lo cierto es que también importa menos cada vez más, camino de perder la hegemonía a paso acelerado.
Cuando estalló esta guerra pantomímica, el 2 de abril, día de la liberación, en el calendario infantil del republicano, los líderes de Europa estaban en la mítica Samarcanda (Uzbekistán). Y el presidente chino, plácidamente, con una pala plantando arbolitos rodeado de niños. En una semana, la guerra desplomó las bolsas. Y en la tregua algunos se llenaron los bolsillos con información privilegiada. ¿Desconfían de alguien? Ubú rey solo pensaba en cómo enriquecerse.
Musk, el apestado, intentó disuadirle sin éxito y acabó en X (Twitter) a insultos con el arquitecto del caos arancelario, el economista Peter Navarro, consejero del presidente y adalid del adagio proteccionista: “Eres un idiota, más tonto que un saco de ladrillos”, le escupió. Recesión, inflación y hecatombe del dólar fueron tres razones suficientes para derrumbar al gran Gatsby, el magnate cínico y fracasado de la novela de Fitzgerald, que cumple cien años, con el que comparan a Trump. Los oligarcas tecnológicos, los Zuckerberg obsecuentes de la investidura, sufren pérdidas impensables. Y Steve Jobs se remueve en la tumba: Apple corre serio peligro.
“La gente se estaba asustando”, masculló a media mañana después de pausar los aranceles. 90 días son molto longo. “¡Lejos de nosotros la guerra!”, ese verso de Whitman señala a Trump.
Un día, Ubú pasó de ser rey a tener que salir por patas. La vida misma.