España, la economía del país desarrollado que más crece en Europa, no disfruta de su éxito, bajo el síndrome del impostor. Ofuscados con el sanchismo, PP y Vox comparten el mismo credo, niegan el PIB y contraponen una visión catastrofista que hace dudar si vivimos en un estado fallido del Tercer Mundo o, como acredita el FMI, en una de las naciones más prósperas.
El congreso que el PP celebrará en julio, como anunció ayer Feijóo a su Comité Ejecutivo Nacional, obedece a un partido en revisión, que se debate entre qué camino elegir. La dana de Valencia ha hecho más mella de la prevista y conviene hacer coincidir la dimisión de Mazón con la segunda -y última- oportunidad como candidato del propio Feijóo. Ayuso le pisó la convocatoria, urgiendo por la mañana un cónclave por “el runrún” interno.
Feijóo y Abascal coexisten predicando el caos, la pulsión ultraconservadora que llegó al poder en Argentina y EE.UU. En los días en que celebramos 80 años del final de la Segunda Guerra Mundial, contra los nazis, las dos fuerzas de derecha y ultraderecha, con sus líderes a la cabeza, guardan un absoluto mutismo, descreen de las manifestaciones en la calle en defensa de Europa asediada por Rusia, y miran para otro lado mientras el rey visita el campo de concentración de Mauthausen (entre los miles de muertos hubo decenas de canarios).
No figuran entre sus preocupaciones prioritarias la pereza de Putin para con la paz en Ucrania o el genocidio de Gaza, y, por tanto, también callan. Entre tantos disimulos, no ocultan que este no era el papa que deseaban, pues León XIV, como Francisco, les recuerda que es “pecado grave” repudiar la migración, justo el meollo de sus maquinaciones electorales. Saben que penden de un hilo, de que Trump no se derrumbe como Gran Hermano o que Milei no caiga pringado en algún escándalo, como el de las criptomonedas.
Es la manca finezza de la derecha española, que se aleja a encontronazos de las formalidades de la oposición en las ocasiones en que hay que cerrar filas. Pero ese bucle de polarización, desinformación y bulos es el arma nuclear de los ingenieros del caos (bastaría leer a Giuliano de Empoli). La rutina del PP ha hecho de la política una cuestión de instintos, sin sentimientos, como hemos visto con los niños africanos confinados en Canarias, que ha acabado distanciando a Clavijo de Feijóo.
El trumpismo del líder del PP es sobrevenido. Llegó a Madrid adornado de valores liberales consensuales, nada extremistas. Lo que explica su giro fue, sin duda, la decepción del 23J de 2023 y el temor a perder la condición de cartel y líder del partido cuando aquel runrún (que diría Ayuso) de que era candidato de una sola bala.
El resto ha sido una continua deriva hacia ciénagas, donde es Vox el que se mueve como pez en el agua. Una cascada de actos retrata a Feijóo como el personaje que mató al actor, el estereotipo implacable que le exigen desde la Fundación FAES y la Puerta del Sol. Tanto Aznar como Ayuso se constituyeron en la reserva espiritual de los instintos patrióticos que definían a AP más que al PP, cuando Alianza Popular era un partido descendiente del franquismo.
Pero fuera de España, la película es otra. El pacto del democristiano alemán Friedrich Merz con la socialdemocracia, ignorando a la ultraderecha de Alice Weidel (Afd, segundo partido más votado), hace coincidir a Berlín con Bruselas (donde también cogobiernan la derecha y la izquierda), como reacción al desprecio de Trump hacia Europa. ¿El cónclave de Feijóo pondrá su reloj en hora o no se apartará de Vox?
Históricamente, el gallego fue usado para apagar el incendio de Pablo Casado, cuando se quemó a lo bonzo contra Ayuso por las comisiones fraternales de la compra de mascarillas en Madrid. La noche del 23J, aquella blusa fucsia de la presidenta y la claque frente a Génova coreando su nombre, “¡Ayuso, Ayuso, Ayuso!”, tiñeron el destino de Feijóo.
El último test, el decreto de aranceles frente a EE.UU., muestra un PP inconciliable con la Moncloa, que teje una coalición con Abascal que haría felices a Viktor Orbán, Putin y el propio Trump. Salvo que el cónclave sirva para refundar al partido y al líder en sintonía con lo que pasa, lo que está pasando en Europa y en el mundo.