por qué no me callo

El ‘papa’ Trump y el cónclave del ‘cisma’

La burla papal de Trump, con el solideo y la sotana de pontífice, en vísperas del cónclave y todavía bajo el luto por la muerte de Francisco, eleva el grado de necedad del presidente de los Estados Unidos, con la imagen por los suelos en los sondeos y el país al borde de una recesión tras su loquinaria guerra arancelaria de abril.

Trump no parece estar en su sano juicio para el cargo que ocupa, más allá del narcisismo que ha acreditado de sobra. La Iglesia Católica estadounidense lo crucificó por la foto falsa generada con inteligencia artificial: “Trump se burla de la fe”, fue su escrutinio. La Santa Sede, sin cabeza visible, calla y la primera ministra italiana, Giorgia Meloni (afín a Trump), mira para otro lado.

Ahora que los cardenales se encerrarán mañana en la Capilla Sixtina para tocar con el dedo de Dios al elegido, como Adán en el fresco de Miguel Ángel en la bóveda de la mítica estancia palaciega, se nos hace inconcebible la idea de que el hombre más poderoso de la Tierra sea este payaso haciendo payasadas, como dice Matteo Renzi, exprimer ministro italiano. No es posible predecir la siguiente bufonada de Trump, mientras su país sufre inflación y escasez de productos básicos por la torpe guerra comercial que se le metió bajo el tupé. En China se mofan de él: “Si no tienes huevos, ¿para qué te metes en una guerra comercial?”, coinciden los hashtags más virales, a raíz de la crisis del sector avícola por castigar importaciones como esa.

De manera que este papa que va a costar trabajo elegir será hijo de la polarización y de la insólita injerencia de un impostor que desafía la historia desde la Casa Blanca haciéndose pasar por Sumo Pontífice, aprovechando que el cargo está vacante. “Creo que sería un gran papa. Nadie lo haría mejor que yo”, se postuló con dudosa ironía. La foto papal de Trump fue difundida por él mismo con entusiasmo en sus redes sociales y en la cuenta de X de la Casa Blanca. La farsa ‘retrata’ la personalidad demenciada del sujeto del que estamos hablando. ¿Tiene techo la espiral de idioteces de este gobernante que en la imagen fraudulenta levanta el dedo índice de su mano derecha con el que también puede apretar el botón nuclear?

En estos Novendiales del luto por Francisco ya habíamos tocado fondo con los cardenales mostrando sus vergüenzas públicamente. El italiano Angelo Becciu, condenado a cinco años y medio de cárcel por corrupción, renunció a entrometerse en el cónclave de mañana tras presionar cuanto pudo. Vimos la apoteosis facha del cardenal alemán Gerhard Ludwig Müller, batiéndose como un Abascal de la mano de Orbán, contra los purpurados progresistas. Cargó contra Francisco por hereje y autoritario, de poco cuajo teológico, por bendecir a las parejas de homosexuales y dar la comunión a los divorciados vueltos a casar. Y, henchido con sotana de etiqueta, invocó un cisma si sale otro papa rojo.

La derecha vaticana, que enmudece ante la carnavalada del papa Trump, anhela tener en la silla de San Pedro a un doble del que se sienta en el Despacho Oval. Ver para creer.

La Iglesia Católica, politizada hasta la médula, no habla ya de la mujer de las flores amarillas que rezaba por Bergoglio por fuera del hospital, ni de las lágrimas de la monja de la mochila, amiga del papa, que iba a verle con feriantes de Roma, homosexuales y prostitutas trans.

Todos los ojos miran a los hombres con birreta púrpura que maniobran en la sombra para elegir al sucesor. Si la política ha caído en un lodazal de bulos, la Iglesia está jugando su partido con las mismas armas, la desinformación, los fakes y las campañas de descrédito.

El ala tradicionalista conspira en minoría para sacar un papa carca, como Robert Sarah, de Guinea, que sería el primer papa negro y el reverso de Francisco. Un papa preconciliar, acorde con el católico confeso J.D. Vance, el último que vio con vida a Francisco en una audiencia vaticana, por si el dato dice algo.

Si las cábalas de la Iglesia profunda fallan y del cónclave brota otro papa Francisco, como el italiano Matteo Zuppi, el filipino Tagle, el maltés Grech o el francés Aveline, quién sabe si el alemán Müller va a tener razón y arde Roma. Lo que nadie podrá evitar es que el fantasma de Juan Pablo I el breve, cuyo infarto levantó todas las sospechas, regrese a los pasillos del Vaticano. Y que algún cardenal de derechas exhiba la foto papal de Trump, su ídolo, con recochineo.

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