La guerra de Gaza establece un canon moral que horroriza. Si la nueva catadura ética ultraconservadora se impone entre nosotros (sin ir más lejos en 2027), ya podemos llevarnos las manos a la cabeza. El genocidio israelí, que condena a la hambruna a miles de niños, dejó de ser esta semana una obstinación antisemita de la solitaria España de Sánchez, para erigirse en clamor y espanto de Europa.
Diríase que una cuestión humanitaria tan flagrante retrata a la España que nos espera si se produce un vuelco político. La España que no se enmienda, así sean niños, como ya vimos antes con los menores migrantes de Canarias. Esa España que se anetanyaha, si hace falta, con tal de no dar el brazo a torcer.
Pues al PP y Vox ya les separa absolutamente todo del bloque de investidura, incluida esta masacre humana. Digamos, con pena, que al test del genocidio de Israel se le aplica en España el principio de Campoamor de “todo es según el color del cristal con que se mira”, cuando hasta Trump dejó caer su primera declaración compasiva sobre el conflicto: “Está muriendo gente inocente y están pasando cosas muy malas”. Netanyahu, en un ataque de celos por la gira árabe y los tratos con Irán de EE.UU. sin contar con él, lanzó más bombas contra la Franja. Esa rabieta está costando vidas.
Pero es que la otra rabieta, la de Feijóo-Sánchez, que dura un año y medio como esta guerra, ahora da escalofríos. El inquilino de Génova erró el día que se mofó del inquilino de la Moncloa por reconocer a Palestina y pedir, a solas por entonces, que Europa revisara el acuerdo de asociación con Israel (por no respetar los derechos humanos, artículo 2), que data de 2000 y consagra a la UE como su principal socio comercial. Hoy, la posición de Sánchez (más Irlanda y Borrell), respaldada por Francia y Países Bajos, es ya mayoritaria en la UE. Feijóo no supo leer lo que estaba sucediendo en el mundo y esta semana (se opuso al embargo de armas a Israel que tomó en consideración el Congreso) dejó pasar la oportunidad de rectificar su complot con Vox en el lado equivocado.
La tragedia de Gaza desmiente la muletilla de antisemitismo contra quienes la denuncian, y se ha convertido en un símbolo de lo que es un genocidio (releer la Convención de 1948 respecto a la “matanza y el sometimiento a condiciones de existencia que acarrean la destrucción física total o parcial” de un grupo de población). La operación Carros de Gedeón, su actual empacho de muertes, es un alarde de sadismo de Netanyahu para borrar todo rastro humano en el territorio y congraciarse con el sueño del magnate presidente americano de una Riviera Árabe. Un sueño inviable, porque los árabes le acaban de quitar a Trump de la cabeza la idea de desalojar a dos millones de gazatíes.
Año y medio después del cruel ataque de Hamás en octubre de 2023, y una vez condenados los líderes respectivos por la Corte Penal Internacional, el hambre como arma de guerra sacude al planeta, tras las imágenes de los niños a lágrima viva por no tener qué comer (amén de las otras de los cuerpos descuartizados). Solo tras la presión mundial, han pasado a cuentagotas los primeros camiones con la ayuda escasa tras un bloqueo que se hacía eterno. Un ministro israelí celebraba esa parquedad con jactancia: “Podrán tener un pan de pita al día, y con eso basta”.
En junio, en Nueva York, la ONU retomará la solución de dos Estados, pese al televoto de Israel y las simpatías macabras del PP y Vox.
La portada de DIARIO DE AVISOS este miércoles con la imagen del llanto de los niños delante de la olla vacía, bajo el titular, La ONU alerta de que 14.000 niños morirán en Gaza en 48 horas si Israel no permite la entrada de alimentos, era un golpe a las conciencias. El Congreso se abrió en canal, y Feijóo se permitió hacer un chascarrillo proisraelí sobre Eurovisión: el “nuevo Franco del Gobierno”. La portavoz Pilar Alegría le recordó las víctimas de la “masacre”: “Poca broma”, le afeó, tras el Consejo de Ministros, al político español inconmovible.
Estamos ante una prueba de fuego. En el PP agachan la cabeza cuando Rufián les zarandea por la “canallada” de su silencio y estampa sobre el atril los 30 folios de los 15.000 niños asesinados por Israel. La barbarie de Netanyahu mancha a quien calla y otorga.