tribuna

Después de la comparecencia

El problema de Pedro Sánchez es de credibilidad y eso arrastra a todo su Gobierno y a su partido. Sánchez ha creado una imagen de liderazgo indiscutible que no se compadece con el distanciamiento y la ignorancia en torno a lo que ocurre en su organización, sobre todo en la parte que le es más cercana. Sus anuncios de regeneración no cuelan porque lo que falla es el control sobre lo que tiene que controlar. No todo se resuelve escenificando una profunda reflexión, un arrepentimiento y un propósito de la enmienda, porque de nada ha servido retirarse cinco días al desierto para volver a lo mismo. En Sánchez llueve siempre sobre mojado. Es más, con la teoría de un relato sustituyendo a otro, que desarrolla su gabinete de propaganda, no permite que las calles se sequen antes de que vuelva a llover. La comparecencia de ayer para pedir perdón compungidamente ha sido analizada por los expertos en comunicación gestual, y la mayoría coincide en valorar los efectos especiales de su puesta en escena y sus extraordinarias dotes interpretativas. Pero todos sabemos que esta calificación tiene una escasa apreciación política y solo puede considerarse en el territorio de la anécdota populista. Ha anunciado una auditoría, como si eso fuera a demostrar algo. Las mordidas no se contabilizan. Las medidas de regeneración que no se anuncian no tienen que ver con descalificar a los jueces, poner en duda la veracidad de los medios de comunicación o arremeter contra los órganos del Estado encargados de la investigación judicial. Solo se ha pedido perdón por haber nombrado a dos secretarios de organización que han salido ranas. Nada se dice sobre las descalificaciones del día anterior llevadas a cabo por los miembros de su Gabinete, con apoyos ciegos, lealtades inquebrantables y demás zarandajas propias de autarquías caribeñas, donde el cierre de filas es la práctica común. Es la segunda vez que Sánchez se presenta dolorido ante la opinión pública ofreciendo su mejor cara de víctima, y la segunda vez que a su partido se le queda el gesto congelado ante la desesperación de lo incomprensible. Lo que ha hecho ayer es lo mismo de siempre, arropado por los siete dígitos por encima que le dan los sondeos de Tezanos. Siete unidades porcentuales, siete votos de Puigdemont, siete días de la semana, siete pecados capitales, que suenan a lo que cantaba Carlos Puebla, el juglar de la revolución cubana: “Cinco puntos, cinco son, ni uno menos ni uno más. Si quieren me los aceptan, y si no chirrín chirrán”. Se anuncian dos nuevos informes de la UCO. Ya no están Leyre ni Cerdán para cargarse a Balas. Los jueces están en la calle, pero Bolaños no retirará la iniciativa de una Ley para darle el poder a los fiscales. Y no lo hará porque no hay propósito de la enmienda, porque nada ha cambiado a pesar de las lágrimas de cocodrilo. Todo seguirá igual. No habrá regeneración. Desengáñense ustedes. No es tan fácil desprenderse de estas mañas. Lo siento por algunos miembros de su partido que, creo que de forma sincera, piensan que algo vaya a cambiar. En el manual de resistencia no está previsto.

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