tribuna

Testigo de excepción

Vengo de dar un paseo por el último medio siglo, de la mano de un político europeo que va a cumplir 90 años y ha sido un testigo de excepción. Nuestro encuentro estuvo presidido por la paz en Gaza, por el despertar de la juventud en las calles con kufiyas en el cuello y el auge económico español, bendecido por los organismos internacionales.

El lanzaroteño Manuel Medina Ortega frisa la edad que tenía Stéphane Hessel cuando en 2010 animaba a las nuevas generaciones a asaltar los cielos, al calor de la Gran Recesión, con aquel opúsculo combativo que tituló ¡Indignaos!. Ha visto revoluciones y saltos históricos en el vacío, es el último exégeta español de la UE y vio caer el muro de Berlín, con el consiguiente fin de la Guerra Fría. Ahora festeja que callen las armas en Oriente Próximo, pero admite que ha sentido estos últimos años el mal fario de una guerra mundial.

El veterano exeurodiputado socialista -casi 25 años en Estrasburgo y Bruselas desde que España entró en Europa con Felipe González- tiene recuerdos de infancia de la II Guerra Mundial. Y augura la caída de Rusia si la invasión de Ucrania dura más de lo que dicta la economía y tolera el malestar civil de la propia potencia. Los dos recordamos con nostalgia al último presidente de la Unión Soviética, Mijaíl Gorbachov, que sufrió un golpe de Estado y pasó en La Mareta (Teguise,) junto a su esposa Raisa, las primeras vacaciones fuera de su país. Medina, que está casado con Loli Palliser, exdiputada y abogada, echa de menos a dos vecinos intrainsulares: César Manrique y José Saramago, que eran dos faros alumbrando una isla negra entre volcanes.

Quedamos para hablar en ATLÁNTICO TV, el pasado jueves, y seguimos conversando detrás de las cámaras de lo que manda China en la trastienda y de los vaivenes ciclotímicos de Trump, que choca con la gran muralla de Xi Jinping. Medina tiene la teoría de que el presidente chino se inspira en el padre del taoísmo, Lao Tsé. Cuando vino a Tenerife a ver el Teide era proverbial su aplomo -nadie diría que el porvenir de mil cuatrocientos millones de personas descansa sobre sus hombros-, como un reflejo del Wu wei (el arte de la inacción, del hacer no haciendo), que acuñó el legendario autor del Tao Te Ching. A saber si ese don apacible nos ha ahorrado más de un disgusto.

Hablamos de las vueltas de la vida. De su etapa de presidente de la Comisión de Exteriores del Congreso, cuando España reconoció a Israel en el 86, para poder integrarse en Europa; de cómo se llevó a tomar algo fuera de las Cortes al primer ministro israelí Shimon Peres, porque, desde Suárez, teníamos más afinidades con los palestinos, cosa que la derecha española ha olvidado por completo.

Son horas candentes en el reloj apocalíptico de Chicago, Trump recibe a Zelenski y se verá con Putin en Budapest. Hay que aprovechar esta ráfaga de paz por si cae esa breva. Pero nadie se fía de un exagente de la KGB. Medina ha terminado un nuevo libro sobre la Unión Europea y las grandes potencias. Se pone serio. Dice que no tiene sentido del humor, pero lo hago sonreír cuando le pido la receta para llegar a los 90: “Desayuno leche y gofio.”

Teme por los EE.UU. Trump se autolesiona atacando a los estados demócratas de su país, donde Medina fue profesor universitario y trajo al mundo descendencia. Incluso, fue asesor jurídico de las Fuerzas Aéreas norteamericanas y se ocupó del accidente de Palomares, donde un bombardero USA transportaba cuatro bombas termonucleares -que no explotaron-, setenta veces más potentes que las de Hiroshima y Nagasaki,

Medina sabe la biblia de política internacional -es catedrático de la cosa en la Complutense- y me dice en privado que Rusia sufrirá tensiones internas si Putin no se sosiega. Como anécdota, cuento que me sopló al oído que Rusia iba a tener escasez de gasolina porque Ucrania le ha ido volando las refinerías. Dos días después fue noticia mundial, lo que prueba que maneja información privilegiada o es un mago.

Ahora han regresado las utopías, desde que la calle se echó a la calle por Gaza. No hay nada peor que matar a un niño, comenta. Netanyahu remeda a Hitler como si las leyes universales estuvieran suspendidas. Y comienza el test de la paz.

Salió el tema de las balas del destino. La que mató a Kennedy, la que pasó rozando a Trump… En Colombia, Medina medió en una entrega de armas de guerrilleros y una bala se disparó sola, matando a un operario que estaba a su lado.

Tiene un amigo presidente al que conoció cuando era un “jovencísimo economista”. Sánchez empezó trabajando en el Parlamento Europeo -del que nuestro hombre fue vicepresidente-, y Carlos Westendorp se lo llevó con él en misiones pacificadoras a Bosnia.

Ostenta con honra el Premio Canarias Internacional. Quizá sea el español vivo que mejor enarbole las bondades de la democracia en un momento crítico de deshielo de las libertades en el mundo.

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