Son muchos los casos a lo largo de la historia del fútbol profesional, de equipos que tocaron la gloria y cayeron a los infiernos. Incluso, escuadras tan grandes como el Atlético de Madrid han vivido una caída de categoría que estaba muy alejada de su nivel real en todos los sentidos.
En otra escala, algo similar ocurrió esta temporada con la UD Tenerife, siendo mucho más preocupante su descenso y perder así el profesionalismo. En este curso, tras su nefasta campaña en segunda división, estarán ubicado en el Grupo I de 1ª Federación, siendo uno de los máximos candidatos a retornar al profesionalismo.
La nueva plantilla de la UD Tenerife presentará muchas caras nuevas asociadas a esta categoría, y hay futbolistas como Jeremy Jorge que deberán adquirir galones en el once inicial. Sus prestaciones serán claves para que el cuadro insular pueda volver a la élite, y luchar por repetir aquellas gestas al más alto nivel que hicieron vibrar a varias generaciones hace ya algunas décadas.
En este sentido, una de las gestas más recordadas es, sin duda, aquella permanencia agónica en la temporada 1991-92, cuando el equipo llegaba a la última jornada necesitado de puntos y tenía enfrente nada menos que al Real Madrid, jugándose la Liga. En un Heliodoro abarrotado y vibrante, el Tenerife no solo salvó la categoría, sino que protagonizó una remontada que privó al Madrid del título, dando el campeonato al Barcelona. Lo verdaderamente épico no fue solo la victoria, sino la forma en que se dio: con carácter, con orgullo y con el empuje de una afición que no dejó de creer. Como si el destino quisiera repetir la hazaña, al año siguiente ocurrió lo impensable: otro final de Liga, mismo rival, mismo desenlace. Una vez más, el Tenerife frustraba al Madrid y entregaba el título al Barça. No era una casualidad, era una declaración de identidad.
Otro episodio que entra en el panteón de las gestas blanquiazules fue la aventura europea de finales de los años noventa. Con Jupp Heynckes al mando, el Tenerife vivió una de sus épocas doradas. No se trataba solo de clasificarse para Europa, sino de plantarse en la Copa de la UEFA y, contra todo pronóstico, avanzar ronda tras ronda dejando atrás a equipos de gran tradición, como la Lazio. Aquella semifinal ante el Schalke 04 no se vivió como una derrota, sino como la consagración de un sueño. Tenerife no solo competía en Europa, sino que lo hacía con dignidad, con fútbol y con una personalidad que traspasó fronteras. Para una afición acostumbrada a los márgenes del fútbol español, aquello fue como tocar el cielo con los dedos.
Y no se puede olvidar el retorno a Primera División en 2009, tras años de oscuridad. Fue un ascenso que supuso mucho más que volver a la élite: significó una reconciliación con la esperanza. Con José Luis Oltra en el banquillo y una plantilla humilde pero comprometida, el equipo consiguió ilusionar de nuevo a la isla entera. En aquel momento, subir fue más que un objetivo deportivo: fue una gesta emocional, un renacimiento que unió a generaciones de aficionados bajo una misma bandera.
El reto de la UD Tenerife en este curso será mayúsculo. Es hora de luchar por poner los cimientos de un nuevo proyecto tinerfeño que regrese a la élite, y que realice gestas como las repasadas anteriormente.