tribuna

¡Hola!

Creo que se trataba del cuarto o quinto día de confinamiento. Lo cierto es que si no era por el móvil apenas distinguía los días y las horas pero sí, fue el miércoles y claro está, fue a las siete.
Era el primer día que acudía a la cita con el resto de la España confinada, una cita en la que, simplemente, se aplaudía. No había ido antes por dejadez, falta de hábito, quizá, por escepticismo.

Se trató de una primera cita emocionante, de esas a las que vas sin pretensiones, sin ilusiones y casi sin ganas. Y se convirtió en una actividad terapéutica y constructiva. Por primera vez en cuatro años vi algunas caras, una señora mayor con el pelo blanco y bien arreglado, una niña de unos 8 años justo en el piso de enfrente, una niña rubia con el pelo largo. Es curioso, en ese piso siempre se queda la luz del salón encendida por la noche y siempre pensé dada mi desbordada imaginación que se trataba de un piso franco o algo así tipo “el caso de Bourne” en el que la gente apenas dormía porque se dedicaba a “otras cosas”. Ahora imagino que esa luz encendida no es más que el reclamo de una niña de 8 años para poder dormir tranquila sabiendo que esa luz permanece encendida durante toda la noche. Ahora, más que nunca, sigue encendida.

Lo cierto es que se escuchaban más aplausos de las correspondientes cabezas que asomaban, intuyo que todavía hay quienes rehúyen de esta cita a la que estamos todos invitados. A mí me pasó. Seguro que terminarán asomándose y saludando. Porque ese saludo es uno de los símbolos que hemos ganado con todo esto.

Sí, el saludo.

Yo soy una de esas personas que tienen salvoconducto y puede salir tres veces al día para que su mascota también salga. Antes lo sacaba yo a él, ahora me saca él a mí. Curioso. Y durante ese corto paseo que inicio poniéndome unos guantes quirúrgicos en casa (quizá sea algo exagerada pero por circunstancias de la vida son los que tenía) y que apenas dura una o dos manzanas (en el mejor de los casos) a veces encuentro a personas. A veces.

Los primeros días me asustaba de una forma irracional. Ni que fueran zombies…

¡A lo que iba! Salgo, veo personas y saludo. Salgo, veo personas y me saludan. Un simple gesto con la cabeza, un escaso “hola”, a veces incluso un “qué tal”. Algo insólito, algo, más que insólito, vintage.

Un confinamiento que regala citas en balcones y ventanas, que sorprende con saludos de extraños en las calles. Un confinamiento que nos quita privilegios y que nos roba aquellas historias infinitas de nuestros mayores que ya hoy no están. Una crisis mundial que se recordará en los “libros de texto” de mañana, seguramente en los ebooks de texto de mañana. Curioso. Sin duda, demoledor.

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