Adiós al mejor conejo de Salamanca

Cierra el bar La Estación, después de 36 años dando de comer a muchos trabajadores del barrio capitalino
José Rodríguez Herrera, el viernes, pocas horas antes de cerrar definitivamente el bar La Estación. / NORCHI
José Rodríguez Herrera, el viernes, pocas horas antes de cerrar definitivamente el bar La Estación. / NORCHI

Una trombosis en su pierna derecha y, sobre todo, el descenso considerable de clientes han sido los fundamentos que llevaron a José Rodríguez al cierre, el pasado viernes, del bar La Estación bar La Estación, donde se degustaba el mejor conejo frito del barrio capitalino de Salamanca.

José Rodríguez Herrera, de 74 años, originario de Hermigua, en La Gomera, arrendó el bar durante 36 años, gracias a unos ahorros de su etapa como contratista en La Cuesta, y desde 1980 no ha dejado de atender la barra de un pequeño establecimiento que fue el lugar de desayuno, almuerzo y hasta cenas de cientos de trabajadores que realizaban sus labores en las distintas empresas automovilísticas en el entorno del puente Zurita e incluso de este periódico, cuando se trasladó desde Santa Rosalía a la zona en donde hoy se mantiene desde 1982.

El cierre de casi todas ellas y la crisis económica, junto a algunos tristes episodios de salud en la familia, convenció a José Rodríguez de abrir solo hasta mediodía, en lo que siguió, ya solo, manteniendo sus platos más tradicionales y aquellos que más le pedían sus clientes, sobre todo el conejo frito, con un adobo con hierbas aromáticas tan típicas de La Gomera. Un plato que siempre se mantuvo los jueves, y por el que en los ochenta y noventa había que reservarlo con antelación. “Era habitual que matara ocho o diez conejos, de kilo y medio cada uno, para ese día, porque se turnaban los trabajadores de Matías Molina, Alfa Romeo, Hernández Hermanos o del DIARIO para venir a comer ese día”, comenta con ceño de añoranza don José, o Pepe, como habitualmente se le conocía, cuando su mujer entonces era la encargada de la cocina, en la que también destacaban platos como “papas con carne, potas en salsa o el contundente potaje de berros”, recuerda José Rodríguez, quien también destaca que “cuando mi vino no daba, traía uno de Santa Úrsula que gustaba mucho”, afirma mientras nos hace el último café de una máquina que siempre tenía encendida, esperando que regresaran aquellos tiempos en donde en la barra no había hueco.

No sabe exactamente de dónde viene el nombre de La Estación, pero cree que se debe “al antiguo lavado de coches de Sergio Méndez, pues muchos le denominaban la estación”.

Ahora, pese a esa pierna que le trae por el camino de la amargura, José Rodríguez Herrera tendrá más tiempo para atender su gran pasión, su finca de 3.000 metros cuadrados entre La Esperanza y La Laguna, en donde cultiva “naranjas, manzanas, aguacates y papas”. Es consciente de que La Estación ya no regresará porque “la marcha de todas esas empresas de coches, el cierre de cines y la crisis han dejado medio muerto el barrio”.

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