Con el mejor de los aromas en el Puerto de la Cruz

Las mujeres que venden flores en las calles de Puerto de la Cruz cumplen 50 años al frente de una labor encomiable desde el punto de vista turístico y de paisajismo visual
Antes las estrelitzias eran un reclamo de los turistas, pero ahora Nicolasa ofrece una gran variedad de flores a los clientes que la visitan en su puesto. Andrés Gutiérrez

Llevan 50 años ofreciendo sus mejores sonrisas y el mejor de los aromas con cada flor que venden. Si el pintor mexicano Diego Rivera las hubiese conocido, seguramente se habría inspirado en ellas para otro de sus cuadros. Porque la vida, la historia y los motivos por los cuales estas mujeres llevan vendiendo flores en el Puerto de la Cruz desde que eran niñas, se asemeja bastante a lo que el muralista quiso reflejar en su obra Vendedora de flores: que detrás de su belleza y aroma se esconde una dura historia: la de unas pequeñas jóvenes de Los Realejos que por necesidad tuvieron que salir a trabajar y aprovecharon que Puerto de la Cruz vivía la época dorada del turismo.

Nicolasa Hernández Luis es la única que queda del grupo inicial conformado por su hermana Isabel, Antonia y María Rodríguez Linares, Magdalena y Prudencia Torres Grillo, y Encarnación y Pilar Hernández Deura y Regina Hernández Barroso. En el puesto de al lado trabaja desde hace cuatro años una joven, familiar de una de ellas y es la cara del relevo generacional.

Cuando Nicolasa tenía 12 años, su padre falleció. Su madre tuvo que empezar a calar para llevar dinero a casa porque la paga que recibía eran 220 pesetas. Su hermana tuvo una niña y cuando ésta cumplió tres meses se vio en una situación muy difícil, “ya que no tenía ni para comprarle leche”, así que le propuso ir al Puerto, donde nunca habían estado, a vender flores. Eso sí, le advirtió que tenían que decírselo a su progenitora para que se quedara con la pequeña. Tanto le insistió, que ambas aceptaron.

Nicolasa y su familia vivían en una casa vieja, “en la que llovía más dentro que fuera”, bromea, y donde por la noche sentía correr a los ratones de un lado a otro porque el techo era de saco. Su ilusión era ganar dinero para ponerle la plancha. Con eso era felíz porque le tenía y le tiene, “pánico” a esos pequeños roedores.

“Desde niña fui muy luchadora, siempre le doy gracias a dios por eso”, recalca. Porque lo único que quería era tener un techo y siempre le decía a su madre que iba a trabajar para tenerlo. Años después y con mucho esfuerzo, lo consiguió.

Al igual que se puede interpretar en la pintura de Rivera, las vendedoras de flores de Puerto de la Cruz también afrontaron un duro trabajo. Ellas mismas iban a recoger las flores haciendo grandes trayectos para conseguirlas.

Estrelitzias

Las juntaban en Los Realejos y la variedad no era tanta como hoy en día, apenas había claveles, calas (a las que llaman foniles), y ramitos de violeta. Cuando los turistas, sobre todo alemanes, les empezaron a preguntar por las estrelitzias, tuvieron que enterarse donde estaban las fincas e ir en guagua a buscarlas, ya que ninguna tenía coche. “Llegué a traer 200 embarazada de mi hija. Pero no había otra opción, porque antes se vendían mucho y bien. Eran un reclamo”, recuerda.

La unión y el apoyo que siempre tuvieron entre ellas las ayudó a soportar mejor fríos intensos “en los que llegamos hasta el llanto”, confiesa, y lluvias fuertes que muchos días las obligaron a suspender la actividad con el consiguiente perjuicio económico: “Si no estábamos y no vendíamos, no ganábamos dinero”, insiste una mujer de 67 años que nunca pierde la sonrisa.

Pero todos esos recuerdos “y cuando iban a Casa Miranda al baño”, lo evoca con alegría, como si fueran simples anécdotas. Ella se ríe permanentemente, habla con los turistas, chapucea inglés y alemán y por sobre todas las cosas, disfruta de su trabajo, en el seguirá “hasta que dios quiera y el cuerpo aguante”.

Este 2017 las mujeres floristas han cumplido 50 años ejerciendo la actividad y ya son un símbolo en las calles de la ciudad turística. Primero estuvieron en la plaza de la iglesia, después frente al Ayuntamiento, pasaron por la plaza del Charco, y desde hace nueve años y por segunda vez, están en la calle Quintana. Y la intención es que sigan allí. “Aquí es más acogedor y no sientes nunca ese frío tan horroroso que nos carcomía en otros lugares”, enfatiza.

A diferencia de años atrás, hoy ofrecen más variedad, compran en diferentes partes de la Isla, y tienen las flores y las plantas preparadas para que el turista se las pueda llevar, empaquetadas con el plástico adecuado y agua suficiente para soportar el viaje de vuelta sin que se deterioren.

Ellas han cambiado y la actividad también. Como buenas emprendedoras, se han adaptado a los nuevos tiempos. Sin embargo, la labor encomiable que hacen desde el punto de vista turístico y de paisajismo visual, ya que siempre han trabajado al aire libre, se mantiene intacta y con el mejor de los aromas.

Por eso el Ayuntamiento quiso rendirles un merecido homenaje el Día de la Mujer, porque su imagen en fotografías, postales, y folletos turísticos contribuyeron a promocionar internacionalmente a Puerto de la Cruz y a dar a conocer un legado que sigue vivo en la ciudad.

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