“El oficio de agricultor o campesino tiene mucho que ver con el de poeta”

El poeta palmero Ricardo Hernández publica su última y "más personal"obra, 'La piedra habitada'
El poeta palmero Ricardo Hernández Bravo. | DA

Ricardo Hernández Bravo acaba de publicar un nuevo poemario, La piedra habitada (Ediciones La Palma), donde el escritor regresa con sus píldoras literarias para columbrar la condición humana. La presentación de la obra corrió a cargo de Jorge Rodríguez Padrón, una de las voces más autorizadas de la crítica literaria en España. Nada dado a la lisonja, Rodríguez Padrón reconoció que el autor palmero es “uno de los pocos poetas a los que vengo leyendo desde hace años, casi veinte, y a los que sigo con especial interés”. “Si yo tengo a Ricardo Hernández Bravo como a uno de los poetas de lengua española que merece especial consideración es porque no elude, en ningún momento, ni la complejidad del mundo ni la dificultad para decirla”, sentenció el crítico en el acto de presentación que se celebró en El Paso.

¿Cómo es esa piedra en la que habita el poeta?

La piedra habitada intenta resumir la idea central del libro. Su origen fue el concurso Gumersindo Galván de Las Casas, de Breña Baja, en 1997, cuando surgió la idea de un libro con la piedra como hilo conductor. Cómo el hombre va habitando un paisaje, construyendo las paredes, roturando el terreno, para convertirlo en un lugar para vivir. Y a medida que cambia también se va también transformando a sí mismo. Es una especie de poema sobre la épica de la construcción del paisaje”.

La piedra tiene una connotación de dureza, aspereza, ¿así es el paisaje?.

“La piedra es un símbolo de ese paisaje del volcán, caótico, en el que, poco a poco, los que lo hemos ido habitando a lo largo de las generaciones, hemos ido poniendo orden. La piedra es algo que se nos resiste. Pero a medida que la vida va pasando, se va convirtiendo en algo vivo. No es inerte, como en Rubén Darío, sino que siente porque está cargada de la memoria que hemos puesto en ella”.

¿Hay mucho de autobiográfico en este poemario que dedica a su padre?

“Es el libro más personal que he escrito. Aunque no hay referencias explícitas, hay espacios de mi memoria. Mi padre fue de los pocos que no emigró a Venezuela de su generación. Su vida giró en torno al campo y siempre lo tengo como referente de esa gente que ha hecho su vida tallando la piedra. El oficio del agricultor, campesino o pedrero tiene mucho que ver con el de poeta. La minuciosidad con la que trabajan la piedra, buscar la cara, el asiento adecuado, es como ir midiendo cada palabra”.

¿Se considera un tallista de la palabra?

“Anelio Rodríguez habló una vez, al referirse a mis poemas, de la palabra pulida, por mi forma de escribir, que condenso mucho el verbo y trabajo con mimo y con un rigor extremo la palabra”.

La piedra también puede denotar el carácter insular

“Puede ser una metáfora de la isla y de la lucha interior del ser humano para conformar el paisaje de su vida, luchando con los obstáculos”.

¿Hay peligro de que esa piedra se rompa?

“Sobre todo si la ves como algo inerte. Porque la piedra está cargada de vida, de memoria, de intrahistoria: las vidas pequeñas que han pasado dejando allí su huella. Si no respetamos eso, corre el riesgo de quebrase la piedra, el paisaje y la isla”.

Cuando vi el título recordé a César Vallejo y su conocido verso Piedra negra sobre una piedra blanca. ¿Hay algo de Vallejo en su libro?

“Vallejo es muy importante para mí. En este libro no lo sé, la verdad. Pero mi admiración es mucha por su obra. Ha sido siempre un referente”.

¿Quiénes son sus otros refrentes literarios?

Me vienen a la menta infindad de ellos. En poesía española e hispanoamericana muchísimos, pero podría resumirlo al triángulo Vallejo, Gelman y Gamoneda. De los clásicos españoles San Juan de la Cruz y el 27. Mucho también de la tradición europea. Por poner hitos, Ungaretti, Rimbaud, Rilke y la poesía portuguesa desde Pessoa a Nuno Júdice o Daniel Faria. La tradición oriental del haiku japonés con Basho como maestro. De norteamérica Wallace Stevens , William Carlos Williams, Emily Dickinson o la poesía sucia de Bukowski. De Canarias, recortando a lo mínimo, aparte del trío de clásicos Morales, Quesada, García Cabrera, como íntimos pondría a Domingo Rivero, Luis Feria, Antidio Cabal, Félix Francisco Casanova, Leocadio Ortega y la poesía popular con decimistas como Severiano Martín Cruz. De los canarios actuales, tantísimos como Elsa López y Cecilia Domínguez, Andrés Sánchez Robayna, Antonio Jiménez Paz, Coriolano González Montañez, Ernesto Suárez, Pedro Flores, Yapci Bienes, Francisco Javier García Becerra, Rafael José Díaz, entre otros muchos”.

Ricardo Hernández Bravo. | DA

En su anterior libro, Los posos de la sed, dominaban los haikus. ¿En esta obra también?

“Eran poemas con una condensación cercana al haiku. En este libro hay algunos. También hay una décima, como homenaje a la cultura popular”.

¿Por qué esa voluntad minimalista?

“Me encuentro más cómodo en la condensación, en la brevedad, que en lo discursivo. Me gusta por la intensidad que se puede alcanzar. Acabo quedándome en lo esencial. De hecho, conecto más con los autores que tienen la voluntad de trabajar la palabra al milímetro”.

¿Cómo ha evolucionado su obra desde su primer libro, El ojo entornado, de 1996?

“En esto siempre está uno en pañales y nunca tienes la sensación de avanzar en una dirección. Con el papel en blanco siempre te encuentras perdido, pero sí vas teniendo una madurez en el trabajo del lenguaje, en su dominio. En El ojo entornado, muchos lectores me dijeron que se reconocía una voz. Eso te lo dicen desde fuera. Uno siempre está en la batalla de encontrar la expresión adecuada de lo que quiere expresar. Hay una parte de Los posos de la sed por donde quiero seguir avanzando, más reivindicativa”.

¿Poesía social?

“Hay dos constantes en mi poesía: el trabajo con el lenguaje y la vertiente social. No busco cambiar la realidad, sino el reflejo de esa sociedad en la que vivimos”.

¿Ha abandonado la narrativa?

“Siempre he tenido predilección por el relato breve. Hice los cuentos que se presentaron a un concurso, que publicó Elsa López en un volumen. Y he seguido publicando algún microrrelato. Tengo dos o tres que pretendía sacar en una editorial. Yo soy de pocas palabras en la escritura”.

¿Existe un Grupo La Palma de escritores o es una feliz coincidencia afectiva de creadores de la Isla?

“Más bien lo segundo. Hubo un germen de un grupo en torno a las revistas Azul y La Fábrica, y Ediciones La Palma, que hemos seguido vinculados por amistad. En ese sentido se puede hablar de grupo, pero no por tener una estética común, porque somos diferentes”.

¿La producción literaria en La Palma no sería igual sin Elsa López?

“Elsa López, más que una madrina, ha sido una madre literaria. Para todos era el referente. Elsa y Ediciones La Palma era la posibilidad de publicar en la Isla. Era la primera puerta que se te abría”.

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