El periodista y escritor Juan Cruz Ruiz (Puerto de la Cruz, 1948) ha impartido esta semana un taller a los alumnos de Periodismo de la Universidad de La Laguna: Vale la pena vivir para este oficio. Un título que, además de una inequívoca declaración de amor al periodismo, como se ha dicho estos días, puede entenderse como una manera de reafirmar el valor, la función social, de una tarea que vive un tiempo convulso -y confuso-. Pero además, el Premio Canarias de Literatura en 2000, el Nacional de Periodismo Cultural en 2012 o el Benito Pérez Armas en 1972, con Crónica de la nada hecha pedazos, ha estado en la Isla con un nuevo libro bajo el brazo, Un golpe de vida (Alfaguara), en el que la pasión a la que se ha dedicado confluye con el momento íntimo, personal, de alguien que le cuenta a la gente lo que le pasa a la gente.
–Un golpe de vida se iba a titular El oficio invencible, pero, como en la vida, se impusieron las circunstancias. ¿Cómo describiría esa transformación?
“Escribir es la consecuencia de vivir. Si eres un narrador o un poeta, no puedes transformar la vida en una agenda. Si eres periodista, sí. A su vez, el periodista no debe dejar que su vida le cambie un texto. Ha de alejarse de lo personal y contar lo de los demás. A no ser que sea excepcional lo que le haya ocurrido”.
-¿Llegar a la conclusión de que jamás podrá jubilarse del periodismo supone más una aceptación, quizás de lo inevitable, o una forma de rearmarse ante el desasosiego?
“Es una decisión que no está tomada de forma consciente. Las decisiones conscientes se pueden rectificar, las inconscientes provienen de la casualidad, de la historia, de la vida. Mi madre me enseño a leer con una página de un periódico donde venía un suceso que ocurrió en La Palma en 1957. La radio me dio la evidencia de que con el lenguaje se podía romper toda frontera. Y a pesar de que yo era un niño desvalido pero vital, me hice periodista. Mi voluntad hizo que lo fuera. Podía haber sido oficinista en el Puerto de la Cruz, de lo que trabajaba al tiempo que mandaba cosas a Aire Libre. Incluso si tuviera 80 años y paseara por el puente Zurita, y cayese un meteorito, tendría que llamar a un periódico y contarlo. Probablemente no lo escribiría yo, pero tendría la pulsión de dar la noticia”.
-Hay un pasaje en el libro en el que cuenta su regreso a una redacción, la de El País, con 57 años. Habla de ansiedad, de egoísmo, de incertidumbre. ¿Cómo afrontó ese golpe de realidad?
“No me daba cuenta de la edad que tenía. De hecho, nunca he sido consciente de las edades que he ido teniendo. En esa época me dediqué a hacer reportajes larguísimos para El País. Iba a lugares remotos, a playas extraordinarias, a pueblos felices… Si hubiera sabido mi edad, quizás hubiera pedido el retiro o hacer columnas”.
-Ha dicho que este es el libro más verdadero que ha escrito, pero también el que más dolor le ha causado. ¿De qué le han servido esa verdad y ese dolor más allá del desahogo?
“Puede interpretarse como un desahogo, pero creo que más bien es una manera de explicar que el periodismo tiene una frontera, el relato personal. El periodista no puede sustraerse al hecho de que le pasan cosas, y estas pueden ser dramáticas. Al menos desde que murió mi madre, o incluso antes, he escrito de lo que me ha ido ocurriendo. En mis libros, porque rara vez cuento en los periódicos algo que me ha ocurrido a mí”.
-Quien participó en la fundación de un diario como El País ha de tener una perspectiva privilegiada de lo que ha sido este oficio en España al menos en los últimos 40 años. ¿Qué se ha perdido y qué se ha ganado en este tiempo?
“Se ha ganado en agilidad, en medios, en variedad generacional, en referencias, en capacidad para sintetizar… Pero sí, también se han perdido cosas: nos hemos dejado embaucar por las redes sociales para convertirnos en opinadores automáticos. Da la impresión de que somos omniscientes y hablamos lo mismo de Las Teresitas que de un incendio en Moscú; de la posverdad de Trump y de la elección de Macron. Nos movemos como especialistas, no como periodistas. Cuando la televisión francesa daba la palabra durante la noche electoral a expertos en la política del país, en España poníamos a periodistas como yo a hablar de cosas sobre las que sabían tanto como yo; es decir, poco o nada”.
-¿Cómo describiría su peripecia profesional alguien que comenzó de niño en el oficio?
“Desde el atrevimiento. Fui un chico de un barrio, entonces realmente perdido, del Puerto de la Cruz que escribía sus textos a mano y se los mandaba en un sobre a Julio Fernández, director de Aire Libre. Y él no solo los recibía, sino que los publicaba. Incluso puso una entradilla en la que se admiraba de que yo tuviera tan buena sintaxis siendo tan chico. Claro, él no sabía que yo era un gran oyente de radio, porque la radio me dio la sintaxis. El resto ha sido imitar ese atrevimiento hasta hoy”.
-El espacio de la libertad de expresión se ha ampliado, pero también la confusión entre lo veraz y el infundio, cuando no también el insulto. ¿Qué manera se le ocurre para discriminar entre información y todo aquello que no lo es e intenta parecerlo?
“El sentido común y la lectura. Alejarnos de Internet y empezar a tener referencias de las que no desconfiemos, que no sean anónimas ni sean tópicos a base de ser repetidas. Debemos ser activos en eso, incluso en nuestra vida personal. No podemos aceptar que en una discusión se introduzcan lugares comunes para sustanciar los argumentos. Hemos de ser serios, no solo en el periodismo. Algunas de estas cosas vienen en un libro que recomiendo, Sobre la tiranía, de Timothy Snyder. Utiliza ejemplos de barbaridades ocurridas en las entreguerras del siglo XX para explicar fenómenos como los de Putin, Trump, etcétera, que son el núcleo político del desastre que es la divulgación en las redes de elementos aparentemente informativos que no son comprobados por los periodistas. El periodismo está obligado a la verificación. A veces olvidamos que ese es un mandamiento superior”.
-¿Ha faltado autocrítica?
“Bueno, ahora mismo estoy haciendo autocrítica; ese libro es autocrítica; los periódicos tienen fe de errores, y algunos, como El País o La Vanguardia, cuentan con defensor del lector. La autocrítica hay que hacerla cada día, en cada uno de nuestros trabajos, aunque sean menores. No hay generales ni cabos del periodismo: hay periodistas”.
-Y luego, en esta crisis del periodismo dentro de la crisis también está la precariedad laboral. ¿Cómo convencer a alguien que empieza de que, pese a todo, vale la pena seguir adelante?
“Una cosa es la precariedad y otra lo que nosotros hacemos. Si te dejas llevar por ella y desprecias o desperdicias la oportunidad que te da el ser periodista, es probable que la precariedad te agarre sin defensas cuando vengan mejores tiempos. Hay que ser periodista todo el rato. El periodismo es independiente de lo que nos pagan. Leer no tiene remuneración. ¿Dejamos de leer porque no nos paguen? ¿Dejamos de ser buenos periodistas porque nos paguen poco? Ese es otro problema, sindical, laboral… La precariedad está en todos los sectores, pero los periodistas somos muy quejicas. Que alguien haga un reportaje, un buen reportaje, sobre la precariedad de los periodistas. Las empresas deberían tolerarlo. El periodismo no se hizo desde la queja del periodista, sino de lo que pasa en la sociedad. Y si hay que contar lo que le pasa al periodista, pues venga, adelante; pero bien”.
-¿Dejaremos de leer periódicos en papel?
“Yo no, porque en los otros me pierdo. Los digitales son muy prolijos, combinan Macron con macramé, y claro, no me acostumbro. Respeto, por supuesto, a la gente que los prefiere, y de hecho hay webs estupendas, como la del periódico donde trabajo, la del New York Times, la del Washington Post y muchas más, pero a mí me gusta más leer en papel, porque el contenido me lo dan ordenado buenos profesionales”.
-España vive una situación política inédita, donde los grandes partidos han asistido con cierto despiste a la llegada de nuevas formaciones. ¿Este desconcierto también es aplicable a los medios de comunicación? ¿Ha faltado una reflexión que supere lo de la casta o lo de los populistas?
“Me siento decepcionado con la actitud despectiva que Podemos ha exhibido con respecto a los medios, a los periodistas y a los adversarios políticos. Parece que siempre tiene que ganar cualquier discusión, y quien se opone o es indocumentado o es tonto o es reaccionario. Comparto lo que decía Macron tras los resultados electorales, cuando pedía no abuchear a los partidarios de Marine Le Pen, pues tenían derecho a hablar, a expresar su opinión, aunque él iba a trabajar para que no tuvieran motivos para volver a votarla. Yo soy más de Podemos que del PP, pero no permitiría que insultaran al PP, ni al PSOE. Soy más de El País que de otros periódicos, pero no me burlaría de ellos. Escribí un libro que se llama Contra el insulto, y no lo hice por gusto, sino por obligación moral”.
-En usted conviven el periodismo y la literatura. ¿Llegan a entrar en conflicto alguna vez?
“No, nunca. El tono que adopto en el libro para contar en forma de reportaje lo que he vivido en muchos sitios no tiene nada que ver con lo que yo haría como periodista. Como periodista yo no existo. Es cierto que a veces se me escapa un yo o un me, pero seguramente en los artículos, no en un reportaje y nunca en una entrevista. Sé qué lugar ocupo en la mesa. Cuando entrevisto, soy periodista y hago preguntas, no doy discursos”.
-¿Y cómo se las apaña uno, sin poseer el don de la ubicuidad, para compatibilizar radio, televisión, prensa, literatura…?
“Como decía, no sé la edad que tengo. Me duelen los riñones, tengo asma…, pero si ahora me planteas: “Juan, escribe un artículo sobre el libro que tiene ahí el director del periódico”, que creo que es una antología de Luis Feria, pues te hablaría de este poeta; de un poema suyo que es maravilloso, Epitafio en octubre; de la última vez que lo vi en Santa Cruz, comprando dulces… Ahora bien, si me dices: “Escribe sobre la tonga de periódicos que tiene ahí el director”, probablemente sería un reportaje… Te hablaría de Manu Leguineche, que también los acumulaba de esa manera, y de tantos maestros… Uno es periodista, está equipado para todo…”.