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El arduo placer de camino a Santiago

La peregrinación católica más popular de España continúa siendo un auténtico reclamo para las miles de personas que cada año deciden caminar hacia Santiago de Compostela
Peregrina en mitad de una etapa del Camino Francés, de 30 kilómetros. DA
Peregrina en mitad de una etapa del Camino Francés, de 30 kilómetros. DA
Peregrina en mitad de una etapa del Camino Francés, de 30 kilómetros. DA

Con más de mil años de historia, la peregrinación católica más popular de España continúa siendo un auténtico reclamo para aquellos que buscan, en infinidad de kilómetros, las respuestas a preguntas jamás planteadas. El Camino de Santiago, ya sea por motivo religioso o turístico-deportivo, al que así distinguen ahora, congrega cada año a miles de peregrinos llegados de distintos lugares del mundo; desde un grupo de jóvenes texanas con afán bohemio y aventurero hasta un septuagenario asentado en Ginebra de raíces españolas que, ‘sin quererlo’, anduvo durante casi tres meses. Toda nacionalidad (e historia) tiene cabida en cualquiera de las rutas orientadas a la ansiada Plaza del Obradoiro, centro monumental de Santiago de Compostela y encuentro de alegrías, abrazos e incluso, lágrimas por el final de un recorrido inolvidable.

Desde el descubrimiento de la tumba atribuida al Apóstol Santiago en la capital gallega, en el siglo IX, el Camino de Santiago se ha convertido en la senda de peregrinación más relevante de la Europa medieval. El tránsito de innumerables viajeros que, promovidos por su fe cristiana, se dirigían a Compostela desde todos los países del viejo continente, ha servido de punto de partida para el desarrollo social y económico que el Camino ha dejado a su paso. Sin embargo, en 1993, Año Jacobeo -aquellos en los que el 25 julio, Día de Santiago, caen en domingo-, se produjo una especie de resurgimiento peregrinal. Fue entonces cuando la religiosidad y el reto deportivo comenzaron a fusionarse, la búsqueda de lo auténtico y lo vital reinaron en cada etapa y esa magia que muchos dicen que envuelve el recorrido, lo ha hecho, si cabe, más especial.

Se trata de una peregrinación en la que no existe un único trayecto para llegar a la catedral de Santiago de Compostela -o Finisterre, para los más atrevidos-, sino que dispone de una gran variedad de rutas marcadas con la afamada flecha amarilla señalando la dirección correcta: el Camino Francés, desde el país galo, es el más popular y concurrido de 940 kilómetros; el Camino Primitivo, desde Oviedo, y calificado por muchos de arduo por sus 321 kilómetros de constante desnivel; o Vía de la Plata, desde Sevilla con 705 kilómetros, entre otros senderos perfectamente adaptados y señalizados.

Uno de los mojones que señalizan el Camino. DA
Uno de los mojones que señalizan el Camino. DA

TRUCOS DEL BUEN CAMINANTE

El Camino de Santiago se encuentra al alcance de todos y cada uno de los valientes que apuesten por una experiencia diferente y enriquecedora. Es por ello que antes de comenzar la aventura es relevante tener en cuenta que lo que hasta ahora solían ser propósitos ‘vitales’, serán desbancados por otros de suma importancia, tales como una cantimplora de agua fresca, un par de calcetines sin pliegues y un posible albergue al que llamar a la puerta.

Los denominados irónica y coloquialmente como FWP (problemas del primer mundo, por sus siglas en inglés) dejan de tener sentido en un ambiente tan sencillo y puro como es el Camino. El porcentaje de batería en el móvil ya no resulta significativo y el estrés de una jornada a contrarreloj se detiene; es hora de echar a andar… o no. Ya que existen tres tipos de modalidades oficiales en las que se puede realizar el Camino de Santiago: a pie, en bicicleta o a caballo.

Y aunque la opción más común es la primera, cada año son más los que prefieren abrocharse el casco y pedalear. Estos son los llamados popularmente como ‘bicigrinos’, que deben recorrer al menos 200 kilómetros para conseguir la Compostela (certificado expedido por las autoridades eclesiásticas que reconoce la peregrinación), mientras que para el resto de modalidades valdrá un mínimo de 100. Un itinerario que irá marcado por la credencial del peregrino a través de sellos en iglesias, albergues, e incluso, bares del Camino.

En todo caso, cualquiera de ellos deberá seguir las recomendaciones de algún experimentado que facilite trucos y secretos del buen caminante. Una mochila ideal no puede sobrepasar el 10% del peso total de la persona, llevarse consigo tan solo dos o tres mudas y un calzado totalmente preparado para la aventura, es decir, el más usado y desgastado del armario. Así como protectores contra los cambios metereológicos adversos; desde una buena crema solar para los días despejados hasta un chubasquero capaz de superar la repentina ventolera y lluvia propia del norte de España. Y por último, los afamados bastones -ya sean de madera o no- que, a pesar de lo ridículo que puedan parecer el primer día, tras esos 10 kilómetros matutinos, sí ayudan.

Credencial del peregrino sellada durante el Camino Francés. DA
Credencial del peregrino sellada durante el Camino Francés. DA

LUCES, BASTONES Y ACCIÓN

El peregrino -a veces bípedo, otras cuadrúpedo- siempre amanece con el primer rayo de luz, motivado por el refrán de que “a quien madruga, Dios le ayuda”. Por eso, y porque existen albergues en los que, por norma, las habitaciones deben quedar vacías a las 8.00 horas. Y es que con el paso de las etapas, el buen caminante prefiere comenzar la jornada a tiempo para que el sol justiciero de mediodía, sobre todo durante los meses de verano, no impida disfrutar del recorrido.

Cada día es una nueva etapa que concluye en encantadores pueblos en los que el Camino de Santiago se ha convertido en el motor económico. Diminutos núcleos de población donde los más jóvenes han huído en búsqueda de un futuro prometedor y el resto envejece. El paso de los peregrinos hace posible que una cafetería regentada por septuagenarios abra sus puertas cada día o que una viuda, de unos 80 años, interactúe con todo aquel que quiera adquirir una concha de vieira o un bastón de madera.

Sin embargo, la meta diaria es solo el descanso, la tregua. Lo que ocurre en cada trayecto es la verdadera esencia del Camino: compartir kilómetros con una ama de casa sevillana que acude cada año al sendero para perderse y reencontrarse; la ansiada copa de albariño en el único bar del pueblo que, además, tiene vistas; toparse en un sendero con el afamado chef español -también de caminante, pero con un toque vip- que en su día se atrevió a denunciar a Donald Trump; el olor fuerte y puro a flora y fauna que tanto nos priva la ciudad; o la sonrisa de cada peregrino con la que, a pesar de lenguas y nacionalidades, acompaña al saludo oficial: “Buen camino”.

Eso sí, no todo podía ser placer y diversión. Se trata de caminar, pedalear o galopar durante una media de 25 y 35 kilómetros diarios en zonas donde la llanura brilla por su ausencia. Es entonces cuando una ampolla, el calor o el cansancio comienzan a hacer mella en la jornada y la curiosa frase de un caminante cobra sentido: “Existen kilómetros largos y kilómetros cortos”.

¿QUÉ TIENE EL CAMINO?

Quizá podría resultar un desperdicio dedicar las tan ansiadas vacaciones del año al esfuerzo de madrugar y caminar cada día, y no a un descanso más placentero y agradable. Sin embargo, lo que muchos desconocen es el verdadero placer que esconde la sensación de igualdad entre todos y cada uno de los peregrinos. Ese sentimiento de entablar conversación entre etapa y etapa con una editora mexicana de libros infantiles, un agente de la Policía Nacional zaragozano o una ingeniera naval surcoreana en un entorno en el que prima la ropa cómoda, el pelo alborotado y la empatía por compartir un destino que, precisamente, no es Santiago de Compostela, sino el propio Camino. ¡Buen camino, peregrino!

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