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“Estaba en Berlín la noche en la que cayó el muro y por poco no me entero de lo que estaba pasando”

Si las paredes del Parlamento Europeo hablaran, sería un fenómeno paranormal. En esta entrevista, Manuel Medina Ortega demuestra que no cree en las fantasmadas

Manuel Medina Ortega, exvicepresidente del Parlamento Europeo. / FRAN PALLERO

Si las paredes del Parlamento Europeo hablaran, sería un fenómeno paranormal. En esta entrevista, Manuel Medina Ortega demuestra que no cree en las fantasmadas.

-¿El Parlamento Europeo tiene sed de sedes?

“Son tres: Luxemburgo, Bruselas y Estrasburgo. El primer Parlamento se puso en Luxemburgo, que era la sede de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero. Era muy incómodo. Entonces se propuso hacer la mitad de las sesiones en Estrasburgo, donde estaba la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa. Cuando se creó la Comunidad Económica Europea, el   ministro de Asuntos Exteriores belga, Paul-Henri Spaak [uno de los iniciadores de la unión aduanera con los Países Bajos y Luxemburgo, el Benelux], tío de Catherine Spaak [actriz, cantante, bailarina y presentadora de televisión], construyó un edificio para la Comisión de las Comunidades Europeas. Lo pusieron a parir. Lo ofreció gratuitamente. Posteriormente se hizo un edificio para oficinas del Parlamento Europeo y se establecieron comisiones. Hoy, una de las alas del Parlamento en Bruselas lleva su nombre”.

-Los plenos de la Eurocámara son alternativamente en Estrasburgo y Bruselas…

“En Luxemburgo ya no hay plenos. Cuando nosotros entramos en la Unión Europea, visitamos varias capitales. Tenían un Parlamento completo, con hemiciclo y todo, pero no se utilizaba. Querían convencernos de que era muy bueno que el Parlamento Europeo estuviera en Luxemburgo. Claro, había cabida para 480 escaños, o una cosa así. La Unión Europea se ha ido ampliando y ese edificio ya no sirve. Lo han abandonado. Tienen las oficinas de la Comisión Europea del sector económico, el Tribunal de Justicia, una sede del Banco Europeo de Inversiones… En un país de 300.000 habitantes, no hay sitio para más. Como miembros de la Comisión Jurídica del Parlamento Europeo nos reuníamos una vez al año en Luxemburgo con el Tribunal de Justicia de la Unión Europea. Los plenos de Estrasburgo duran cuatro días y los de Bruselas, dos”.

-El trabajo práctico se realiza en la capital de la UE, ¿no?

“Y en Estrasburgo suelen coincidir las reuniones del Parlamento, del Consejo Europeo [jefes de Estado y Gobierno] y de la Comisión, de modo que el acto formal de la firma de un texto legal se hace en esa ciudad”.

-¿No es un gasto excesivo?

“Estrasburgo es la contrapartida a Francia. Esta ciudad [de la región de Alsacia] vive del Parlamento Europeo. Durante las sesiones es una ciudad llena de gente. Vas después y aquello está que casi no ves a nadie por las calles. La Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa no moviliza tanto”.

-¿Cómo se vivió la última fase del proceso de negociación para el ingreso de España?

“Bueno, estábamos muy pendientes. Nuestras relaciones eran sobre todo con la Secretaría de Estado: Manuel Marín, que se convertiría en comisario, Pedro Solbes y Carlos Westendorp. También eran muy frecuentes los contactos con el embajador de España ante la Comunidad Económica Europea, que durante mucho tiempo lo fue el actual ministro de Asuntos Exteriores, Alfonso Dastis”.

-¿Qué fue lo peor?

“A España le fue bastante bien en el proceso de integración. El problema más grave se planteó antes, cuando hubo un boicot de los agricultores franceses. El presidente de la república era Valéry Giscard d’Estaing, que bloqueó las negociaciones. Lo arreglaron entre Felipe González (un encantador de serpientes) y Fernando Morán. Eso se unió a la lucha contra el terrorismo”.

-El famoso santuario francés de la banda terrorista ETA…

“Fueron dos pactos simultáneos que fraguaron Felipe González y François Mitterrand, con los dos embajadores. Hubo una colaboración muy eficaz”.

-Jacques Delors era otro de los valedores…

“Sí, el presidente de la Comisión. Realmente, la voz cantante la llevó Francia. Había que superar ese obstáculo.Delors es un hombre muy inteligente, muy fino. Sabía cuáles eran sus limitaciones y empujaba”.

-¿Cuáles han sido las mayores discrepancias dentro del grupo Socialista?

“Especialmente, en cuestiones agrícolas. España y Francia van juntos. Felipe González estableció unas reuniones mensuales de los ministerios franceses con los ministros españoles”.

-¿Qué mandatarios determinaban el ritmo del pedaleo?

“La mejor relación personal fue la del triunvirato González-Mitterrand-Kohl. Felipe González logró un protagonismo desmesurado para lo que era España. Era un líder con unas ideas muy claras, muy sencillas, con unas grandes dotes de relaciones sociales. Mitterrand dijo aquello de que le gustaban tanto los alemanes que prefería dos Alemanias. Helmut Kohl le pidió a Felipe que hablara con el presidente de Francia”.

-En la noche del jueves 9 al viernes 10 de noviembre de 1989 ocurrió un acontecimiento que cambió el rumbo de Europa…

“La caída del muro de Berlín. Fue un carnaval. Yo era presidente de la delegación socialista en la Comisión Jurídica del Parlamento Europeo. Cada comisión se reunía una vez al año en Berlín, rodeado por la Alemania oriental. El Bundestag [hoy acoge al Parlamento federal] estaba todavía bajo los efectos de la guerra mundial. Habían habilitado unos cuantos despachos. Las sesiones eran del martes al jueves. Fui a muchas reuniones. El edificio está al lado del muro de seguridad, levantado el 13 de agosto de 1961. El cuerpo de tambores de la policía oriental ensayaba debajo de las ventanas. Desde que llegabas hasta por la noche estaban con el machacón pum, pum, pum… ¡Una pesadilla!”.

-Se barruntaba algo…

“En el verano del 89 se produjo una pequeña crisis en Europa del Este, cuando Hungría y Checoslovaquia permitieron a los alemanes circular hacia Occidente. Nosotros habíamos concertado una cita con la oposición al Gobierno de la RDA. El único partido no reconocido era el socialdemócrata, para que no lo confundieran con la oficialista Unidad Socialista Alemana. Por un lado, conseguí que nos invitara el Parlamento de Alemania oriental [la Volkskammer] y, por el otro, organizamos un encuentro en una cafetería abierta a la calle. El presidente de la Comisión de Asuntos Jurídicos del Parlamento Europeo era un diputado cristiano demócrata alemán, hijo del coronel Claus von Stauffenberg, de la operación Valquiria. Le puso una bomba a Hitler, que se salvó de milagro. Entonces, Manfred nos preparó una visita a Berlín oriental. Era de película de propaganda anticomunista: la gente mal vestida, policías rusos, soldados… Llegamos a las dos de la tarde al Parlamento. Aunque cruzamos por un control especial, tardamos una hora. Nos subimos a los coches y en la Cámara nos recibió el secretario, una persona muy educada: ‘Perdonen, lo siento, es que el Gobierno acaba de dimitir y los diputados se han ido a sus circunscripciones’. Bajamos a la cafetería, unimos varias mesas -los camareros nos miraban horrorizados- y nos reunimos con los socialistas clandestinos. Salimos de allí muy contentos. Nos tomamos unas cervezas en un bar cercano y, con gran sorpresa por mi parte, los policías nos cedieron el paso sin control ninguno. Asistí en primera fila a la caída del muro y por poco no me entero. En el hotel, en la Kurfürstendamm (la calle principal de Berlín occidental), sentí un ruido tremendo, con pitidos y tal, me asomé a la ventana y vi la avenida llena de Trabant [el coche popular de la Alemania comunista]. Me vestí y salí. Aquello era una fiesta en orden. Repartían dinero a los que entraban. ¡Un ambiente estupendo! Estaban asombrados. Al día siguiente no había taxis. Tuve que ir andando, arrastrando la maleta, con ruedas, desde el Bundestag hasta la Embajada de España. Ignacio Sotelo [politólogo y sociólogo] me llevó al aeropuerto”.

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