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“He llegado a pensar en pedir ayuda internacional para la gente necesitada de Canarias”

A sus 81 años, África Fuentes sigue presidiendo la ONG del barrio García Escámez que cada viernes reparte comida y ropa a miles de personas desfavorecidas de Santa Cruz
África Fuentes, a sus casi 81 años, no tiene pelos en la lengua y solo se debe a los más necesitados. / F. P.

Está convencida de que una fuerza superior la acompaña y la guía desde que era pequeña. Admite que durante mucho tiempo no se atrevió a llamarlo Dios pero que, con el paso de los años, ha podido darse cuenta de que así es: “Vive dentro de mí y es quien me da fuerzas”. Un coraje, el de África Fuentes, que la ha llevado a sus casi 81 años, a ser un pilar fundamental en su comunidad, la de García Escámez, donde al frente de la asociación presta ayuda a los que más lo necesitan, ya sea con comida, ropa o simplemente escuchando. Cada viernes hace entrega de los lotes que el Banco de Alimentos les da a entidades como la que preside África. Entregas en las que también incluye yogures o fruta y verdura fresca que otras entidades colaboradoras les hacen llegar. El día que África recibe a DIARIO DE AVISOS llega una treintena de compras que envía Carrefour. Lo hace a diario, admite África.

Aunque la han reprendido por decir a DIARIO DE AVISOS que nunca antes había visto tanta necesidad, “ni en tiempos de la guerra”, se reafirma: “Es la verdad”. Una situación que, admite, la llevó, incluso, a plantearse pedir ayuda internacional para Canarias. Lo comenta con naturalidad y reconoce que desde instancias oficiales la hicieron desistir de su idea. “Tengo los enlaces para entrar en un periódico de Noruega, que es de los mejores, y pensé en poner allí una petición de ayuda para Canarias”. Al final, le pusieron tantas trabas y “frenos” que optó por no hacerlo. Cuando se le pregunta por qué tanta dedicación, la misma que le ha valido la Medalla de Oro al Mérito Civil, que recogió de mano de los Reyes, recuerda que solo está cumpliendo la promesa que se hizo a sí misma hace muchísimos años. “Nadie va a pasar hambre si yo puedo evitarlo”. Y es que, si hay alguien que sabe lo que es la necesidad, esa es África.

Dura niñez

“Nací de penalti”. Así empieza África el relato de su infancia. Se remonta a esa época en la que los “señoritos” disponían de las “sirvientas” como si de un bien más de la casa se tratara. Ella, la primera de muchos hermanos fue desterrada a vivir lejos de su madre. “Me mandaron a San Roque, en La Laguna”, cuenta. “Allí vivía sin luz, sin agua, en unas cuevas, durmiendo en el suelo”. Lo del hambre y comer solo lo que le traía una tía una vez a la semana, lo cuenta como si fuera lo menos importante. “No tenía miedo, algo me protegía y me hacía ser fuerte”.

Su madre siguió teniendo hijos con su padre así que, al final, “se pusieron a vivir juntos”. Y entonces la mandaron a buscar. Recuerda su viaje a Santa Cruz como una auténtica aventura. “No había estado con más personas, ni visto cosas como el tranvía y mucho menos sabía lo que era un grifo”. Esto último le valió la primera bofetada de su padre. “Llegué a la casa y para mí era todo nuevo. Cuando vi el agua saliendo del grifo no me pude contener y lo abrí pero, no sabía cerrarlo”. En eso llegó su padre a la cocina. “Me arreó una bofetada que me saltaron los dientes”. Lo cuenta África con una naturalidad pasmosa, quizá por los años que han trascurrido. Fue la primera de muchas, admite. “Acepto lo que me pasó”, dice sin resentimiento.

Creció, se casó, tuvo seis hijos. Junto a su marido, Perea, al que le diagnosticaron un cáncer y le dieron tres meses de vida, pero que le duró “20 años”, inició su labor de ayuda a los demás y hasta la fecha. “No se qué esperan las administraciones dando 100 euros cada tres o cuatro meses para que familias con cuatro niños compren comida”, lamenta.

Asegura que hay gente que no acude a los Servicios Sociales porque tienen miedo de que les quiten los niños y habla de los trabajos paupérrimos, de esa clase media que le da vergüenza pedir comida o cómo los que mandan saben que hay pobreza pero, no quieren decirlo en voz alta.

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