mis queridos amigos y enemigos

Ramón García Marichal, el púgil de las piernas de oro

Disputó 14 veces el título de España y tres el de Europa
Ramón García Marichal
Ramón García Marichal
Ramón García Marichal

Dueño de un estilo prodigioso, este gomero nacido en Hermigua hace 66 años, disputó en catorce ocasiones un título de España y tres veces otro de Europa. Una vez tuvo el cetro continental en la mano, pero un cabezazo (recomendado por Barrera Corpas desde el rincón) le impidió vencer al francés Roland Cazeaux y alzarse con el cinturón europeo de los ligeros júniors. Eso sí, para siempre quedará su estilo inconfundible.

Ramón nunca hablaba de dinero, mientras boxeó, pero sí le decía a su amigo, el crítico Antonio Salgado: “Esta vez la bolsa me da para poner dos ventanas de mi casa”. El boxeo no le dejó secuelas: lo hacía tan bien que sus adversarios apenas lo tocaban.

Tuvo que ser Corpas, desde el rincón, agazapado junto a Urbano López, quien le gritara: “¡Dale un cabezazo, Ramón!”. Y Marichal, que no había matado nunca una mosca, cayó en la trampa. Jugó sucio. Lo amonestaron los jueces y le quitaron dos puntos frente al francés Roland Cazeaux, en la plaza de toros de Santa Cruz. Fue suficiente para que las cartulinas de los árbitros dictaminaran combate nulo. Y el francés era el dueño del título, que siguió en su poder. Así se desvaneció todo un sueño. Era un miércoles 16 de junio de 1976. En el recinto no cabía ni un alfiler. Yo trabajaba entonces en Televisión Española, y en el vespertino La Tarde, si no me equivoco.

Sostiene Salgado que si Marichal hubiese tenido pegada, sin duda habría sido campeón del mundo. Era dueño de unas piernas de oro. Comenzó a boxear con Valencia, aquel preparador iletrado que le decía a sus pupilos: “No se quiten la coquilla (protectora de las partes blandas) porque sus rivales pueden ocasionarle ¡un desprendimiento de retina!”. Valencia inventaba palabras: a la hecatombe le decía hecatómbole. Hoy se la hubiera colado a la Academia.

Fue el preparador Gaspar Santa Cruz quien condujo a Ramón Marichal por la senda del éxito. Luego, Urbano López. Marichal sigue siendo hoy aquel caballero dentro y fuera de los rings. Se gana aún la vida como pintor, o al menos hasta hace muy poco tiempo, gracias a una pequeña empresa, muy seria y cumplidora, que él mismo montó.

Es un hombre afable, amigo de sus amigos, tímido si quieren. Alain Lefort le impidió conquistar otro campeonato de Europa, también en 1976, esta vez en Francia. Y, finalmente, Carlos Hernández, en la plaza de toros de Santa Cruz, en 1978, le negó otra vez, y fue la tercera, la gloria continental.

PESOS PLUMA Y SUPERPLUMA

Ramón Marichal disputó 14 campeonatos de España, en los pesos pluma y superpluma. Y vaya si ganó combates: 44, once de ellos antes del límite. Hasta peleó con Bisbal, el padre del cantante, en un combate celebrado en Almería que fue comprado: los jueces tenían que dar ganador al rival. Manolito, el del bar Imperial, oyó perfectamente cómo vendían a su amigo Ramón.

Su carrera boxística estuvo llena de éxitos. Fabricó su casa, ladrillo a ladrillo, con lo que le dio el boxeo. No se gastaba un duro que no fuera para levantar las paredes que conforman su hogar. Y tres veces lo dejaron en el limbo: Uco Lastra, que luego fue campeón del mundo; en otra ocasión, en Italia, lo mandó a la lona Joey Gibilisco, entonces campeón de Europa; y el propio Carlos Hernández.

Cuando le pregunté por su pelea más dura, Ramón no dudó ni un momento: “Contra el brasileño Heleno Ferreira; lo trajeron aquí como un paquete y resulta que había disputado más de cien combates como profesional y que luego fue tres veces campeón del mundo”.

Comenzó a boxear en 1966, en Tenerife. Y no olvida sus cruces de golpes con otros boxeadores. Era la época dorada. Los tiempos de Sombrita, de Barrera Corpas, de Mena, de Tony Falcón. Marichal se mantiene físicamente muy bien y recuerda su último combate: fue en Vigo, ante Carlos Miguel Rodríguez, por el campeonato de España, en abril de 1982. Luego vino el retiro.

Quizá alargó demasiado su carrera, pero lo cierto es que este púgil de las piernas de oro y cintura prodigiosa no sufrió demasiados golpes que le hayan perturbado la mente. Ramón Marichal ponía en pie a los espectadores -a mí, el primero–, enardecidos con sus fintas, con su valentía y su capacidad para escapar de los golpes del contrario. Era un estilista, un artista sobre el ring. Los rivales se desesperaban porque no podían tocarle la cara.

Marichal se entrenaba para los grandes combates en el gimnasio que los Rodríguez López montaron en La Gomera para Sombrita. Lo llevaban en la avioneta hasta su aeródromo particular y en la finca de Tecina entrenaba Ramón y se ponía a punto para sus combates. Fue uno de los niños mimados de esa familia, mecenas del boxeo tinerfeño.

REVISTA ‘EL GRÁFICO’

Marichal siempre sonreía; y aún hoy. Muchos años después de aquellos tiempos nos vimos de nuevo, para un reportaje en la revista El Gráfico, de ya lejana memoria. La mejor revista deportiva que ha existido jamás en Canarias y de la que sólo fueron editados 10 ejemplares. Era demasiado buena para una tierra como esta que lo desprecia casi todo. La ausencia de publicidad hizo inviable que siguiera viviendo. Y yo, como siempre, luchando solo por un ideal, como lo fue Radio Burgado, la revista El Burgado o Radio Ranilla, era su editor. A veces no son buenos esos lobos solitarios del periodismo, que lo quieren hacer todo. Quizá hubiera sido mejor asociarme con un mecenas, como la familia Rodríguez López.

El mejor biógrafo de Marichal ha sido Antonio Salgado, que en 1980 publicó un texto en el que el púgil contaba su vida en primera persona. Sus combates, sus hazañas deportivas, aquel golpe de Nino Jiménez que le fracturó tres costillas y, sin embargo, terminó el combate siendo campeón de España. Cuando curaron a Marichal, el médico no se lo creía. En el peso pluma, o en el ligero júnior, Marichal lo ganaba todo. El vestuario siempre era una reunión de amigos. Mi querido Ricardo Tavío, tristemente fallecido, fue testigo frecuente de aquellas tertulias, antes y después de las peleas. Los rivales de Marichal se desesperaban porque los frenaba con golpes muy flojos, pero nunca llegaban a su posición sobre el ring.

Desde el año 70 yo seguí todos sus combates. Hacía de este deporte rudo un arte. Un arte en el que no se notaba para nada la violencia física. Lástima que ante Cazeaux le hiciera caso a Corpas, agazapado en su rincón: “¡Dale un cabezazo, Ramón!”, gritaba el de Candelaria. Y Marichal, una pena, cayó en la trampa burda propuesta por su amigo, creyendo que le hacía un favor. Quien no cayó en la trampa fue el árbitro, que vio la maniobra y escuchó a Corpas y le quitó dos puntos. Iba ganando el combate. Al final, nulo y el título se quedó en poder del francés.
Después de tantos años volví a ver y a fotografiar a Marichal. Nos dimos un abrazo. Y hablamos para El Gráfico en la plaza de Ireneo González de Santa Cruz, frente a la ya vieja Radio Burgado.
Este hombre comenzó vendiendo periódicos, porque en su casa no había para comer y eran cinco hermanos. Fue su madre la que los sacó adelante a todos. Subió por primera vez a un ring a los catorce años. Cuando disputó su primer combate, su licencia estaba falsificada: en ella rezaba que tenía 17 años cuando acababa de cumplir los 14.

TROFEOS

Ramón tiene en casa sus trofeos, algunos enormes. Pesaba poco en esa época y después del esfuerzo de los combates le costaba levantar las copas ganadas. Era un muchacho noble y bueno y ahora, con su edad, sigue siendo un caballero, un trabajador nato, el hombre que paseó su elegancia por todos los escenarios de España. Guardo algunos recuerdos de aquella época con verdadero orgullo, entre ellos una entrada de su combate con Roland Cazeaux, el miércoles, 16 de junio de 1976, en la plaza de toros de Santa Cruz, que ya no es plaza de toros ni es nada sino un viejo recinto inservible y en ruinas. Aquí, en esta tierra, catalogamos las ruinas, pero no hacemos nada por evitarlas.

Hace ya muchos años de todo ello, pero al púgil de las piernas de oro le quedan los recuerdos, de cuando el boxeo era boxeo y no como el de ahora, cuyos protagonistas parecen monos que dan saltos sobre el ring, saltos mortales, y golpean a los rivales con puños y piernas. Esto no es boxeo, es otra cosa.

FIGURAS

Lástima que se haya perdido la afición por este deporte en Canarias y singularmente en Tenerife. Figuras como Sombrita, Tony Falcón, Ramón Marichal, Miguel Velázquez, Barrera Corpas, ya no suben a los rings. Casi todos ellos pueden contar sus historias de gloria, porque siguen vivos. A Miguel lo veo casi siempre en la calle Villalba Hervás, en una tertulia de amigos. Corpas está muy mermado de salud. Y a los demás les he perdido la pista. Sombrita, tristemente, murió hace años. Si no recuerdo mal terminó su vida laboral trabajando en los muelles de Santa Cruz. Era otro fuera de serie.

En fin, que me apetecía hacer esta semblanza de Ramón Marichal, un estilista, un gran deportista, un amigo. Lástima que no se encuentre entre nosotros su más fiel seguidor: Ricardo Tavío Peña, que no se perdía un combate de Marichal, ni aquí ni en ninguna otra parte. Lo seguía con verdadera devoción.

La crónica y el recuerdo acaban aquí, pero existe el hombre. Existe el artista que fue capaz de escribir no una sino muchas páginas de oro en el deporte español. Siempre con la sencillez y la modestia como banderas.

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