mis queridos amigos y enemigos

Churchill en el Puerto de la Cruz: otro pedazo de mis memorias

Quien más sabe en Canarias de Sir Winston Churchill es el abogado e inspector de Hacienda en excedencia, mi buen amigo Miguel Cabrera Pérez-Camacho, a quien le regalé el catálogo de la exposición Churchill en España, que fui a ver expresamente a Madrid
Sir Winston Churchill baja las escaleras del Lido San Telmo portuense. El periodista Domingo de Laguna ya había sido relevado de la ayuda. DA

Quien más sabe en Canarias de Sir Winston Churchill es el abogado e inspector de Hacienda en excedencia, mi buen amigo Miguel Cabrera Pérez-Camacho, a quien le regalé el catálogo de la exposición Churchill en España, que fui a ver expresamente a Madrid. Porque Miguel, repito, es quien más sabe de la vida de Sir Winston, pero no me gana en admiración por él. Miguel, incluso, posee una caricatura muy valiosa del premier, que me parece que encontró en Portobello.

Todo lo que les cuento vale también para mis memorias, ya les dije que obligadas por los amigos. Churchill vino a Tenerife el 21 de febrero de 1959, en el barco de Aristóteles Onassis, en compañía del armador griego y de su esposa Athina y, por supuesto, de la mujer del político, lady Clementine. Con un escaso séquito, además de la tripulación del Christina: un ayudante-secretario y un sargento de Scotland Yard, que le servía de escolta.

Lo mejor que podían hacer en esa época era girar una visita al Puerto de la Cruz, que empezaba a transformar sus Llanos de Martiánez en sede de excelentes hoteles y a convertirse en un emporio turístico. Ya estaban aquí los primeros suecos, más la colonia británica y alemana que residía en el Puerto de una manera estacional. Churchill se dejó ver enfundado en un abrigo, que no se quitó en ningún momento. En el Lido San Telmo, concesión municipal litoral a José Manuel Sotomayor y a David Gilbert, un antiguo piloto de la RAF, judío, intentaron tocar unos pocos años después The Beatles, menos John Lennon; y Gilbert no los dejó “por melenudos”. Allí llegaron, pues, el político, el armador y su séquito. Onassis, que pagó la cuenta, dejó 1.000 pesetas de propina al camarero que los atendió, una cantidad que triplicaba su sueldo del mes.

Yo, en el 59, tenía 12 años, pero recuerdo perfectamente que Isidoro Luz, inolvidable alcalde, hizo reconstruir a José Manuel, mi tío, el viejo muro del fortín de San Telmo, que éste derribó para que aparcara más cómodamente el séquito de Churchill: dos coches del Cabildo, uno de la Policía Armada y un taxi de la prensa en el que viajaban, entre otros, don Luis Álvarez Cruz, Domingo de Laguna y Luis Ramos, que seguían al gran político inglés. Junto a los fotógrafos Garriga y Benítez. Baeza residía en el Puerto. Seguimiento infructuoso, porque Churchill se limitó a saludar a las Islas y a los isleños. Estaba muy mayor, tenía ya 84 años -el estadista murió a los 90; había nacido en 1874-. Por entonces quien escribe sentía una gran curiosidad por todo lo que ocurría en mi pueblo; y ocurrían algunas cosas. Mi vena de periodista nació muy pronto. Sentía una terrible curiosidad por todo lo que me rodeaba, leía de pe a pa las magníficas entrevistas que don Luis Álvarez Cruz, luego profesor mío en la Escuela de Periodismo de La Laguna, realizaba a los personajes más importantes que recalaban en la isla de Tenerife, sobre todo por mar: premios Nobel, escritores famosos, políticos. Don Luis era un gran entrevistador, lo mismo que lo fue Vicente Borges, otro grande de la prensa local.
Yo he leído mucho sobre Churchill: varias biografías, su libro del viaje por África, hasta las cataratas Victoria y su participación en la guerra de los “boers” ya no me acuerdo de qué manera, pero sí sé que como periodista y que luego escribió un libro sobre sus experiencias en Sudáfrica. Era corresponsal de un diario británico.

Inauguración de la avenida del Generalísimo. A la izquierda, el gobernador, Santiago Galindo; en el centro el teniente general López Valencia y el padre Lucinio García de la Cuesta. El monaguillo es Andrés Chaves, junto a don Juan Ravina, presidente del Cabildo. DA

IMELDO BAEZA Y SU CÁMARA

Fíjense que yo tenía 12 años cuando vi a Churchill salir del Lido San Telmo. Allí estaba, con su cámara, don Imeldo Baeza. Ha sido la foto más publicada de Churchill yo creo que de la historia. Siempre echamos mano de ella cuando hablamos del premier en el Puerto de la Cruz.

El periodista Domingo de Laguna fue tan osado que, al ver que el líder tenía ciertas dificultades para bajar las escaleras del Lido San Telmo, le ofreció su brazo y éste lo aceptó. Domingo no tenía ni pajolera de inglés; ni siquiera de español, aunque esto último es un poco exagerado. También estuvieron por los alrededores Trino Garriga el viejo y Adalberto Benítez, pero la mejor foto fue la de Baeza, cuando Churchill abandonaba las instalaciones del Lido San Telmo. Esa foto dio la vuelta al mundo. Aquí la tienen ustedes.

Entonces yo era alumno del Colegio de los Agustinos. Por esa misma época, cuando fue inaugurada la avenida de Colón, acudí al lugar para ayudar al padre Lucinio de la Cuesta, sacerdote agustino, un gran pintor, luego exclaustrado y casado, a bendecir la avenida dedicada al general Franco. Le he perdido la pista. Él fue quien bendijo esa calle, hoy llamada absurdamente de la Familia de Bethencourt y Molina; digo que absurdamente porque Agustín de Bethencourt, uno de los hijos más preclaros del Puerto de la Cruz, ingeniero en España y en la Rusia de los zares, fundador de la Escuela de Caminos, Canales y Puertos de Madrid, inventor, ya tiene una calle y una estatua, que por cierto habrá que cambiar de ubicación porque ahora la tapa un kiosco de revistas; y no es cosa. Pues yo fui el monaguillo de aquella importante ceremonia. Y en la foto de Baeza, que también publicamos hoy, me pueden ver junto al gobernador, Santiago Galindo Herrero, que fue quien recibió a Churchill; al teniente general López Valencia, a la sazón capitán general de Canarias; y a otras autoridades, entre ellas el entonces presidente del Cabildo, don Juan Ravina Méndez. Desde chiquito, por lo que ven, aprendí a alternar con personalidades ilustres. Claro, ya tengo muchos años, me acuerdo de todo, sobre todo cuando veo fotos de la época. Esta, por ejemplo, de la que les hablo, llama la atención a todo el mundo. Yo, con doce o trece años, un mocoso, entre tanta autoridad y escrutándolo todo con ojos asombrados. La tengo en casa, en mi despacho, porque me llama la atención el momento: nada más y nada menos que inaugurando la principal vía portuense, hoy deteriorada por edificios que se están cayendo, como el hotel Martiánez y el edificio Líder. Qué pena. Mejores los tiempos del gran alcalde Isidoro Luz y Cárpenter.

También seguí el rastro de Churchill en Madeira. En Cámara de Lobos desplegó sus caballetes y dejó algunos cuadros hermosos que cuelgan en algunas casas de familias “bien” de la isla, adquiridos en subastas. Churchill era un buen pintor, tomaba apuntes y pintaba cuadros muy coloristas. También viajó en el “Christina”, en aquel año de 1959, a Gran Canaria y a La Palma. Apenas estuvo un día en cada sitio. El historiador Nicolás Lemus, que también ha seguido los pasos de Churchill en Canarias, sostiene que estuvo varias veces en las Islas, si bien en ocasiones no se bajaba del barco. Le ocurría lo mismo que a mí: cuando hago un crucero, donde mejor estoy es el barco, no haciendo excursiones interminables y molestas, en las que hay que patear mucho.

ONASSIS

Como pueden ver, todo esto forma parte de mis memorias. Churchill y Onassis, que era su anfitrión en el yate, intentaron viajar de Santa Cruz al Puerto de la Cruz en un pequeño jeep que traían en el barco, un jeep Austin parecido a aquellos patrulleros pequeñitos que tenían los guindillas de Santa Cruz. Pero al ex premier le dio frío y entonces el Cabildo (don Juan Ravina lo presidía, como he dicho) les prestó su automóvil presidencial e hicieron el viaje en aquel cómodo vehículo, conducido por el chófer del Cabildo, con el sargento de Scotland Yard junto a él y los dos ilustres viajeros en el asiento de atrás. Le seguía otro coche del Cabildo con las señoras de ambos y el secretario de Sir Winston, al que la isla no le importaba mucho, pero sí la importancia geoestratégica de Canarias. No hay que olvidar que Sir Winston Churchill había sido primer Lord del Almirantazgo y había ayudado -y mucho- a ganar la segunda guerra mundial. Es autor de muchas frases, pero yo guardo una muy dentro: “El éxito es la capacidad de ir de fracaso en fracaso, sin perder el entusiasmo”.

Era alcalde de la ciudad de Santa Cruz Gumersindo Robayna Galván y gobernador civil, poncio por tanto, Santiago Galindo Herrero, a quien luego bautizaron como “el pequeño mundo”, porque en esa época salió del sur de Tenerife un globo, con la intención de llegar a América. El globo se parecía mucho al gobernador, que era rechoncho y gordito. Una buena persona que luego acabó como alto cargo de Telefónica. Quería mucho a esta isla.

Bueno, pues aquí tienen otro capítulo de mis memorias. No sé cuánto van a durar. Porque tampoco sé si seguir contando todo esto o volver a la entrevista. Admito sugerencias. Como he cultivado todos los géneros del periodismo, me da igual entrevistar a alguien interesante o contar lo que me ha pasado. Porque me han pasado muchas cosas, más de las que imaginan.

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