
En una de las laderas del imponente barranco de Las Angustias, se encuentra la Hacienda del Cura o Los Camachos, como se conoce al único pago de la Caldera de Taburiente. Un espacio que hoy está casi deshabitado, pero que en su momento albergó a un nutrido grupo de vecinos, pertenecientes la mayoría a una misma familia, que supieron convertir aquel terreno “inhóspito”, conocido como el Lomo de Las Piedras, “en una tierra fértil y productiva”.
Francisco Leal Páez acaba de publicar una obra sobre este singular pago, fruto de la minuciosa labor de investigación y recopilación durante medio siglo de testimonios orales de los moradores del poblado, al que se unió sentimentalmente tras casarse con una de las descendientes del hombre que fundó el poblado, Domingo Lorenzo Camacho, al comprar esta finca en 1873, al sacerdote Miguel Febles Fonte, que había recibido los terrenos de la Diputación para uso como dehesa de las personas más necesitadas. Lo cierto es que el clérigo registró a su nombre los terrenos, los cultivó y construyó una vivienda.
La Hacienda del Cura prosperó bajo el trabajo de esta familia, los Camacho, donde se cultivaba uno de los tabacos de más calidad que daba La Palma. El aislamiento en el que vivían, dadas las difíciles comunicaciones con el núcleo de Los Llanos de Aridane, les hacía mantener una economía de autoabastecimiento. “Solo compraban el pescado y la sal, que le traían las barqueras de Tazacorte”, recuerda el autor de la obra.
Un espacio tan aislado propiciaba también el surgimiento de costumbres singulares y marcadas por el marco geográfico que dominaba este espacio. Así, el autor detalla aspectos muy curiosos en la obra, publicada por Cartas Diferentes Ediciones, relacionadas con la medicina natural, los festejos, las costumbres en el trabajo o dichos y rezados. Todo un compendio etnográfico de un micromundo a las puertas de la Caldera de Taburiente.
Pero , como señala el autor, “la preocupación por el porvenir de las nuevas generaciones así como la crisis del tabaco que se inicia en 1966 debido a la plaga del moho azul fue el motivo por la que la tercera generación de la familia Camacho comenzara a abandonar gradualmente el pago, trasladándose, sobre todo, a Los Barros”. Fue en 1982 cuando el último de los vecinos abandonó la Hacienda del Cura y prácticamente “desapareció, después de siglo y medio, como núcleo poblacional estable”.

Sin embargo, el autor destaca que hoy en día se han rehabilitado muchas de las casas para turismo rural y ocio y las antiguas plantaciones de tabaco se han sustituido por el cultivo de aguacate. “Lo más relevante es que, tras más de una treintena de años de despoblamiento, se ha salvado de su desaparición y se ha devuelto el sabor rural que, en un tiempo no muy lejano, presumió el poblado”. En los últimos años, además, se ha asentado una familia de manera permanente en el caserío.
Capítulo aparte merece la atención que el investigador presta a este caserío como testigo de la tragedia de la Guerra Civil, dado que en su entorno se escondieron muchos de los alzados que huyeron al monte para ocultarse de las fuerzas franquistas. El autor destaca que estos alzados, de hecho, eran “personas conocidas con quienes los vecinos no dudaron en compartir mesa, en especial a la hora de la cena”.
Si bien, añade que “al iniciarse la persecución por parte de las milicias falangistas, los vecinos por miedo a represalias pidieron a los huidos que no acudieran a sus domicilios; los socorrerían como hasta entonces, pero con el depósito de provisiones en lugares convenidos como en Lomo Alto, lugar al que los Camachos se desplazaban a diario en busca de pastos para el ganado y atender frutales”.
Con todo, el relato que quedó marcado durante mucho tiempo en la memoria de los habitantes del caserío fue, según contrastó con varios testimonios el autor, “el de un hombre muerto, ya concluida la guerra, colocado transversalmente sobre la albarda de un mulo, con el que los falangistas, a pleno día, atravesaron la Hacienda del Cura”.




