conversaciones en los limoneros

Eligio Hernández: “Los nacionalistas catalanes no quieren diálogo, sino imponer sus tesis”

gobernador civil, delegado del Gobierno, diputado regional, miembro del Consejo General del Poder Judicial, miembro del Consejo de Estado, académico de la Canaria de la Lengua, abogado parcialmente jubilado
Andrés Chaves (izq.) entrevista a Eligio Hernández, ex Fiscal General del Estado / Sergio Méndez
Andrés Chaves (izq.) entrevista a Eligio Hernández, ex Fiscal General del Estado / Sergio Méndez
Andrés Chaves (izq.) entrevista a Eligio Hernández, ex Fiscal General del Estado / Sergio Méndez

Es imposible resumir el currículo de Eligio Hernández Gutiérrez. Imposible, porque es muy grueso. Sí diré que Eligio es uno de mis compañeros de estudios más queridos. Que antes que juez quiso ser profesor universitario, “pero pronto me di cuenta de que, si quería formar una familia, eso no me daría de comer”. Y luego se empeñó en ser juez, tras licenciarse en Derecho, con un primer destino en Icod. Eligio me trae a Los Limoneros un libro, dedicado. Es el último (hasta ahora) del profesor Alejandro Nieto, que en nuestros tiempos de La Laguna era catedrático de Derecho Administrativo. “A mi entrañable amigo Andrés Chaves, con mi profundo y sincero afecto”, escribe Eligio. El libro del catedrático emérito de la Complutense se titula Testimonios de un jurista (1930-2017). El profesor Nieto es uno de los referentes de mi interlocutor.

Vamos a hacer un breve apunte biográfico: gobernador civil, delegado del Gobierno, diputado regional, miembro del Consejo General del Poder Judicial, miembro del Consejo de Estado, académico de la Canaria de la Lengua, abogado parcialmente jubilado. Cuentan que, siendo magistrado, se levantaba de noche, para sacar a un preso de la cárcel cuando reflexionaba y sentía que no había sido justo en alguna sentencia. ¿Haría esto hoy en día algún juez que no fuera él?

“Eligio, si te hubieran nombrado director general de la Guardia Civil no habría pasado lo de Roldán”. “No, por supuesto. Me llamó Barrionuevo y me dijo: “Prepárate, porque mañana va al Consejo de Ministros tu nombramiento”; pero algo se torció y, tras el Consejo, me volvió a telefonear el ministro del Interior: “Te vas a Las Palmas, como delegado del Gobierno (yo era entonces gobernador de Santa Cruz de Tenerife). Y designaron a Luis Roldán, con los resultados conocidos. Fue Narcís Serra, ministro de Defensa, quien propuso a Roldán. Me lo encontré un día y me pidió perdón”.

“¿Cómo está la justicia, Eligio, cómo está el mundo del derecho en nuestro país?”. “Lo contesta por mí el profesor Alejandro Nieto, con el que me reúno cada vez que puedo. Dijo Nieto: “Llevo 47 años en el mundo del derecho y hoy me presento ante ustedes sin saber lo que es el derecho”. Lo dijo en una conferencia. Pero hay excelentes jueces y magistrados y fiscales. Hay de todo”.

“¿Y lo de Cataluña, qué harías tú en Cataluña. Eligio?”. “En Cataluña la historia se repite. Pero hay quien no aprende la lección. Mira, muchos intelectuales defienden el diálogo; grave error. Yo me he convertido en un especialista en Cataluña (en el 67, el profesor Gumersindo Trujillo y yo ya trabajábamos en el federalismo catalán, sin siquiera soñar con el Estado de las Autonomías de la Constitución). Y le digo a los responsables de este Gobierno lo de Churchill, cuando Chamberlain pactó con Hitler aquel tratado sobre Checoslovaquia: “Os han dado a escoger entre el deshonor y la guerra; pues tendrán la guerra. Y así sucedió”.

Eligio Hernández, ex Fiscal General del Estado / Sergio Méndez
Eligio Hernández, ex Fiscal General del Estado / Sergio Méndez

 

Pedro Sánchez

“¿Conoces a Pedro Sánchez?”, le pregunto. “¿Y qué te parece?”. “Cuando Alfonso Guerra (uno de los referentes políticos de Eligio) cumplió 75 años, nos reunimos en Madrid unos cuantos socialistas y me presentó a Sánchez. Ya era secretario general. Y le dije: “Me permito, Pedro, hacerte una sugerencia. Si no has leído el debate entre Azaña y Ortega sobre el problema catalán, léelo. Porque, si no lo haces, jamás entenderás realmente el problema catalán”. Entonces Alfonso Guerra me llevó a un lado del salón y me dijo: “Eligio, eres un ingenuo: este tipo no ha leído un libro en su vida. Y, cuando lo lea, le sobrevendrá un ataque de inteligencia”.

Eligio, más que todo lo que he dicho de su trayectoria profesional y política, es un humanista, un intelectual, un especialista en la II República y en la figura del político al que Paul Preston nominó como el más importante del siglo XX en España: el doctor Juan Negrín. “Y lo fue. Azaña tenía una gran cabeza, la mejor de España, pero como gobernante era un desastre. Negrín acabó con las checas y con la represión de la República, reorganizó el Ejército republicano e instituyó el lema aquel de que “resistir es vencer”. Intentó prolongar la guerra civil porque sabía que se iba a declarar la II Guerra Mundial y esto podía acabar con Franco, pero le faltaron sólo unos meses para salvar la República. Y fueron los nacionalistas catalanes los que precipitaron la caída republicana, dentro mismo de su retaguardia. Azaña siempre dijo que, mientras no cayera Cataluña, la República se mantendría en pie. ¿Pero cómo se iba a mantener en pie si nombraron a un tornero ministro de la Defensa? Cataluña es todavía una enfermedad crónica del Estado. Los nacionalistas catalanes no quieren diálogo, sino imponer sus tesis”.

Seguimos hablando de Sánchez y de los escándalos de sus viajes innecesarios en aviones oficiales y de la postura cínica de la que hace gala. “Lo que quiere es mantenerse en la Moncloa a toda costa. Una vez le preguntaron por él a Guerra y éste, con la ironía que le caracteriza, dijo: “No existe un peligro mayor que un mediocre ambicioso; y si hay algo peor que un mediocre ambicioso es otro mediocre ambicioso con una mujer ambiciosa”. He aquí el caso”.

Y hablamos del pasado. “¿Qué se te pasó por la cabeza cuando te nombraron fiscal general?”. “¿Sabes lo primero que hice? Fui a ver a José Arturo Navarro Riaño para preguntarle cómo tenía que comportarme ante el rey, cómo debía cumplir con las normas de protocolo. Y gracias a él no hice el ridículo. Y cuando llamé a Felipe para preguntarle lo que tenía que decirle o no decirle a don Juan Carlos, Felipe me respondió: “Mira, Eligio, el presidente del Gobierno no es quién para recomendar al fiscal general del Estado lo que tiene o no tiene que hablar con el rey. Ahí me ganó”.

 

Negrín

“A Negrín, que lo habían expulsado del PSOE, lo readmitieron después de muerto en el partido, gracias a ti”. “Sí, en el 47 lo expulsaron del PSOE de una forma absurda e injusta y en el año 2008 lo readmitieron porque yo me empeñé en que se hiciera justicia. Y no sólo con Negrín, sino con otros socialistas más, que ya no estaban porque los habían expulsado también. A aquel acto, con Alfonso Guerra, asistió la nieta de don Juan Negrín; el presidente de su Fundación, José Medina (Eligio fue el primer presidente y ahora ocupa el cargo de vicepresidente), y una hija del abogado y político republicano Simeón Vidarte, que participó en la defensa de los acusados en los sucesos de Hermigua del año 33. Fue un acto muy emocionante y cuando yo le entregué la famosa foto de los letrados de aquellos defendidos, reunidos en torno a Jiménez de Asúa, a la hija de Vidarte, se desmayó. Pudo más la emoción; la reanimamos, pero no pudimos salvar la foto, que aquella mujer apretaba, arrugada contra su pecho. Luego le envié otra a su casa”.

“Eligio, este Gobierno está empeñado en sacar a Franco de su tumba. ¿Cómo lo ves?”. “¿Qué cómo lo veo? Todo el mundo se había olvidado de Franco y este torpe (Sánchez) lo ha resucitado y también al franquismo. No lo entiendo, por muchas vueltas que le doy al asunto”. Y Eligio, a continuación, tiene un golpe de ternura y de recuerdo con el periodista José P. Machín, a quien yo tuve el honor de entregarle su carné siendo vicepresidente de la FAPE, la Federación Nacional de Asociaciones de la Prensa. “Mira, Andrés, Machín fue mi referente intelectual. Era un anticomunista furibundo: “El comunismo es el fascismo rojo”, me decía siempre. Y me llamaba la atención de que cuando hablaba de Negrín, al que admiraba, en nuestros paseos por los montes de El Pinar, miraba para todos lados, como si le pudieran estar escuchando. Y es que un sector del PSOE odiaba al mejor político español del siglo XX. Sin embargo, don José Arozena y don Arístides Ferrer siempre me hablaron con admiración del fisiólogo y político, que estuvo a punto de obtener el Nobel de Medicina”.

“Ustedes tienen el recuerdo de un herreño, discípulo de Negrín, que era otro genio de la Medicina, el doctor Pedro de la Barreda”. “Él y Severo Ochoa fueron los grandes discípulos de don Juan. Ochoa consiguió el Nobel. A don Pedro lo mandó Negrín a estudiar a Alemania y, cuando empezó la guerra civil, intentó que se fuera a América, a Boston, pero no se decidió. Franco lo arrestó y lo envió a picar piedra al Valle de los Caídos, pero no se atrevió a fusilarlo, sino que más tarde lo desterró a un pueblo de Soria. Yo comía todos los sábados con él en Madrid, en la clínica de La Concepción, de la Fundación Jiménez Díaz. Y me decía: “Eligio, no pidas nada que sea de cerdo porque los habitantes de Soria a los que atendía y no cobraba, como médico, me atiborraban a productos derivados del cochino y ya estoy harto”.

“Por cierto” -me dice Eligio- “que al doctor Jiménez Díaz, otro discípulo predilecto suyo, que no congeniaba con la República, lo salvó Negrín de que los violentos anarquistas lo liquidaran. Y cuando don Pedro de la Barreda, que iba a ser catedrático en Madrid, pidió a sus alumnos un minuto de silencio por don Juan Negrín, en 1956, él sabía que Franco no lo iba a perdonar. Y acertó: no obtuvo la cátedra de Fisiología de Madrid. Me confesó el propio don Pedro: “Lo hice adrede, para no tener que aceptar un nombramiento firmado por Franco”.

 

Cataluña

Volvemos a Cataluña. Me recuerda Eligio: “Tanto en la I como en la II República hubo muchos muertos en Cataluña. El Gobierno de la II República se dedicó a indultar a los políticos catalanes que desobedecieron las leyes y que fueron condenados. Se llegó a disolver la autonomía. Pero es que se cometieron un montón de disparates, como nombrar ministro ¡de Marina! a Companys. Todo fue un desbarajuste. Casares Quiroga se dedicó a indultar gente”. “¿Y se repetirá ahora la historia de los indultos, Eligio, si son condenados los nacionalistas presos?”, le pregunto. “El Gobierno tiene ganas de hacerlo, pero ahora la justicia puede revocar esos indultos. No hay que olvidar la famosa frase: “No creo en milagros, porque no he visto ninguno; ni creo en revoluciones, porque he visto varias”.

Y tiene palabras de sincero afecto y admiración tanto para el magistrado Llarena como para el ponente de la Sala Segunda, Alberto Jorge Barreiro, cuyo auto reforzando la actuación de su compañero, y en desacuerdo con la Audiencia Territorial alemana de Schleswig-Holstein, es toda una pieza jurídica. Añade: “Cuando la ponencia de este auto le tocó a Barreiro por sorteo se produjo una conmoción en el Supremo, debido a que a este magistrado se le considera progresista y de izquierdas y muy competente; y se temía que si se producía un voto particular no apreciando el delito de rebelión habría sido un golpe muy duro para el propio Tribunal Supremo y para el Gobierno, ya que los independentistas lo utilizarían como propaganda para sus fines y como arma arrojadiza contra los constitucionalistas. Su auto fue un modelo de imparcialidad y de profundo contenido jurídico”.

Los archivos madrileños de Negrín, que un capitán republicano rescató en un camión, tirándolos directamente al vehículo, que aparcó en la calle, por la ventana de su despacho, fueron trasladados a París y ordenados en el Instituto Pasteur; más tarde regresaron a su ciudad natal, Las Palmas de Gran Canaria, y allí se encuentran a disposición de los investigadores. Negrín se quiso llevar con él a Londres a Azaña y a Largo Caballero, pero Azaña estaba muy enfermo en Francia y Largo Caballero también andaba mal de salud y no se quiso mover de aquel país. El gran médico e investigador canario falleció en 1956.

Y un apunte casi final: Eligio Hernández, siendo titular del Juzgado de Instrucción 5 de la Audiencia Nacional, encarceló a 90 etarras. No tuvo miedo. Lo que sí hizo fue no llevarse con él a Madrid a su esposa, Juana, funcionaria de Justicia y amiga mía, ni a sus hijos. Sí temía por ellos. Eligio siente verdadera adoración por su familia, como hombre de bien que es.

Ah, y una anécdota. El primer encuentro de Eligio Hernández con Alfonso Guerra no fue demasiado bueno. Discutieron, ahora no me acuerdo por qué, no lo apunté en Los Limoneros, entusiasmados como estábamos con el salmón a la plancha de Tito, el cocinero. “Ya te llamaré”, le dijo Alfonso, que ni siquiera se despidió de él. Y Eligio pensó: “Este me va a cesar”. A los pocos días le telefoneó su secretario, Fali Delgado: “Vente a Madrid, que Alfonso quiere hablar contigo”. Cuando el delegado del Gobierno se presenta en el despacho de Guerra, Fali Delgado le insiste: “Te está esperando en Lhardy”. Lhardy era uno de los restaurantes preferidos por casi todos los que hicieron la bendita Transición. Llegó Eligio allí y se encontró en la mesa a don José Prat, una institución en el PSOE, senador, y al padre de Peces Barba, otro reputado socialista. Al cabo entró Guerra: “Esta es una comida de desagravio para ti, Eligio, porque metí la pata contigo en Canarias”. Eso ocurrió en el 84. Genio y figura este Alfonso Guerra.

TE PUEDE INTERESAR