editorial

Ahora el diálogo con los españoles y mañana las urnas hablarán

El Gobierno de Pedro Sánchez elige la senda de la incertidumbre, tras romper ayer la negociación política con Cataluña y apurar con un ultimátum el escaso margen que le resta para sacar adelante sus primeros Presupuestos
Pedro Sánchez. / EP
Pedro Sánchez. / EP
Pedro Sánchez. / EP

El Gobierno de Pedro Sánchez elige la senda de la incertidumbre, tras romper ayer la negociación política con Cataluña y apurar con un ultimátum el escaso margen que le resta para sacar adelante sus primeros Presupuestos, ante el veto previsible de los diputados la próxima semana. No es la peor opción esta ambigüedad calculada para ganar tiempo y reposicionar las piezas sobre el tablero de la política del Estado tras la manifestación de este domingo que pedirá elecciones anticipadas. La decisión anunciada por sorpresa tras el Consejo de Ministros, mediante la cual el Ejecutivo socialista suspende abruptamente el diálogo político que se había propuesto como un funambulista al filo del alambre con los independentistas catalanes, es una de esas medidas que anuncian toda una estrategia de corto, medio o largo plazo, por más que se sospecha improvisada ante la movilización de PP, Cs y Vox. Los gobiernos no dan volantazos porque sí, y menos este que se instala en una minoría de 84 diputados a expensas de una panoplia numerosa de pactos para articular una mayoría. De tal modo que adivinamos detrás de este giro de 180 grados la apertura de una nueva etapa en una legislatura de por sí transitoria que ha de ser necesariamente corta. Sánchez enfila el camino de las urnas sin que sepamos si la fecha será el superdomingo de mayo o será octubre.

El final de la entente Madrid-Barcelona se produce ahora y no antes ni después, porque si algo distingue el estilo de Sánchez es el pragmatismo y la coyuntura. El revuelo a bordo de su partido y en la oposición, que sale a la calle, por la iniciativa desafortunada de dotar la negociación con Cataluña de la figura de un relator o mediador, ha convencido al Gobierno de la conveniencia de poner punto final a una relación peligrosa con el soberanismo. Están en juego las bases de la convivencia política en el conjunto del Estado, y la democracia no puede naufragar en su totalidad por un conflicto territorial de por sí irresoluble, como sostienen los clásicos, desde Ortega y Azaña. Lo que aguarda ahora es un contexto envenenado desde este domingo con la manifestación prevista en la Plaza de Colón, de Madrid, como la espoleta de una campaña electoral que demanda, a su vez, elecciones en la instancia no prevista: las Cortes Generales. Una cita que se prevé masiva y con la que debuta el bloque conservador como alternativa de gobierno a Sánchez, pues su intención no es otra que “¡Elecciones Ya!”. Todo el escenario que se viene encima está condicionado por la inminente celebración de las elecciones del 26 de Mayo, una fecha demasiado cercana como para no condicionar todos los movimientos de los partidos. Otro factor determinante es el inicio del juicio sin precedentes, este martes, del procés, la insubordinación soberanista calificada por la Fiscalía como rebelión y por la Abogacía del Estado como sedición, perpetrada por los promotores del referéndum de independencia del 1 de octubre de 2017. Este proceso contaminará los meses venideros y desencadenará un desenlace político imprevisible una vez se conozcan las condenas, que pueden ser elevadas para media docena de máximos dirigentes del secesionismo catalán. El momento crítico que atraviesa la política española coincide, a su vez, con la tramitación de los Presupuestos Generales del Estado para 2019. Este miércoles se cierra el plazo para la retirada de las enmiendas a la totalidad. La posible devolución de la ley si el Gobierno sufre una derrota en el trascendental debate de sus cuentas constituye un revés políticamente sensible, que en teoría abocaría a Sánchez a un adelanto electoral. Existe un precedente de un traspiés similar en el último mandato de Felipe González, en octubre de 1995, y las consecuencias fueron esas.

Sánchez hace lo correcto levantándose de la mesa de negociaciones con los independentistas catalanes ante la demanda de un referéndum de autodeterminación, que es una línea roja que el Gobierno nunca podría cruzar. De manera que políticamente, a juzgar por la claridad de los argumentos expuestos ayer por la vicepresidenta Carmen Calvo, el diálogo político ha tocado fondo o techo, según se mire,y ha llegado a su fin. Ahora solo queda hablar de los Presupuestos y de las elecciones. Y el Ejecutivo lanza un ultimátum sin demasiada o ninguna fe para que en el plazo de unos pocos días ERC y PDeCAT retiren sus enmiendas a la totalidad y allanen el camino a la tramitación. Es una probabilidad remota. Sánchez ya sabe que inicia la cuenta atrás para convocar a los españoles a las urnas.

Queda, por tanto, en el horizonte la soledad del presidente que más compañía necesitó para gobernar. Bajo la tormenta de los efectos de la movilización del domingo y la posible derrota parlamentaria en sus primeros presupuestos, le cabe un último golpe de efecto: serenar el país. El adelanto electoral es una salida a esta encrucijada ya admitida por miembros del Gobierno en distintas ocasiones. Lo que el país necesita es estabilizarse y serenar los ánimos. O, en lugar de elecciones, celebraríamos un aquelarre de dirigentes endemoniados. El presidente del Gobierno ganó una moción de censura para preparar el país para unas elecciones, para esa taumaturgia, no para una guerra sin cuartel en las urnas. Estamos en la orilla en que podemos caernos o levantarnos. Y nada sería más desaconsejable que precipitarse al vacío y convertir España en un pandemónium. Todo lo cual invita a reacomodar las piezas y recobrar el sentido de la sensatez de la Transición, como antesala de la catarsis electoral. Si la deriva ahora emprendida por Sánchez confirma en las próximas horas que el presidente ha decidido girar hacia el centro y alejarse de posiciones radicales que ponen en riesgo la estabilidad y la convivencia, es presumible que el PSOE tienda puentes con los partidos constitucionalistas en aras de reconstruir unas relaciones maltrechas y, a su vez, abonar el terreno para futuras alianzas de gobierno con mayorías estables más moderadas. Este giro, de concretarse, correspondería a un Gobierno que viene de intentar acercar posturas con el separatismo catalán y que, a juzgar por su ruptura de ayer, admite haber agotado esa vía.

Canarias, y Tenerife en particular, permanecen en vilo ante el incierto destino de los nuevos Presupuestos, habida cuenta de la necesidad de dotar a esta tierra de los beneficios que dimanan del nuevo REF y el nuevo Estatuto. No es momento de platos rotos, sino de recomponer junturas y velar por los intereses generales. Si los Presupuestos caen, que el Gobierno tenga la grandeza de miras de reconducir al país por la senda de la conciliación, que permita un clima de sosiego donde fluyan las ideas y no las iras. En ese escenario de manos tendidas y brazos abiertos, que se inspire en la mejor tradición del diálogo entre españoles, cabría celebrar elecciones generales y recuperar la normalidad.

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