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Hacienda somos todos

Dos inspectores de Hacienda irrumpieron, feroz y aviesamente, en un banquete de boda, en Badajoz, no porque tuvieran nada pendiente contra los contrayentes sino con la empresa de banquetes. En vez de trasladar su sede a la benéfica Portugal, que está a dos pasos, dicha empresa parece que tenía un conflicto con la voraz Hacienda española y los inspectores pidieron a los novios el contrato con el suministrador de la tarta y demás facturas (Ya saben que a las bodas hay que llevar el archivador, por si acaso). Con amenazas de intervención de la Guardia Civil, fue tan fuerte el impacto que el lance produjo en los contrayentes (el novio iba a mear cuando se le apareció el inspector), que todos los invitados se quedaron sin postre y sin cava (del susto) y ellos estuvieron a punto de cancelar el viaje nupcial. Sólo la certeza de que la cosa no iba con los contrayentes, sino con la empresa de banquetería, palabro que no existe, disipó las dudas viajeras de los enamorados, que finalmente recibieron el requerimiento de Hacienda cuando estaban ya en Venecia, o por ahí. Los contrayentes han interpuesto una demanda contra la Hacienda pública por presuntos daños morales, reclamación que tiene visos de prosperar, porque a quién se le ocurre irrumpir en un banquete para cobrar una deuda tributaria. Eso se hace o antes, o después. A este paso, el insaciable fisco español será capaz de sustituir a sus inspectores por cobradores del frac, eso sí, debidamente acreditados y con una banda de cuero de guardas jurados, con chapa, que los distingan. Da igual que gobiernen unos o gobiernen otros, todo sigue igual. Y qué me dicen de la torpeza del infante Clavijo, cuya niñería infatigable ha hundido a Coalición Canaria. Y Paulino riéndose, como el Perro Pulgoso: ji,ji,ji,ji.

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