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Lo que no conté en mi libro de Johannes Morgenstern

El alemán fue uno de los grandes fotógrafos que pusieron a la isla de Tenerife en el mundo
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Hace unos meses presenté en el Puerto de la Cruz mi último libro. Empleo la voz “último” porque no es mi intención escribir ninguno más. Ya lo he contado todo, lo he dicho varias veces. El libro se titula Dos guerras y un destino, y se trata de una edición no venal que cuenta, fundamentalmente, una historia de amor.

Pero detrás de esa historia de amor, que es quizá la que más interese a la sociedad tinerfeña, está la otra historia de un hombre. Un alemán llamado Johannes Morgenstern, nacido en Berlín el 24 de agosto de 1887 y fallecido en el Puerto de la Cruz el 10 de abril de 1931. En esta última ciudad está enterrado y su nombre figura en una lápida en el cementerio protestante de La Chercha, situado a pocos pasos del camposanto católico portuense.

¿Quién fue realmente Johannes Morgenstern, que llegó al Puerto de la Cruz en 1928, en compañía de su familia: su esposa, Marle, y sus hijos Hans y Helga, y de una enfermera de la Cruz Roja Alemana, llamada Deda?

Pues fue un antiguo comisario de policía del káiser Guillermo, aquejado de una enfermedad pulmonar contraída supuestamente al respirar gas mostaza, en Bélgica, durante la primera gran guerra europea. Un hombre de posibles, cuya familia estaba relacionada con la industria del cromado de metales y él con aficiones fotográficas, pues desarrollaba técnicas en cristal y en papel. Parte de ese legado fotográfico fue entregado por su hija Helga, que aún vive con 93 años, al Archivo Municipal portuense, que lo tiene catalogado y a disposición de los investigadores.

Mi libro cuenta una historia de amor, que cubre la segunda parte de la llegada de Johannes Morgenstern y de su familia al Puerto de la Cruz, una vez fallecido el fotógrafo. Pero quizá no me detuve lo suficiente en la trayectoria de este hombre, que debió tener una existencia apasionante en Alemania y en su imperio europeo.

Los médicos alemanes que lo atendieron, tras la gran guerra, le aconsejaron que se trasladara a Sudamérica, a un país de clima tropical, para que la sudoración compensara la poca actividad de sus maltrechos riñones.

Aunque el gas mostaza, probado por primera vez en la ciudad belga de Ypres en 1917, no siempre se dedicó a destruir al enemigo, rociando sus trincheras, sino a la supuesta curación del cáncer y de otras enfermedades, la familia de Johannes Morgenstern sostiene que al oficial de policía lo atacó este gas, estando precisamente en Bélgica, quizá en una prueba, quizá en un ataque, no se sabe muy bien en qué circunstancia. En vez de Sudamérica, la familia se decidió por el clima subtropical de las Islas Canarias.

He repasado las consecuencias letales del gas mostaza y se relacionan sus efectos más en heridas brutales en la piel de las personas que en un deterioro renal, pero Helga Morgenstern Ritzen insistía mucho, durante las entrevistas mantenidas con ella, tras las que salió el libro Dos guerras y un destino, en que su padre enfermó cuando respiró ese gas, que fue probado a gran escala, por primera vez, por el químico alemán Wilhem Steinkopf, en Bélgica, como hemos dicho.

El verdadero interés de la estancia en Tenerife de Johannes Morgenstern está en su producción fotográfica, algunas de cuyas placas, casi todas sobre paisajes del Puerto de la Cruz, se han podido rescatar. Un lote de ellas se encuentra en el Archivo Municipal portuense, como hemos dicho, y otras están aún en poder de la familia. Unas cuantas hemos podido publicarlas en el libro citado, que fue devorado por la población portuense gracias a la colaboración del Ayuntamiento y de Litografía Romero, que colaboró en su realización con el cariño que Romero pone siempre en las publicaciones que salen de su planta de Güímar.

Igual que ocurriera con el esposo de la escritora británica Olivia Stone, John Harris Stone, que fotografió y dibujó el paisaje isleño mientras su esposa Olivia Stone escribía los dos volúmenes de Tenerife y sus Seis Satélites, y que otros fotógrafos locales como Marcos Baeza, las fotos de Johannes Morgenstern marcan toda una época (la del inicio del segundo cuarto del siglo XX) en el Puerto de la Cruz.

Ocurrió lo propio con otro fotógrafo, también alemán, cuyos datos se llevó la riada última de los archivos del Cabildo de Tenerife. Un hombre que viajó a la isla con su familia y que fotografió la llegada de Alfonso XIII a Tenerife en 1906, cuyos positivos fueron entregados a la funcionaria de Turismo de Tenerife, ya jubilada, Gloria Salgado, en Alemania, durante una feria de turismo. Estas fotos hicieron posible otro de mis libros, Tenerife, 1906, infelizmente agotado (Burgado Ediciones).

Una vez que este último libro salió a la luz, y de acuerdo con Gloria –que logró salvar de la riada las fotos, pero no la carta con su procedencia-, entregué esas fotografías al lagunero Museo de la Historia, que supongo que las custodiará como se merecen. Este libro, Tenerife, 1906, impreso también por Litografía Romero, se agotó en unos pocos meses y nos revela la isla tal cual era en los comienzos del siglo XX. Fue presentado, hace tres lustros, en El Corte Inglés.

Johannes Morgenstern, con su esposa y sus dos hijos, recaló primero en Las Palmas, pero no debió gustarle demasiado la ciudad, ni aquella isla, porque a los pocos días embarcó con su familia hacia Tenerife, en el correíllo interinsular, a cuyo puerto llegaron en 1928 con trece enormes baúles y maletas. ¿Y dónde iba a residir una familia alemana sino en el Puerto de la Cruz? Hasta el hotel Martiánez viajaron desde Santa Cruz, cuyos propietarios, los hermanos Fernández Perdigón, eran los dueños de los terrenos que hoy ocupa la zona hotelera portuense, con la playa de Martiánez como límite principal.

Johannes Morgenstern, por lo que se ve, se sintió mejor de salud en el Puerto y se enamoró de la ciudad, a la que fotografió desde todos sus ángulos, muy especialmente la zona de la playa, que él y su familia frecuentaban.

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Pronto confraternizaron con la sociedad de la época y, tras su muerte, su viuda se casó con uno de los propietarios de los Llanos de Martiánez, Pedro Fernández Perdigón, en cuyo hotel se habían alojado a su llegada al Puerto y antes de trasladarse a una casa en la zona de La Dehesa portuense.

No hubo rincón portuense que Johannes no captara con su cámara. Desde la Punta del Viento y su mar bravío, que choca con los riscos bajo el paseo de San Telmo, a la playa de Martiánez, en cuyo Charco de La Coronela (hoy ocupado por el complejo del Lago de César Manrique) tomaba los baños con su familia. Nos ilustran sus fotos sobre cómo eran los bañadores de la época y la moda de la playa en general de hombres y mujeres. Unos documentos muy interesantes.

Igual de interesantes que las instantáneas del anónimo fotógrafo alemán, que nos ofreció una panorámica de la isla tinerfeña en 1906, pocos años después del viaje de Olivia Stone, cuya edición Tenerife y sus Seis Satélites, publicada originalmente en inglés, fue traducida, en dos volúmenes, por el Cabildo de Gran Canaria, en una edición muy apreciada por los coleccionistas. Tengo la suerte de tener una, comprada en el momento de su aparición.

Johannes Morgenstern vivió sólo tres años desde que llegó a la isla. Su enfermedad se agravó. Ni los médicos alemanes consultados, ni los que ejercían en Tenerife, pudieron aliviar su dolencia renal. Y es curioso, porque repasando los efectos del gas mostaza, no se indica como secundarios problemas renales algunos, más bien sus efectos nocivos afectan a la piel y a los ojos, pero no propiamente a los riñones.

Pero su hija Helga me insistía mucho, durante las entrevistas mantenidas con ella para la edición de Dos guerras y un destino, en que fue el gas mostaza la causa del mal de su padre.

Tampoco queda muy claro el cometido de su progenitor en la organización policial del káiser Guillermo, que por cierto visitó Tenerife en varias ocasiones e incluso llegó a construir un pabellón de caza en el Llano de Ucanca. Una casita de madera que se conservó muchos años después. Sí está acreditado su oficio de cromador de metales y, desde luego, su intensa actividad como fotógrafo. Su familia guarda fotografías que son verdaderas obras de arte para la época en que fueron tomadas.

Johannes Morgenstern murió en abril de 1931, antes de comenzada la guerra civil española y la segunda gran guerra europea. La documentación que se tiene de él es muy escasa y su legado se reduce a ese puñado de fotografías, parte de las cuales se guardan en el Archivo Municipal portuense y otras se encuentran en poder de su hija Helga, que las mantiene en álbumes de la época. Están realizadas con una técnica impecable y se encuentran perfectamente conservadas.

El resto de mi libro Dos guerras y un destino ya no se refiere al fallecido fotógrafo sino a la historia de amor que surgió después entre su viuda, Marle Ritzen, y el rico propietario Pedro Fernández Perdigón, historia de amor que acabaría como el rosario de la aurora.

Es una pena que la historia de la vida de este hombre se reduzca, al menos para nosotros, a los tres años vividos en el Puerto de la Cruz, porque de sus actividades en Alemania se sabe más bien poco. Incluso intentamos buscar alguna foto suya de uniforme, para averiguar al cuerpo policial al que pertenecía, y no la encontramos en los archivos familiares.

La familia se establecería en la isla y su descendencia continúa. La presentación del libro fue emotiva, sobre todo porque el relato me lo hizo una lúcida mujer de 91 años entonces (hoy ha cumplido 93), que lo recordaba todo. Y me alegré mucho de escribir la historia, porque al menos estos recuerdos quedarían impresos para la posteridad.

Lo mismo que tuve la oportunidad de escribir y editar, con los escasos datos disponibles, la otra historia, la del anónimo fotógrafo alemán que retrató la llegada a Tenerife de Alfonso XIII –porque sus estancias coincidieron- y los más bellos paisajes portuenses y de la isla entera.

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Y es que el Puerto de la Cruz siempre ha sido fuente de inspiración de pintores, escritores y fotógrafos. Que se lo pregunten, si no, a Marcos Baeza, a don Francisco Bonnín, a Imeldo Bello Baeza, a Baena, a John Harris Stone, a Agatha Christie, a Olivia Stone, a las hermanas Du Cane y a otros históricos de la cámara, de la pluma y de los pinceles.

No quería que nada de esto quedara en el olvido. Y aprovechando la pausa de mis Conversaciones en Los Limoneros, pausa de sólo una semana, he querido traer a la memoria de todos ustedes estos recuerdos que al fin y al cabo son también la crónica de todos los días de un Puerto de la Cruz hospitalario e internacional, que recibió a tanta y a tanta gente en los principios del siglo XX. Un siglo interesantísimo para la ciudad, punto final del Valle de la Orotava.

Imeldo Bello, nieto de Marcos Baeza, decía siempre que la fotografía en blanco y negro tenía un secreto: el lavado de los positivos. Unos positivos bien fijados, pero sobre todo bien lavados, pueden durar siglos, como siglos van a durar las fotografías de los artistas de la cámara que hemos citado aquí. Con Imeldo Bello Baeza está el Puerto en deuda: no le han puesto su nombre a una calle, ni le han erigido un busto a quien puso a esta ciudad, antiguo pueblo de pescadores, en el mundo entero. Y en blanco y negro. Ni siquiera se ha hecho un inventario serio de su legado.

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