cultura

Manuel Jabois: “En mi novela hay violencia, situaciones hostiles e incómodas, pero la ternura nunca abandona al protagonista”

El periodista Manuel Jabois (Pontevedra, 1978) es una de las sorpresas literarias de 2019 con Malaherba (Alfaguara). Una novela sobre lo bello y lo terrible de la infancia, una época de descubrimientos donde se vive con una intensidad brutal
Manuel Jabois| DA
Manuel Jabois| DA
Manuel Jabois| DA

El periodista Manuel Jabois (Pontevedra, 1978) es una de las sorpresas literarias de 2019 con Malaherba (Alfaguara). Una novela sobre lo bello y lo terrible de la infancia, una época de descubrimientos donde se vive con una intensidad brutal. Jabois nos la cuenta a través de la mirada de Tambu, con el que coincide, afirma, en el sentido del humor y en su amor desaforado a los demás. Con el novelista y periodista de El País conversamos en Tenerife para DIARIO DE AVISOS.

-Todo comenzó por un mensaje de WhatsApp.
“Sí. Surgió por un wasap que le envié a un colega mío del colegio y le recordaba una vez que había roto una consola. Y lo escribí como si volviera a tener esa edad, dándole una trascendencia enorme. Me di cuenta de que era una voz narrativa muy potente. Estuvimos media tarde escribiéndonos y me divirtió bastante. Y me pregunté cómo sería un niño con la mente que tenemos ahora, es decir, con los dramas que teníamos entonces, pero con la inteligencia de ahora, la modernez de ahora. De repente, esa voz narrativa me entusiasmó y pensé que sería divertido volver a aquellos tiempos con una voz narrativa suelta y muy humorística, pero que al mismo tiempo estuviese creciendo”.

-¿Le costó hallar esa voz?
“No, no me costó. De hecho, quizás fue lo más placentero del trabajo. Encontrar ese tipo de mirada, de humor, que es casi mi mirada y humor, pero trasladado a un niño de 10 años. Luego ya las circunstancias, la familia, los colegas, el colegio y demás está todo ficcionado. Pero a la hora de ponerme a escribir me divertía hacerlo desde esa voz. Con ese estilo. Después de una jornada de trabajo, ponerme a pensar y escribir con ese niño me gustaba. Es muy complicado después de tu jornada de trabajo, o antes, que tienes que madrugar, ponerte a hacer algo que realmente estás visualizándolo como trabajo, pero a mí me estaba dando mucho gusto, mucha felicidad escribir, y coges las historias con mucho más ánimo, más fuerza. Si te estás divirtiendo es diferente”.

-¿Cómo evolucionó ese germen hacia una historia de un amor prohibido?
“Porque a esa edad comienzan todas las cosas. Hay un momento en la vida de un niño en el que pasan casi todas las cosas y en muy poco tiempo, generalmente. Me pareció interesante que la primera linea aparentase la muerte de su padre, el golpe de la muerte, de la enfermedad, y que a partir de ahí se descargaran el resto de golpes que te marcan toda la vida: desde el sufrimiento al dolor, al amor, la amistad, la felicidad, la nostalgia. Un niño que escribe desde la nostalgia es bastante duro. Tener nostalgia a esas edades… Ha sido feliz, ha dejado de serlo y generalmente ese estado de cambio de las cosas te genera mucha aprensión”.

-¿Cree que seguimos siendo esos niños que jugábamos en el patio del colegio?
“Yo creo que no, pero siempre sobrevive algo. Y eso es bonito. De hecho, cuando hay una desconexión es cuando se producen las peores cosas. Cuando uno olvida el niño que fue generalmente se produce una falta de empatía muy grande, pero tenemos la obligación, casi, de evolucionar y pensar de otra forma muchas veces, y de tener más vidas y de ser más personas en esas vidas. Pero siempre tiene que sobrevivir algo. No demasiado para no ser un niño mayor, pero sí algo que te permita experimentar cosas muy importantes y muy bonitas, como la ternura o la inocencia en muchos casos. La inocencia a nuestras edades no suele ser muy recomendable, pero siempre conviene un poco en determinados asuntos. Uno cuando se enamora casi siempre lo hace como la primera vez, piensas que va a ser para toda la vida, pero te dices “si ya he tenido cuatro relaciones, qué coño va a ser para toda la vida”, pero te lo acabas creyendo porque estás enamorado. Esa inocencia no se pierde. No eres un cínico, aunque evidentemente hay gente así, que dice “a ver lo que dura”.

-¿Cree que los niños de los 80 éramos más inocentes que los de ahora?
“Puede ser. Quizás por la ausencia de las nuevas tecnologías. Teníamos menos acceso al conocimiento o por lo menos un acceso más rústico y desde luego mucho más tardío. Los niños con cinco o seis años ya manejan un iPad. No están buscando cosas porque no les da para tanto, pero con ocho sí, y tienen acceso a esa información. Eso es bueno y malo, como todo. Como cuando aparecieron las drogas, con perdón, porque sé que no es lo mismo, pero de repente hay un uso moderado que puede ser positivo y después hay un uso destructivo, que es el incontrolado. Con las redes e internet, igual. Un niño de ocho años que esté viendo porno o leyendo en foros cualquier barbaridad, ya no solo porno, sino violencia, te va a salir un psicópata de tomo y lomo porque no ha tenido un acceso más pedagógico a asuntos tan graves como esos. Pero yo estoy muy orgulloso de que mi hijo maneje internet, controle y sepa, y solo tiene seis años. Es una biblioteca universal maravillosa con la que la mayoría de la humanidad, que no es sabia y que no ha vivido en una biblioteca, tenemos acceso a datos y a impresiones, saberes y conocimientos que de otra manera no tendríamos. Y eso para un niño es importantísimo”.

-Juan Cruz comentó que le había gustado mucho la sutileza de la novela.
“Siempre me ha gustado ese tipo de narración, como lector también. La que te está contando y no te está contando al mismo tiempo. Como American Beauty, la película. Es una historia en la que realmente está todo por debajo. Es como un iceberg… Hemingway era un tío que contaba escenas, diálogos y situaciones que tú tienes que adivinar lo que está ocurriendo por debajo. Eso me gusta mucho y tiene que ver con la sutileza. También dijo una cosa Juan, de la cual me apropié durante la promoción, pero es obra de él, que es que hay ternura hasta el final. A pesar de que hay violencia, situaciones hostiles e incómodas, la ternura nunca abandona ni al protagonista ni al resto de niños de la novela”.

-No es una novela autobiográfica, pero ¿Jabois de chaval se parecía a Tambu?
“En el humor. Tambu lo verbaliza más. Yo era muy tímido. No hablaba ni expresaba tanto. Y luego esa mirada hacia las cosas es también muy mía. Esa mirada hacia los demás, ese amor tan desaforado, esa cursilería que él tiene muchas veces. Que pasa de la violencia a lo cursi. Aunque yo no era violento, no me peleé en mi vida, pero en eso de querer, y ese amor que siente por Rebe”.

-¿Cuántas novelas ha empezado y se han quedado en el cajón?
“No lo sé. Es una boutade. Joder, hay ideas que no han salido ni de aquí (dice señalando el móvil), pero párrafos sí he escrito. Tres o cuatro, pero tres o cuatro de 700 palabras cada uno. No novelas de hacia la mitad y escribo la otra mitad y ya la acabo… De alguna he tenido como dos capítulos y la tengo todavía en la cabeza… No sé, eran textos que no me gustaban y por eso los dejé. Ni me gustaba la escritura ni me encontraba absolutamente nada cómodo en ellas, pero siempre tengo ideas. Supongo que el haber terminado y publicado esta, y el hecho de haber tenido una acogida buena, me anime a escribir con seriedad otra. No a vuelapluma con el móvil. Y buscarme un horario y ponerme a escribir con una cierta disciplina, que es lo que me falta”.

-Yo no me veo capaz de tener esa disciplina estricta de algunos escritores.
“Yo tampoco. Yo he escrito esto a partir de 2.000 palabras y no escribía todos los días. Eso sí, me pegaba atracones. Escribía en un día 5.000 palabras, que es una barbaridad, y luego me tiraba tres semanas sin nada hasta que decía “¡ay, la novela!”, y me ponía. De hecho no estoy en el catálogo de Alfaguara del primer trimestre porque la entregué supertarde. Nadie pensaba que fuera a entregarla a tiempo, incluso entre mis cercanos e íntimos. Pero cuando llega el cierre, funciono. Con los artículos es igual. Se me ocurren las cosas cuando ya casi no puedo escribirlas. No sé por qué, supongo que porque el tiempo te acecha y algo funciona ahí arriba, no me expliques lo que es. Pero con eso escribí a toda hostia para poder publicar antes del verano, que era mi intención. Antes de la feria del libro”.

-¿Para un periodista es una evolución natural terminar siendo escritor?
“No lo sé. Creo que nos pasa a los periodistas que nos gusta mucho escribir. Buscamos una salida. Me he montado una cuenta de Instagram, he tenido un blog, escribo a veces wasaps así que mis amigos me dicen: “Tío, déjame en paz”… Creo que a los periodistas que nos gusta mucho escribir encontramos una válvula para seguir escribiendo. Nace de una incomodidad y de querer contar cosas más allá de lo que pasa en la actualidad. En este caso, a mí me ha servido como unas vacaciones de la política. Para oxigenarme. De hecho, hay un prejuicio, y ya me he encontrado con varios lectores que me lo han dicho, que temían otra novela de un periodista. El hecho de hacer algo costumbrista, literario, de irme a finales de los 80, me ha alejado tanto de mi yo periodístico que en ese sentido también me ha servido para abrir puertas de gente que no iba a abrírmelas ni de coña. Es decir, este tío escribe columnas, qué cojones va a escribir ahora novelas. Y eso me ha ayudado incluso personalmente, porque me ha hecho viajar y trasladarme a otro sitio”.

-En la novela escribe sobre el miedo. ¿El miedo es uno de los motores importantes para usted para seguir escribiendo o vivir?
“Yo creo que sí. Sobre todo para escribir. El miedo a pegarte la hostia, que a la gente no le guste, que te malinterpreten. El miedo a que de repente le hayas hecho daño a alguien, que se te haya ido la mano escribiendo en el periódico o en el libro. A veces te vas tan lejos con el humor que haces daño de verdad. Hay dos o tres líneas en el libro que recuerdan a algo que realmente ocurrió en aquella época, que afecta a demasiada gente y luego me arrepentí. En cuanto al miedo, cuando acabé el libro estaba acojonado perdido y cuando salió ni te cuento. Cuando estoy escribiendo artículos a veces me digo: “Por qué te estás metiendo aquí, tío, qué necesidad tienes. Por qué no escribes del amor que no ofende a nadie” (risas). Pero el miedo es lo que te hace estar ahí y también que pongas los pies en la tierra, te convierte en una persona normal. Hay mucha gente sin miedo por ahí que da miedo ella misma de tan pocas dudas e inseguridades que tiene, y eso me da bastante pavor”.

TE PUEDE INTERESAR