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Cuando la luz colapsa y es estupendo tener en casa una cocina de gas butano

El gran apagón, que sorprendió a la gente preparándose para el almuerzo del domingo, truncó planes, bloqueó ascensores y evidenció de nuevo una absoluta dependencia de la electricidad

-¡Juanmaaaaa!” Un hombre de barba rala y aspecto desmadejado grita a un edificio con balcones envejecidos desde el Parque García Sanabria. Hace un calor bochornoso y parece La Habana.
-”¿No funciona el timbre?”
– No, pero él debería darse cuenta.
De repente, Juanma se asoma al balcón con camisa sin mangas y cara de domingo.
-“Chacho, Juanma, que el timbre no funciona. Ya me iba a ir”.
-“Haber llamado al móvil”.
– “Que tampoco funciona sin luz”, coño.
A 35, 8 kms, en La Orotava, a Vanessa le quedaron un poco líquidas las natillas que preparó para ponerlas junto a un brownie de chocolate en el almuerzo familiar de los domingos, donde ayer celebraban el santo de su padre, Miguel, y de su hija, Gabriela. Cree que la culpa la tuvo el corte de luz, que no dejó que las natillas se enfriaran y cuajaran bien.
En Tejina, Sergio estaba viendo en las noticias cómo los partidos se daban garrotazos en la campaña electoral y la luz le “cortó el rollo”. Entonces le dio por pensar: “Cuando hagamos la instalación fotovoltaica que tenemos pensada, nos importarán un bledo los apagones. Ahora, a fastidiarnos por depender totalmente del tendido eléctrico”.
Ya dijo ayer el protavoz del Gobierno, Julio Pérez, que no se ha producido ningún incidente grave, más allá del rescate de “casi 60 personas” que se habían quedado atascadas en el ascensor. Pero las cosas importantes, como los hospitales, funcionaban con normalidad gracias a sus propios grupos electrógenos. Pero la vida cambia sin luz, y entrar a Santa Cruz era una incógnita. Muchos semáforos estaban sin funcionar y había que ir lentamente para no tener ningún percance. Aunque los coches se comportaron bien.
Dice Fefa que a ella le cogió saliendo de casa porque tenía que ir a trabajar al aeropuerto, y que tuvo que abrir la puerta del garaje manualmente. Casi se sintió contenta de ir en domingo, porque no le apetecía nada quedarse en casa sin luz.
Eli estaba jugando con su hijo Matías, y cuando se enteró, pensó que a ver si eso servía para impulsar las energías renovables y el autoconsumo, para no depender tanto de las compañías eléctricas de toda la vida.
Guille se había ido de excursión esa mañana a caminar con su chica, María, como casi todas las semanas. Iban a cocinar unas berenjenas al horno, pero se les fastidió el asunto, así que se fueron a comprar unos pollos a Casa Melián, en Las Mercedes, y se los zamparon con entusiasmo. “Ahora me siento gordo”, decía pensando en las hipocalóricas berenjenas que nunca se comió.
Ani se fue a su casa con su niña recién nacida y se encontró, al salir al balcón, con su hermana, que vive en el edificio de enfrente. Su hermana le empezó a hablar a gritos desde la azotea, y le contó que había un gran apagón y que no debía coger el coche, porque era peligroso. “Dejamos de gritar y cada una entró en su casa”.
Junto a la plaza Ireneo González de Santa Cruz, expectante en una esquina , y quizá un poco preocupada, estaba Carolina, que ese día había tenido que ir con su hijo a un funeral, así que habían dejado a su nieto con su hija, tía del niño. Pero sin móvil operativo y sin timbre donde tocar, no sabía cómo encontrarse ahora con ellos. De repente, apareció en coche la hija/tía, y a Carolina se le relajó la cara. “Como no podíamos hablar, me lo iba a llevar a comer con unos amigos a San Andrés. He ido hasta casa de una colega que vive en un sexto para coger una sillita”, contaba la joven tía. Y allí se quedaron debatiendo si el plan de San Andrés seguía en pie.
Los hubo que no tuvieron miedo y se adaptaron a circunstancias adversas, como Giuseppe, el dueño de la pizzería Convivio. Lo tenía todo reservado, así que buscó la manera de salir del paso con un horno de gas, velas y un móvil con el que iluminarse. “En un primer momento, el cerebro se te bloquea, pero piensas que, en treinta minutos, todo se va a resolver”, afirmaba. “Cuando no ocurre, la mente comienza a funcionar de otra manera, y llega la pura supervivencia”. No le salió mal a tenor de cómo estaba el comedor. En la penumbra, una familia contaba cómo ya tenían decidido salir a comer fuera y se encontraron con que la puerta del garaje no les abría. “Y pensamos: Seguro que Giuseppe imporvisa algo”.
A Rafael lo pilló en casa y estaba de lo más pancho. Su mujer había ido a la residencia a ver a un familiar, así que se puso a jugar con su hijo. “Llamé a mis padres, que estaban en Arico, y me dijeron allí tampoco había luz, así que me di cuenta de que esto era un cero energéntico, un apagón total, algo que no pasaba desde 2010”. Para Rafael, la parte buena de esto es que los niños no están jugando todo el día a la PlayStation o viendo la televisión. “Y para comer, atún y sardinas, que es lo que hacíamos nosotros cuando éramos pequeños. Y el helado que compré ayer, que nos lo hemos zampado en nada”.
“Menos mal que esto ocurrió el domingo, que si pasa un lunes se monta un colapso total”, decía Chelo, que cuenta que el apagón la pilló en casa de su madre y pensó que se trataba de la instalación, porque la casa es bantante vieja. A Arturo también le pilló en la pizzería de Giuseppe, pero lo único que le preocupaba ayer era poder echarle gasolina al coche para hoy, porque tenía el depósito tiritando. “Voy a ir al aeropuerto a ver si tengo suerte”, decía.
Cuando vio la envergadura del apagón, Cristóbal decidió echarse a la calle con unos cascos inmensos para escuchar la radio, unas gafas de sol y ropa deportiva. Esa mañana se había levantado en el barrio del Toscal y su mujer y él tenían pensado hacer una fideuá. “Me enteré que era un gran apagón por los vecinos, porque mi casa es como un Gran Herman”, cuenta. “Menos mal que no había sacado las gambas”. En vez de fideuá se comió un bocata de jamón y una ensalada con unos tomates cherry que tenían medio abandonados en la nevera. Y se echó a caminar. “Normalmente hago cuatro vueltas al parque y hoy ya llevo seis”, dice tomándoselo a broma. “Mi mujer se ha quedado leyendo, pero yo sufro con la idea de quedarme sin batería, solo tengo un 20%, menudo aburrimiento voy a pasar”, decía con ironía.
También estaba de buen humor María, que salía a pasear con su paquete de Marlboro en la mano. El apagón la cogió cocinando, pero no le afectó porque tiene cocina de gas. “Me parece que la comida queda mucho mejor”. También tiene termo de gas. “Así distribuyo los riesgos”. La comida que preparó ayer debía de ser para la semana, porque luego se fue con unos amigos a almorzar a un restaurante, aunque no estaba muy a gusto. “No por almorzar en penumbra, sino porque pensaba en la gente de la cocina, sin extractores funcionando, y me sentí mal”.
El que sí estaba bien era el dueño de un kiosco del parque. No se le fue la luz ni un solo momento del día. Rafael cree que es porque su luz conecta con el mismo grupo electrógeno de los semáforos de la zona, que sí funcionaban. Un poco socarrón, el del kiosco sostenía otra teoría: “Yo es que pago la luz.”

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