cuando el monte se quema algo tuyo... (ii)

De “aprender la lección” de César Manrique o qué hacemos con la pinocha, por Salvador Pérez

Por Salvador Pérez

“Aprender la lección para rectificar y salvar lo que nos queda”. Esas son las palabras de un referente de la naturaleza canaria: César Manrique. Cuando se nos fue, el 25 de septiembre de 1992, escribí, entre otras cosas, lo siguiente: “Ahora que estás en tierras no contaminadas, en caminos de nubes y estrellas, no puedo dejar para ese después del después que es la eternidad tu paso efímero pero caliente por La Guancha que te recibió como aquel otro César romano del vini, vidi, vinci. Tú también aquí viniste, viste y venciste. Venciste con tu verbo caliente y demoledor, con tu imaginación sin fronteras, con tu ejemplo ejemplarizante, con tu machacar en muchos hierros fríos de unas Canarias que se iban –que se van- al desastre ecológico debido a un desarrollismo incontrolable, donde lo urbano prima sobre lo rural, lo turístico sobre lo campesino, lo feo sobre lo bello, el mal futuro sobre el buen pasado. Fueron muchas las entrevistas que te realicé para el diario El Día en tu paso por la isla y siempre decías cosas que nunca pasaban de largo sino que iban directas a una conciencia nueva para un pueblo que parecía viejo y anquilosado, echado a dormir en la era de un mercantilismo que todo lo corrompe. Y fueron aquellos dos días inolvidables en La Guancha, en julio de 1986, cuando el alcalde, José Grillo, se le metió entre ceja y ceja que nada menos que César Manrique vendría al acto de inauguración de la I Campaña de Pintura”.

Palabras que conectan con este tiempo. Y aquí van otras del padre del hoy popular Federico Grillo, que cuando recibió la noticia de la muerte de César Manrique dijo: “Era para mí un continuo punto de referencia. Yo comprendía su dolor por la destrucción de la naturaleza, la arquitectura y las señas de la identidad canaria, porque aquí, en La Guancha, hemos librado una batalla parecida para defender el respeto al medioambiente. Nosotros, como él, también nos hemos sentido solos muchas veces, viendo como en muchos pueblos los ayuntamientos permiten la muerte de sus paisajes cuando son precisamente su mayor riqueza”.

Referencias, referentes en este tiempo de impotencia ante la magnitud del desastre natural de Gran Canaria. Las palabras sobre un César Manrique que nos dice de “aprender la lección para rectificar”. ¿Aún estamos a tiempo? Otro referente que hay que oír con atención, con veneración, es el catedrático Wolfredo Wildpret, ese sabio del entorno natural, que todavía –y que sea por mucho tiempo- nos sigue dando lecciones y no pierde el optimismo.

Y tantos temas que nos deja la actualidad del desastre. Como ese de la pinocha. Uno, como hombre de pueblo, siempre ha tenido al pino como presencia continua, paisaje cercano, mirada en la retina. Pinus canariensis que hacen que La Guancha -como otras tantas poblaciones isleñas- una zona de frondosos bosques , el monte, un océano de verdes a las faldas del Teide y que tiene desde el señero Cerrogordo -colina por antonomasia, espacio singular casi desconocido- todo un amplio conglomerado de esta vegetación que da lluvia, sombra, tierra , madera, horquetas, leña, cisco, piñas, paisaje, umbría, descanso, aire suave, recinto de aves y otros animales y otros dos aspectos importantes –que fueron- en el plano económico–familiar para la vida cotidiana del guanchero. Por un lado la resina. Tejal, picadores, bestias, arrieros y embarque. Actividad inesperada que se extinguió con la llegada de la I Guerra Mundial en 1914.

Y también la pinocha, el pinocho, esa dualidad femenina-masculina, el mar o la mar, que se convierte-más en el pasado- en piso de patio y cama de los animales que al transformarse en estiércol servía de abono vegetal-animal en los terrenos.

Ahora está en el alero la pinocha. O recoger y limpiar o dejar como mantillo vegetal y servicio para los animales con sus hojas finas y suaves y sus piñas. Antes se vivía –malamente, claro- de recogerla, pero ahora muchos ecologistas dicen que no. Antes no había una brizna. Antes estaba todo limpio. Federico Grillo recordaba a su abuela que iba a las faldas del Teide a recoger la leña…porque más abajo no había. Los materiales secos (pinocho y leña…hasta que llegó el butano) que hacían que el monte estuviera limpio evitando los incendios que cuando llegaban, en los calurosos meses del verano, se convertían en llamada solidaria, campanas de las iglesias que tocaban grito de socorro, todos como un solo hombre –no iban las mujeres- a apagar el monte de todos, amor y esfuerzo para la causa común, para la casa común de la Naturaleza.

Y las pinocheras. Hace poco tiempo, el 15 del pasado agosto, el profesor, psicólogo y orientador escolar Juan José Rodríguez González, pronunció el pregón de las Fiestas de La Guancha y hablaba de esta curiosidad ya ida de las pinocheras. Entre otras cosas, decía: “Miremos la estampa donde se ven varias mujeres con haces, jaces, de pinocha a la cabeza. Entre la cabeza y el haz llevan un envoltorio redondo de tela llamado rodilla. Se han levantado muy temprano, han ido a una zona del monte donde saben que hay abundante pinocha, pinocho decimos por aquí, la han ido reuniendo en un montón, han puesto la soga, han rodeado la manada de pinocha con varillas de troviscas, torviscas, de palos secos o de jaras, y la han apretado. Después se han ayudado a cargarse el haz en la cabeza y han partido camino abajo. En determinados lugares que ya conocen, donde el terreno, a modo de pared, les permite poner el jace a la altura de la cabeza, los descansaderos, hacen un alto, beben agua, comen algo, bromean y ríen. Se cargan el haz acercando la cabeza con la rodilla a la pared y continúan la marcha hacia el pueblo. Emelina la de La Asomada me dijo que ella solo cargaba poco más de cuarenta kilos porque tenía problemas en el cuello. Son las pinocheras, mujeres que se dedicaban a bajar la pinocha del monte cargando los haces en la cabeza hasta sus casas para la cama de los animales o para venderla o, cuando se extendió el cultivo del plátano y la utilizaban como abono o para empaquetar la fruta, la llevaban hasta la costa. Más tarde, cuando se instalaron cerca de la carretera Guancha-Icod unos puntos de recogida, las pesas, las pinocheras llevaban allí su carga, se la pesaban y le pagaban. Los dueños de las pesas vendían después la pinocha para las fincas y empaquetados de plátanos”.
Y hasta llegaba el nacimiento de los niños. Recordar dos casos de mujeres, La Soliada (Soleada) y La Mereja, valientes y entregadas ¡qué remedio! que parieron ellas solas en el propio monte. Real como la vida misma.

PD para Federico Grillo: ¡Ay, mi niño! Te vuelven locos entre club de fans en Twitter, hashtag con tu nombre y apellidos, wasap, cadena humana para darte la mano, quiero un hijo tuyo y así un montón de boberías más. No te olvides que lo mismo que se sube se baja. Cabeza…y no solo para tener el casco de bombero…

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