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Franco y Hitler hablaron de Canarias: ¿Estaban en venta?

Churchill informó a EE.UU. en septiembre de 1941 de sus planes de apoderarse de Tenerife y Gran Canaria; Trump no es el único que sueña con islas como Groenlandia
Hitler y Franco, durante su encuentro en Hendaya

Franco y Hitler hablaron de Canarias en 1940 en el vagón de un tren. Y en el mes de septiembre del año posterior, Winston Churchill comunica a Estados Unidos su interés por las Islas. De manera que por estas fechas pero en medio de la Segunda Guerra Mundial, de una u otra manera, las grandes potencias aspiraban a apoderarse del Archipiélago al estilo de Trump ambicionado estos días Groenlandia. Entonces y ahora la razón siempre ha sido estratégica. Pero desconocemos qué precio, contante y sonante, tenían nuestras Islas para los mercaderes de la guerra, siendo cierto, además, que en tiempos de paz la misma idea volvió a aflorar para islotes e islas particulares, como si, en verdad, fuéramos un territorio en venta. Este es uno de los capítulos que permanece sin ser estudiado a fondo: ¿hasta qué punto las Islas estuvieron en almoneda? Aquí profundizamos en el trapicheo de Hitler y Franco.

Franco era inescrutable e indeciso, lo que exasperaba a sus propios compañeros de conspiración, y con la misma ambigüedad afrontó la cita más delicada de su larga dictadura: aquel cara a cara con Hitler, cuando este era “el dueño de Europa y…no hay más que obedecer”. El Führer quería Gibraltar y Canarias, y los quería ya. Franco quería ganar tiempo y evitar involucrarse en la contienda.

En la Conferencia de Hendaya, el 23 de octubre de 1940 (a punto de cumplirse 80 años), la Alemania nazi puso sobre la mesa su deseo hacia las Islas; eran vulnerables y tentadoras. Ese día, Hitler quiso ir al grano y habló con Franco abiertamente sobre Canarias en su tren oficial, Erika, en la estación fronteriza francesa de Hendaya. Franco, de uniforme militar con gorro cuartelero y cierto retraso, llegó a la estación de ferrocarriles y descendió sonriente, siendo correspondido por Hitler, impecablemente vestido con el uniforme del partido y gorra de plato, que lo esperaba impaciente. Poco después de las tres de la tarde lloviznaba.

La Segunda Guerra Mundial estaba en su apogeo, y al alemán le preocupaba que los ingleses se adueñaran de las Islas Canarias. Así de claro. Fue uno de los temas obsesivos durante las nueve horas -divididas en dos sentadas, la entrevista y la cena- en que ambos estadistas pasaron de las sonrisas a la frialdad, y el Führer terminó alzando la voz y levantándose de la mesa. El intérprete de Franco, el Barón de las Torres, anotó mentalmente, pasadas las doce y media de la noche: “El Führer ha ido cada vez perdiendo más su control”, mientras Franco pasaba por alto los malos modos de su interlocutor, simulando no percatarse por el obligado trámite de la traducción. Los dos testigos de excepción fueron los ministros alemán y español de Asuntos Exteriores, Ribbentrop y el influyente Serrano Suñer, cuñado de Franco.

Tras los contactos bilaterales, ese día se iba a hablar a calzón quitado. Y Franco se la jugaba: entrar en la guerra al lado de Hitler o desairarlo con sus cantos de sirena de neutralidad. Así que se pusieron las cartas boca arriba. Hitler mostró un trío de ases: Gibraltar, Marruecos y Canarias. Le urgían las tres, porque, a su juicio, los ingleses podían apoderarse del Estrecho y de las Islas para controlar la navegación del Mediterráneo y el Atlántico pensando en África. Hitler trató de halagar a Franco espoleando sus reivindicaciones sobre Gibraltar y Marruecos, pero al español no le convencieron sus promesas de boquilla. Hitler empezó a perder la calma.

Franco trató de escabullirse con una larga perorata sobre la maltrecha economía española tras la guerra civil acabada un año antes (había pedido trigo y combustible a los alemanes). La pretensión de Hitler era sacar a España de la cómoda hamaca de “no beligerancia” en favor de una participación activa junto al Eje a partir de enero del año sioguiente (1941). El gallego daba vueltas y rodeos con sus digresiones sobre los bolsillos vacíos de los españoles y los daños por el fratricidio del 36. Los circunloquios de Franco agotaron la paciencia de Hitler, que escribió más tarde a Mussolini que prefería sacarse “tres o cuatro muelas” antes que aguantar de nuevo al español. Serrano Suñer había hecho una lista secreta inviable: rectificar las fronteras en los Pirineos, reclamado el Rosellón o Cataluña francesa, más Orán y todo Marruecos hasta el paralelo veinte. Hitler tenía este pobre concepto de Franco: “Un corazón valeroso, pero un hombre que sólo por carambola se ha convertido en jefe. No tiene la talla de político, ni de organizador”. Y creyó que en Hendaya se lo llevaría al huerto. El gallego se salió por la tangente.

Franco hizo gala de una ingenuidad, no obstante, osada; trataba de convencer a Alemania -de la que estaba agradecido por el apoyo que le prestó en su cruzada- de que sumar a España a la guerra mundial le saldría muy costoso en pertrechos, subvenciones y ayudas.

La amistad inconfesable

Bien es cierto que un destacado miembro del aparato nazi, el jefe de inteligencia (de la Abwehr, del Estado Mayor de las fuerzas alemanas entre 1921 y 1944) Wilhelm Canaris (descendiente de los Canarisi italianos, toda una invitación a seguirle la pista al nombre), del que constan varias visitas a las Islas, pudo influir en Franco convenciéndole de que Hitler no las tenía todas consigo en la guerra que había provocado. En cuyo caso, Canaris le aconsejó no asociarse al Eje. El agente secreto hizo un doble juego. Hitler lo envió a España para trabajarse a Franco y él lo desengañó sobre el futuro del alemán. Canaris siguió de cerca los pasos de Franco, desde los orígenes del golpe de Estado del 18 de julio, su alojamiento en el Hotel Madrid de Las Palmas, su viaje en el Dragon Rapide a Marruecos y demás movimientos, y llegó a tener una relación de amistad con el dictador. En cierta ocasión, el famoso espía inglés Kim Philby (acusado más tarde de doble agente al servicio de Stalin y por este, a su vez, de triple agente leal a los británicos) se lo tropezó de frente en la calle Triana, y en sus memorias anotó: “No le pegué un tiro allí mismo porque tenía órdenes expresas de Sir Winston (Churchill) de no hacerlo”. El primer ministro británico debía de estar al tanto del verdadero Canaris, un enemigo útil. Cuando fracasó la Operación Valkiria y el Führer sobrevivió al atentado, fueron ejecutados sus responsables, entre ellos Canaris. Fin de su historia.

El Führer habla del Archipiélago

Hitler dijo que descartaba un posible interés estratégico de los EE.UU. por ocupar el Archipiélago (daba por sentado que no entraría en la guerra), pero desconfiaba de los ingleses, “que aunque sufren de una situación precaria actualmente, en cualquier golpe de mano podrían hacerse con ellas (las Islas) y sería, desde luego, un golpe muy fuerte contra la campaña submarina que con toda eficacia se está llevando a cabo”.

Serrano Suñer escribiría años después que Franco no secundó en Hendaya la teoría de Hitler del peligro aliado sobre las Islas, pero reconoció que las defensas del Archipiélago “no estaban a la altura de las circunstancias”. Hitler lo interrumpió, arrimando el ascua a su sardina, y dijo que “Alemania enviaría las baterías de costa de gran calibre que fueran necesarias y los técnicos encargados de montarlas y enseñar su manejo”. Súñer contó que él y Franco habían pactado confundir al Führer con una cascada de lamentaciones sobre las carencias de la posguerra española que disuadieran al alemán de pagar la enorme factura a cambio de inmiscuir a España en la contienda (excepción hecha más tarde con la expedición a la URSS de la División Azul). Franco no accedió en la entrevista a la “cesión de bases en Canarias”, garantizó Suñer.

¿Canarias, un land alemán?

Hitler estaba decidido a invadir Gibraltar y ocupar (así fuera temporalmente) las Islas Canarias y demás posesiones españolas del norte de África (Marruecos español y Río de Oro), para su utilización estratégica y quería “expulsar a los ingleses del Mediterráneo Occidental” (hasta Portugal, con Azores y Madeira, figuraba en su fiebre anexionista).

La operación, tantas veces rememorada, se denominó Félix y merecía posiblemente en un principio cierta complicidad española; llegó a tener fecha asignada (el 10 de enero de 1941, de ahí las presiones de Hitler ante Franco, a menos de tres meses), pero nunca se llevó a cabo por las reticencias finales de Madrid. Franco evitaba provocar una represalia británica con la ocupación de las Islas Canarias y las otras posesiones de ultramar. “Me temo que Franco está cometiendo el mayor error de su vida”, escribió un decepcionado Hitler a Mussolini tras verse empujado a suspender la operación que había acariciado hasta el último momento. Quedó cancelada en febrero ante la obstinación de Franco, y Alemania cambió de planes.

Pese a todo, existe la hipótesis de que Hitler intentó disponer (incluso, comprar) de una o dos islas (Fuerteventura y Lanzarote), con el pretexto de poder dar respuesta a un posible ataque británico, si fracasaba el asalto a Gibraltar. Es cierto que, en medio de una guerra de espionaje de alemanes y británicos en las dos capitales canarias, los nazis reforzaron la defensa local mediante piezas de artillería como prometió Hitler en Hendaya. Y fue un hecho la presencia de submarinos alemanes en aguas próximas al Archipiélago y en el puerto de La Luz, unidades que entraron en combate con frecuencia hundiendo barcos aliados.

¿O seríamos ingleses?

La invasión de Canarias no era una idea exclusiva de los alemanes, como sospechaba Franco. Simultáneamente, a mediados del mismo año (1940), los ingleses también planeaban apoderarse de, al menos, las islas de Gran Canaria y Tenerife, según otra de las operaciones manidas en el relato de esta peripecia, la Pilgrim (antes bautizada como Puma). El puerto de La Luz y Gando serían atacados por los ingleses hasta conseguir su control. Cuando Alemania desistió de Félix, Reino Unido renunció a Pilgrim.

Los ingleses, siempre proclives a reclamar sus lazos con Canarias, habían diseñado una respuesta a la posible caída de Gibraltar en manos alemanas; Gran Canaria sería la base de reemplazo, y en Tenerife se establecería la guarnición militar. También comprendía la toma de Cabo Verde “y una de las Azores”.

Entre los 25.000 soldados concentrados en Escocia para este fin, figuraba un portuense (natural del Puerto de la Cruz) de origen británico, Austin Baillon, capitán del Special Operation Executive (SOE) del ejército inglés y formado como paracaidista para esa misión, como uno de los 16 comandos voluntarios entrenados para cerrar el paso al avance alemán mediante el sabotaje de instalaciones vitales. “Nuestra misión fue bautizada Ojo Dorado (Goldeneye) y partiría de Gibraltar a territorio español, donde tomaríamos posiciones estratégicas en Andalucía, con el fin de interrumpir las vías de comunicación y demorar el avance de las tropas alemanas hacia Gibraltar”, detalló después el propio Baillon.

Ninguno de los dos planes se llevó a la práctica. Pero, en un momento determinado, no solo se habló y se planificó, sino que se creyó inevitable pasar a la acción. Sobre las Islas sobrevolaban esos fantasmas por entonces, de uno y otro signo. Gran Canaria y Tenerife fueron protegidas militarmente ante la amenaza británica, que duró dos años durante el enfrentamiento mundial. Churchill informó de sus planes a EE.UU. en septiembre de 1941 (hace ahora 78 años). Franco creó el Mando Económico y Militar del Archipiélago, primero a las órdenes de Ricardo Serrano Santés y después del general García Escámez.
Hoy miramos de memoria hacia Hendaya, cuando en aquel vagón de la historia se habló de Canarias como una pieza clave en la ‘batalla del Atlántico’ de la Segunda Guerra Mundial, de lo que pudo haber sido y no fue. ¿Estaban las Islas en venta?

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