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Jaquelin Rivero: “Camareros hay, pero contados con los dedos de la mano”

Jaquelin lleva más de 25 años trabajando como mâitre con la familia Gamonal
Jaquelin Rivero
Jaquelin Rivero Cabo

Jaquelin Rivero Cabo lleva más de 25 años trabajando como mâitre con la familia Gamonal. Empezó con el padre, don Carlos, que le enseñó todos los rudimentos de este oficio que pasa por echarle muchas horas y mucho sacrificio. Nació en Tejina, en Santa Cruz de Tenerife y se fue muy pronto a trabajar a Suiza. Casada, con dos hijos, dice que para trabajar de mâitre hace falta “mucho amor y dedicación”.

-¿Cómo te formaste para trabajar en la sala?

“Mi formación fue con don Carlos padre. Yo vivía en Tejina y un tío me dijo: están buscando personal en el restaurante El Drago; así que me vine, me preguntaron si tenía alguna experiencia, les respondí que ninguna y entonces don Carlos me preguntó ¿tienes ganas de trabajar y aprender? Le dije que sí, y me contestó pues empiezas mañana. Y hasta hoy, han pasado 25 años. Don Carlos padre fue el que me lo ha enseñado todo”.

-¿Tenía vocación o fue la necesidad de encontrar un trabajo?

“Yo soy una mujer muy trabajadora, venía de trabajar en Suiza y no me podía quedar en mi casa quieta porque me gusta estar siempre activa. Y a día de hoy mi trabajo me encanta. Carlos, y Priscilla, sobre todo, confían mucho en mí. Lo que más nos cuesta es el cáterin. Hacemos muchos eventos, el mayor que hemos hecho fue de 2.800 personas, en Las Águilas de El Teide para un congreso. Se parte de cero, se elaboran los menús, le digo como pensamos hacerlo, Carlos hijo me da el visto bueno y luego llevamos camareros, hacemos el montaje, el servicio…”

-¿Usted que es autodidacta, cómo ve al personal de sala que sale ahora de las escuelas?

“Es un poquito complicado. Yo me he tropezado con muchísimos camareros, que dicen que lo son y no tienen ni idea. Yo pienso que si no te gusta lo que estás haciendo, no lo hagas; en segundo lugar, no tienen devoción por lo que hacen. Es muy complicado buscar un buen camarero. Los hay, pero contados con los dedos de la mano. Yo tengo mi equipo de toda la vida, son diez chicos y chicas que ya saben como me gustan a mí las cosas y a Carlos hijo”.

-¿Qué cualidades hay que tener para dedicarse a la sala?

“Amor y dedicación”.

-Y echarle horas…

“Las horas ni se cuentan; en hostelería la jornada de 8 horas no es real; organizar un evento lleva horas y horas y horas y la gente hoy no está para eso. Nosotros en El Drago trabajamos siempre con el mismo equipo, cuando salimos a la calle siempre me llevo a mis chicos de confianza y el resto lo pedimos a una empresa”.

-No debe haber muchos profesionales que lleven 25 años como jefe de sala…

“Estoy muy orgullosa de pertenecer a la familia Gamonal. Somos una familia chiquita que forman Carlos, Priscilla, los dos chicos de cocina José, que es mi marido, y Fran y nos apoyamos unos en otros, Si hay que fregar un caldero se friega, si hay que pelar papas, se pelan”.

-¿Qué le ha aportado trabajar en Suiza?

“Cuando mis padres emigraron estuve quince años viviendo con mis abuelos; luego mi madre se quedó embarazada de mi hermano pequeño y entonces fui por un mes y me quedé diez años. Conocí a mi marido y nos vinimos a casar, sí o sí, a mi pueblo, eso lo tenía claro y cuando me quedé embarazada de mi segundo hijo le dije a mi marido vámonos para casa, para Tenerife claro, no para Galicia”.

-¿Cuál es la peor situación a la que te enfrentas en un cáterin?

“Que cuando llegue el personal para el servicio no me haga caso. Que te pongan una botella de Coca-Cola de plástico en una mesa en una boda por comodidad. Eso no se puede hacer. Y soy un poquito exigente y me enfado mucho”.

-Alguna anécdota divertida…

“Hemos tenido tantas… Me acuerdo de Toña, que me enseñó mucho, que trabajaba con nosotros, que una vez le pidieron una grappa y le llevó una grapadora al cliente… Siempre nos reímos mucho, hacemos el trabajo con mucho amor y durante el servicio estamos serios”.

-¿Cuál es el cáterin más complicado que han hecho?

“El más complicado no sé, pero el más loco el de Las Águilas, que de repente me veo a Carlos montado en una tirolina con alitas volando por encima de todo el evento. O cuando estaba todo montado y en diez minutos tuvimos que desmontar un evento para 400 personas porque nos cayó el diluvio; o con don Carlos padre, en un evento para Opel, que dábamos el desayuno en Buenavista y el almuerzo en el Astrofísico para 300 personas”.

-¿No te arrepientes de haber elegido este trabajo?

“No. Yo soy feliz y me encanta lo que hago”.

-Algún cliente que te haya emocionado…

“Muchos. El día que reabrimos el restaurante lloramos mucho porque venían clientes de toda la vida y vinieron unos abuelos con su nieto y nos dijeron me quiero sentar en la misma mesa donde me senté la última vez y el niño dice y yo me quiero comer el rabo de toro que me comí la última vez. Yo lloré. El señor sabía cuál era la mesa y el niño, que tenía 8 años y ahora ya es mayorcito, se acordaba del rabo de toro. Ya he hecho bautizos, comuniones y hasta una boda. Y cuando ya los caso es cuando digo, ya estoy vieja. Ya le he servido al Rey y la Reina, a los Reyes actuales y a las Infantas. La primera vez que le serví a don Juan Carlos, en la Universidad de La Laguna, le llevaba el queso y ya sabes, los guardaespaldas te empujan, y te empujan y yo les explicaba, es que me mandaron para darle de comer a Su Majestad, y ellos con no te puedas acercar y me volvían a empujar… Pero el Rey se quedó con la movida, vino hacia mí me puso la mano sobre el hombro y me preguntó cómo te llamas y qué traes ahí; pues traigo unos quesos, y cómo los cojo, me dijo, con los palillitos o con las manos, como a usted le apetezca le dije; ¿y si lo cojo con las manos?, yo lo cojo con las manos que me sabe, le respondí. Lo comió, me dijo que estaba rico y añadió: y no te muevas de mi lado porque lo que te acaban de hacer no me ha gustado nada”.

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