sociedad

Llegar a viejo y sentirse de otro planeta

Las asociaciones de mayores son un lugar de resistencia frente a la velocidad de los tiempos y las diferencias entre generaciones
La tertulia es muchas veces la mejor manera de aliviar inquietudes, mientras se organizan los bailes del fin de semana. Fran Pallero

Cuando Paco era pequeño y vivía con sus padres, que eran medianeros en La Gomera, no tenía que preocuparse por los kilos de más que ahora dejan las Navidades. “Como no había mucha variedad para comer, uno decía: ‘Oye, ¿y qué preparamos en Navidad’. ‘Pues matamos un cabrito’, como algo especial. Pero ahora siempre hay de todo”. También mucha más obesidad.

Había el otro día una cierta sensación de “todo tiempo pasado fue mejor” entre Paco, Carmen, Marina, Cabrera, Vicente, Ramón y Francisco, todos entre los setenta y los ochenta y cinco, como si se sintieran, irremediablemente, parte de otra época. Aunque resignación, ninguna, y estaban preparando las fiestas y reuniones de la Asociación de Mayores Beneharo, de San Miguel de Geneto, los primeros de enero. “Porque el verdadero Geneto es este, no San Bartolomé”, dice Carmen un poco en broma, un poco serio. Presidiendo, Vicente, el líder de la asociación, que tiene la entrañable solemnidad surrealista de un alcalde berlanguiano e hilvana discursos como si tuviera una metralleta. Y todos se callan. “Esto es mi vida”, dice sobre la asociación, después de leer un poema sobre los abuelos.

Hablamos de soledad, porque en Canarias hay 71.000 personas mayores de 65 años que viven solas, según el INE. “Yo, de soledad no puedo hablar, vivo con un hijo, su mujer y ahora una niña chiquita”, cuenta Carmen, que además tiene a Paco, su marido. “Yo sí me quejo, porque he estado casi todo el año mala, y claro que estoy sola en mi casa, casi todo el día”, cuenta Marina. “Sí, pasa algún hijo, pero yo, que era la primera que me apuntaba al baile, nadie sabe lo que me ha costado… Me costó una depresión que bajé 12 kilos, pero ahora estoy empezando a levantar cabeza”.
Pesa más todavía la sensación de abismo generacional, como si estuvieran desconectados. O peor, como si los hubieran relegado.

“Yo viví otra época, pero yo no cambio mis 15 años por los de hoy”, cuenta Paco. Porque era tan bonito, había tanto respeto. Hoy hay que tener cuidado con decirle cualquier cosa a un chiquillo, porque te tira una piedra”, dice. “O ese tranvía, que tiene 37 metros y nadie está hablando, todo el mundo con el móvil”.

“En nuestra época, si nos decían esto es así, lo hacíamos. Aunque lo quisiéramos de otra forma”, reflexiona Carmen. “Pensábamos que, si nos lo decían, era por algo. Podía más la prudencia que aquel deseo”.

“Ellos están desconectados de nosotros”, dice Marina sobre la gente joven. “A veces nos quieren echar al rincón. Hace diez años, todavía lo recuerdo, iban unos chicos en Taco por la acera en bicicleta. Yo me bajé para que pasaran y uno le dijo al otro: ‘Cuidado, tío, que te vas a cargar a la pureta”. Marina vivió con su marido en el Sáhara hasta poco antes de la Marcha Verde, la ocupación de la excolonia española por parte de los marroquíes en 1975. Se fueron para allá y él trabajó en la construcción, con los militares. Luego estuvo en las minas de fosfato y, por último, montó un bar. Pero se marcharon por los atentados del Frente Polisario contra la presencia española. Sin embargo, dice que sus nietos saben poco de esa época, no le preguntan. Es la memoria que se pierde por falta de oídos atentos. “Yo, a mis nietos, no les cuento nada de cuando era joven, porque no me van a hacer caso. Ellos han estudiado más que yo, pero yo tengo más cosas que contarles a ellos que ellos a mí”, dice Marina.

Y hay datos que escuecen: “El otro día leí que hay 70 mayores en el Hospital de La Candelaria dados de alta porque sus hijos no quieren recogerlos”, dice Paco. “¿Tú padre no te hizo a ti un hombrecito, compadre? Lo tienes abandonado ahí… Seguro que lo que trabajó lo tienes preparado para chuparlo”, se queja. Por si acaso, dice que ya ha hablado con Casimiro Curbelo para que lo apunten por si algún día tiene que entrar en el nuevo centro sociosanitario para mayores que se está construyendo. “Yo no me fío de los hijos”, afirma con un poco de humor socarrón.

La asociación Beneharo está un poco para eso, para cuidarse los unos a los otros. Durante la semana hay talleres desde las cuatro hasta las siete y media. Y se intercala la tertulia. “Aquí uno encuentra compañeros para hablar, para disfrutar. Porque, en una asociación de mayores, se hacen muchas cosas”, dice Carmen. “Es una manera de no estar toda el día sentado delante de la televisión”, añade Ramón

Un domingo al mes se van de excursión. Y los otros fines de semana organizan bailes. La música la ponen Paco y Francisco. El primero canta. El segundo, que fue policía, es el que toca. Es el discreto de la pareja musical, silencioso y riéndole las bromas a Paco con los ojos brillantes y torciendo un poco la boca. Llevan toda la vida juntos, desde pequeños, y formaron parte de la Orquesta Garajonay. Desde los ochenta tocan en decenas de clubes y asociaciones de mayores. Y ahora los mayores son ellos. “Una vez vino por aquí una amiga de mi hija y me dijo: ‘Oye, pues ustedes sí que se lo pasan bien aquí. Viene gente hasta de San Juan de la Rambla”, cuenta Paco.

También tratan de mantenerse en forma. Como Cabrera, que ha invertido parte de su energía física en unos terrenitos que se dedica a plantar desde que lo prejubilaron en la Telefónica a los 52 años. “La verdad que yo he disfrutado de la jubilación”, dice ahora en la setentena.

Marina y Carmen van a la playa de Las Teresitas con los grupos de mujeres que organiza el Ayuntamiento de La Laguna. “Solo dejan ir a las mujeres”, se queja Paco medio en broma. “Sí, sí, no queremos hombres”, contesta Marina. “Pero si ya no hay sino medio hombres”, bromea Ramón. “Cuando nosotras estamos en casa haciendo cosas, los hombres están en el banquito a charlar con el amigo o a jugar al envite”, reivindica Marina.

“Yo me voy a caminar todos los días al Hogar Gomero, que tiene ahí un montón de espacio. Pero todos los que venían conmigo se han muerto, así que ya no sé. Pero caminar ayuda, es como si le echaras gasolina al coche”, cuenta Paco.

-Oiga, ¿y es verdad que los partidos políticos intentan utilizar a las asociaciones de vecinos?

-“Nosotros somos absolutamente independientes”, contesta Vicente. “Aquí los políticos vienen a hacer presencia por su responsabilidad”.

-“Cada uno adora al santo en el que tiene fe”, dice Carmen con ironía.

-Pero solo tienen colgada ustedes la foto del santo Fernando Clavijo, ¿no?

-“Es que este santo es socio de honor desde la fundación”.

Y entre bromas siguió una tarde bonita, escuchando a la memoria viva.

MÁS DEL 15% DE LA POBLACIÓN CANARIA TIENE UNA EDAD SUPERIOR A 64 AÑOS

En Canarias hay 331.530 personas que tienen 65 años o más, según datos del Instituto Canario de Estadística (ISTAC) de 2018. Un 15.58% de la población. 148.010 son hombres y 183.520 son mujeres. La cifra está aún lejos de la media nacional, que ronda el 19%, pero la población sigue envejenciéndose en un entorno caracterizado por la deterioro de los servicios sociales y por una implantación todavía muy insuficiente de la ley de dependencia. A eso hay que sumar un modo de vida más acelerado en entornos familiares cada vez más atomizados que dificultan los cuidados a las personas que están en una edad avanzada.

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