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Cinco árboles en Canarias con misterio

Magia, enigmas y leyendas alrededor de dragos, pinos y laureles
Cinco árboles misteriosos de Canarias. DA
Cinco árboles misteriosos de Canarias. DA

Algunos de los abundantes misterios que atesora nuestro Archipiélago tienen a los árboles como protagonistas. En muchas culturas han sido tratados como iguales, como entes pensantes y dotados de alma con los que llega a ser posible comunicarse y relacionarse de una manera inteligente y mutuamente beneficiosa, mientras que tampoco resulta extraño que en el pasado algunas especies arbóreas fuesen consideradas morada de dioses o deidades en sí mismas, y como consecuencia, objeto de culto y rituales diversos que los expertos reúnen bajo el nombre genérico de Dendrolatría.

Aunque el Cristianismo se empeñó en erradicar estas prácticas, algunas sobrevivieron gracias a su plasticidad, sincretizándose o adoptando nuevas formas como “los mayos” o ”arboles de mayo” en sus diversas versiones, festividad pagana que no por casualidad se encuentra solapada en el calendario por la Fiesta de la Cruz. Aunque para solapamientos entre árboles y cruces no se nos ocurre un ejemplo mejor que el acontecido en Breña Alta en 1622, cuando prodigiosamente dos cruces negras fueron encontradas en el interior de un laurel dando origen al potente culto a la cruz en este municipio palmero.

En Canarias acudíamos al Drago para curar la hernia, pero también se temía al poder enfermizo de la sombra de las higueras, mientras que nuestra gente del campo podía zurrarle una entrada de palos o amenazar con hacerlo a un frutal que no había dado frutos ese año. Sin embargo, y a fin de no desviarnos de nuestro objetivo, centrémonos en destacar que en Canarias ciertos árboles también han gozado de una fama y leyenda de enorme relevancia, como es el caso del árbol santo Garoe y su prodigiosa cualidad de surtir de agua a los antiguos bimbaches, o los dragos milenarios, que tanto sorprendieron a los primeros botánicos europeos que nos visitaron, ya fuera por su portentoso aspecto como por el uso medicinal y ritual que hacíamos de ellos.

Del asombro que provocaba su contemplación dio cuenta Gerónimo El Bosco, al representarlo en la región del paraíso como “árbol de la vida” en su mítico Jardín de las Delicias, aun cuando la discusión sobre sí su drago era canario, marroquí o incluso egipcio es un dilema que sigue entreteniendo a más de uno. La Virgen del Pino en Teror es otro extraordinario ejemplo, un episodio que al ser observado con detalle nos revela que lo que allí se veneraba en primera instancia era el árbol, un culto que prosiguió conviviendo discretamente durante cierto tiempo una vez que la Providencia quiso que la Virgen María resplandeciera sobre su copa.

EL LAUREL DEL AMOR AGULENSE

Conocí esta deliciosa historia hace más bien poco, y le prometí al agulense Pedro Manuel Cruz Vera, que me la contó a la sombra de sus ramas y la inmortalizó en su libreto El Corazón del Laurel, que un día hablaría de ella. Pues ese día ha llegado y al arrancarme ante el teclado no he podido evitar imaginar que los singulares místicos Filiichristi, o el genio de José Aguiar, quizá reflexionaron sobre lo humano y lo divino junto al mismo. Se levanta junto a la plaza de la iglesia, custodiando el corazón de Agulo, con una leyenda que atribuye su siembra a dos niños enamorados desde la infancia, Nicolás y Manuela.

En su primera comunión plantaron cada uno un laurel, sellando la inocente promesa de que, si prosperaban aquellos árboles, ellos se casarían. Ambas cosas ocurrieron, los árboles progresaron fusionando sus troncos en uno solo, y la pareja se casó, quedando en el pueblo como costumbre el que los enamorados se besaran bajo sus ramas para bendecir su amor. Pero el destino tenía sus propios planes y el famoso laurel sucumbió a los embates de un temporal, dándose por perdido a pesar de que avezados entendidos intentaron salvarlo. Reducido a un tronco seco, pasaron los años hasta que un hecho inesperado brindó una nueva oportunidad al laurel del amor agulense. Cuentan en el pueblo que a sus pies fue enterrado Juanillo el tonto, quien además de ser el más pobre de los vecinos, también era el más trabajador.

Cándido como pocos, vivía con lo prestado, agradecido con las ropas y la comida que unos y otros le daban. Allí donde lo requerían para trabajar, allí se presentaba, poseyendo tantas virtudes como carencias materiales. Su muerte causó pena, siendo sepultado junto al tronco inerte de nuestro laurel, que al poco tiempo volvió a brotar, a reverdecer ganando porte y altura. Cuentan que el milagro fue posible por la bondad de Juanillo el tonto, que por siempre cuidará de sus raíces.

EL DRAGO DE LA BRUJA REGAÑONA

Por las dependencias municipales de turismo de Gáldar pasan a diario cientos de personas, pero pocas se percatan de las particularidades del drago que se alza en su jardín. Todos convienen en decir que fue plantado hace al menos 300 años, aunque por sus ramificaciones se estiman que ronde los 220 años. Es el Drago de la Bruja Regañona, el epicentro de una deliciosa y aleccionadora leyenda convertida en uno de los símbolos de la identidad galdense.

Cuentan que una joven de acomodada familia a la que muchos asignan el nombre de Catalina fue obligada a casarse, práctica habitual pero que en su caso no condujo a nada especialmente bueno, hasta el punto de verse conducida a ingresar en un convento para salir de aquel tormento. Pero aquella nueva vida conventual tampoco era la que nuestra temperamental protagonista quería, de manera que fingiendo su muerte logró fugarse, adoptando desde entonces una nueva identidad, la de curandera, yerbera y santiguadora. El drago era uno de sus recursos habituales, a donde acudía para sangrarlo o bien para trazar sobre su tronco la silueta de los pies de aquellos a los pretendía curar.

En ella convivía la buena fama y aprecio como mujer medicina, junto con la menos buena por su carácter arisco y seco, de ahí que la conocieran como la Bruja Regañona. La leyenda cuenta que posiblemente por celos el cura y el boticario la tenían en el punto de mira, amenazándola con cortar el dichoso árbol para poner fin a sus prácticas. En esa disputa estaban cuando una mañana el boticario apareció muerto a los pies del drago, perdiéndosele el rastro para siempre a la Bruja Regañona, a la que unos acusaban de ser culpable y otros de huir por no poder demostrar lo contrario.

Desde aquel momento el árbol quedó envuelto en un halo de respeto, de atracción y rechazo, hasta que el 13 de julio de 1913 ocurre algo que singularizará para siempre este ejemplar. Una niña, que dicen se llamaba María Leonarda, dibujó sobre una de las ramas del drago la silueta de una bruja con la leyenda de su nombre. Cuentan que aquello fue una especie de bendición o exorcismo, un acto que liberaba el drago de todo lo malo que podía orbitar alrededor del mismo. Eso creen en Gáldar, y desde entonces aquel Drago actúa como un poderoso símbolo protector y benefactor de la ciudad.

EL PERAL DE LOS AHORCADOS

De esta historia doy fe directamente, pues fue foco de comprensibles temores infantiles para muchos matanceros, yo entre ellos. Nadie te la contaba en detalle, pero todos la conocíamos como sí de un equipamiento de serie se tratase, de manera que, entre silencios e insinuaciones, cada uno maceraba su propia versión. Yo tenía la propia. Para colmo, mi afición por la lectura me llevaba a cruzar el pueblo de punta a punta teniendo que regresar con la noche encima, con la obligación de pasar sí o sí por aquel fatídico y oscuro tramo de la carretera que conduce a San Antonio desde el casco antiguo de La Matanza.

Curiosamente, aquel tramo del peral siempre me pareció especialmente oscuro, aunque ahora entiendo que era la expectativa de ver un fantasma lo que ennegrecía la escena. Nos contaban que, en un peral sembrado en el margen izquierdo de la carretera, en La Cortada, era posible ver a un ahorcado colgado de sus ramas, el espectro de un suicida que por las noches se aparecía a quienes se atrevían a transitar por el lugar al ocultarse el sol. Entonces no supe si el ahorcado tuvo nombre o no, y si aquello respondía al recuerdo de una tragedia real, pero la verdad es que también se escuchaba que no había sido uno, sino varios, los hombres que había sellado su destino colgándose de sus ramas.

Ya de adulto no fue difícil averiguar que, efectivamente, aquel árbol había presenciado el último gesto de desesperación de al menos dos vecinos. Pero en la niñez me inquietaba el rumor de que fulanito o menganito, habían visto sus fantasmas envueltos en un tenue brillo que los hacía destacar en la oscuridad. Confieso que nunca vi nada extraño, pero también que aquellos metros los salvaba a toda prisa y sin mirar. Incluso a plena luz, en el camino de ida en busca de los cómics de Asterix o Tintín, miraba lo justo hacia el peral que crecía en una huerta ya sin cultivar, franqueado por yerbajos.

Era tal la inquietud que en muchos generaba aquella difusa historia, que incluso cuando ibas acompañado el paso se aceleraba y las conversaciones se hacían más intensas, posiblemente para solapar con las nerviosas voces del grupo el susurro de nuestros miedos individuales. Aún hoy se le intuye bajo las zarzas, pero sus miedos parecen haber sido olvidados.

LOS DRAGOS QUE NACIERON DEL AMOR

La Palma, al igual que el resto de las islas, tiene sus propias leyendas y tradiciones vinculadas con algunos árboles. Es posible que el más relevante sea el Pino de la Virgen, en El Paso, a las puertas de La Caldera de Taburiente, un ejemplar que ya cristianizado simultanea los roles de santuario y devoción. Sin embargo, nuestros protagonistas palmeros son en esta ocasión otros dos árboles, los llamados Dragos Gemelos de Breña Alta, cuya estampa en el barrio de San Isidro intrigó sin duda a las generaciones pasadas, llevándolos a trazar un relato para enaltecer y explicar su singularidad.

Poco importa que su edad botánica estimada en unos 250 años no cuadre con el relato. Se cuenta que poco antes de la Conquista de la isla dos hermanos gemelos, Urunte y Timizara, pujaban por el amor de una hermosa y joven benahorita, Urbina. También ella se sentía atraída por ambos, lo que dejaba la solución al conflicto en manos de un combate que la tradición describe como implacable.

Lo impredecible tomó forma y ambos hermanos murieron en la lucha, llevando a la dolida y triste Urbina a vagar por los tupidos montes palmeros en busca de dos esquejes de drago, que halló en el Barranco de las Angustias, para sembrarlos en el punto exacto donde se dejaron la vida sus enamorados. Como no podía ser de otra manera, al crecer regados a diario por aquella joven que sobrevivía en la culpa, se entrelazaron como los hermanos que siempre fueron y que jamás dejarán de ser.

EL PINO MALDITO DE LA BRUJA CASANDRA

Como hemos visto, hay árboles marcados por la tragedia o que se convierten en escenario de la misma. Uno de los más emblemáticos es el monumental Pino de Casandra, al borde de la Presa de las Niñas y cerca de la cueva del mismo nombre, en el Parque Rural del Nublo, en Gran Canaria.

Este topónimo parece responder al hecho de que en aquella cueva vivieron algunas mujeres cuya moral fue puesta en duda, un interesante apunte que suele tener conexión con prácticas y creencias que conectan con el pasado nativo y que fueron estigmatizadas relegándolas a lo pagano y brujeril.

Los expertos estiman en 400 años su edad, de forma que ha sido testigo de lo incontable, siendo conocido desde antiguo como Pino Bonito por los lugareños. Alrededor de este ejemplar de pino canario de 20 metros de altura se cuenta que se oyen cadenas y lamentos, e incluso se ven sombras, destellos y ocasionales llamas. Una misteriosa leyenda, de origen incierto, atribuye tales fenómenos al espíritu de una joven y bella bruja de nombre Casandra.

Enamorada de Iván, padre de sus mellizas, su juventud y obsesión por la belleza la llevaron a pensar que aquel la abandonaría al marchitarse, de forma que decidió pactar con el mismísimo diablo para conservar su belleza. El Señor de las Tinieblas accedió pidiendo a cambio la vida de sus dos retoños, vidas que la desesperada Casandra estuvo a punto de entregarle debajo del citado pino. Su amado la detuvo y lleno de rabia la ató a su tronco prendiéndole fuego a fin de saldar su frustrada atrocidad y evitar un futuro intento. Y allí sigue vigilante, como cómplice y confidente de quienes se sientan a sus pies.

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