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Confinado en el mar

Samuel Reyes es marino y estuvo diez años a bordo de petroleros en los que llegó a estar hasta un mes sin tocar tierra, en compañía del resto de la tripulación, donde hizo grandes amigos para siempre
Una de las grandes cosas que recuerda Samuel de sus travesías en petroleros era la calidad de la comida en el barco y los compañeros, algunos de los cuales se convirtieron en amigos para toda la vida. D.A

En tiempos de confinamiento, buenas lecturas. Y la literatura está llena de grandes marineros, como el capitán Ahab y Billy Bud, de Herman Melville, el Lord Jim de Joseph Conrad o Macrol el gaviero, de Álvaro Mutis. Todos distintos y, sin embargo, personajes profundos de una gran individualidad. También la tiene el marino Samuel Reyes, un tipo noble, vital, curioso, que ya no viaja a África sino trabaja en las Islas, pero que durante casi una década navegó en enormes petroleros que lo tenían dos o tres meses alejado de casa, con periodos de hasta un mes en los que no se bajaba del barco. Por Canarias, la Península, Alejandría, Guinea, y así recorriendo mundo con buques cargados de asfalto y fuel-oil.

Cuenta Samuel que lo más duro era siempre la primera semana. “Era muy jodida. Los marinos, cuando estamos de vacaciones, aprovechamos para hacer un montón de cosas. Y de la noche a la mañana desaparecen las cosas que más quieres: tu pareja, tu familia, tus hobbies…”, explica. “Y piensas: ‘Joder, me quedan dos meses metido aquí, trabajando todo el rato”. Otra de las cosas que llevaba mal Samuel era cuando el barco fondeaba cerca de Tenerife. “Estabas viendo la costa de Santa Cruz, a un taxi de marcharte a casa, y sin embargo, no te podías ir”, relata.

Pero el trabajo, que era siete días a la semana, con los domingos aflojando un poco, al mismo tiempo lo ayudaba a superar la magua. “Desde que te metes en la dinámica, todo cambia. Y luego está el compadreo. Porque en un barco se pueden hacer grandes amistades que duran toda la vida”. Al caer la tarde, cuando ya era momento de descansar, hacían ciclos de películas, o jugaban al ping pong en el barco, charlaban. También lo ayudaba la buena comida. “Yo creo que es mejor que en casa, donde a veces te comes un plato de potaje y sigues trabajando. Allí tenías tus tres platos. Y en compañías como la antigua Trasmediterránea, la comida era un manjar”.

Pero no todo el mundo aguanta como marino. “El confinamiento desgastaba mucho psicológicamente a algunas personas. Sobre todo, a los primerizos. Muchos no aguantaban, cogían el barco en Alicante y ya se tenían que bajar en Vigo”, cuenta. “A mí también me costó al principio, pero había que hacer de tripas corazón. Llevaba cinco años estudiando eso. ¿Qué iba a hacer?”, dice. “Tienes que ser un poco duro, aunque yo no lo sea normalmente, pero hay que poner el pecho por delante”.

Dice Samuel que la típica imagen del marinero crápula y putero ya no se corresponde con la realidad. “Alguno puede haber. Pero, en general, eso era antes, ya no. Las cargas y las descargas son tan rápidas que no hay ni tiempo. Por lo menos, en la marina mercante española, no sé en los pesqueros rusos. También la gente, hoy en día, es mucho más civilizada. Antes desembarcaban una semana y tenían hasta hijos” asegura. “Yo tenía un capitán de esa otra época que decía que la marina mercante había muerto cuando los marinos, en vez de ir a un prostíbulo, se iban al cine. Y yo lo he hecho, he salido del barco para ir al cine”.

Sobre el confinamiento fruto del coronavirus, Samuel aconseja a la gente “que se quiten el pijama. Como no te asees ni nada, entras en una mala dinámica”. También cree que es bueno hacer ejercicio. “A mí me ayudaba mucho a evadirme dentro del barco”, cuenta. “Pero lo más importante es eso, salir del sofá, del ‘modo domingo’. Yo hoy me levanté, me duché, me vestí y me puse a teletrabajar”.

Su confinamiento, sin embargo, es bastante agradable, en su casa de Tegueste, por donde pasan varios senderos de camino a la montaña con los que salir a pasear un poquito con los perros. Y tener un jardín también ayuda. Pero sí le preocupa la salud de la gente. Y la economía. “Estoy asustado. Porque esto, sin turismo… No vi venir la situación para nada”. Como casi todos.

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