sociedad

Mirar con los ojos de la memoria, descontando días hasta que nazca el sol sobre una ciudad en fiesta

“Creo que no nos quedamos ciegos, estamos ciegos”, planteaba Saramago en una de sus célebres novelas, en la que narraba una pandemia que apagaba las luces de la humanidad; la próxima realidad la veremos bajo otro prisma
Ambiente en Santa Cruz de Tenerife. Fran Pallero
Ambiente en Santa Cruz de Tenerife. Fran Pallero

“¿Por qué nos hemos quedado ciegos? No lo sé, quizá un día lleguemos a saber la razón. Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos”. El Ensayo sobre la ceguera, la célebre distopía de José Saramago que describe una pandemia que apaga las luces de la humanidad -rescatada en estas fechas de confinamiento por numerosos lectores- y que le puso el Nobel de Literatura en bandeja, nos advierte sobre “la responsabilidad de tener ojos cuando otros lo perdieron”. Sabia reflexión.

El radical cambio de decorado en el escenario que se ha abierto antes nuestros ojos nos devuelve a la realidad, esa que obliga a la memoria a tirar del hilo de los recuerdos ahora que parece que el tiempo se ha detenido entre nuestras manos. “Qué felices éramos y no lo sabíamos”, suspiraba una lectora días atrás, consciente del valor de aquellos paseos por la calle, los cafés con conversación en el bar, los almuerzos entre amigos, las reuniones al aire libre sin relojes, las escapadas a la playa o al monte, o los gritos para celebrar los goles frente al televisor.

En la cuenta atrás para salir de este paréntesis entre el antes y el después, la vida fluye con el aliciente de seguir descontando los días de cuarentena y la esperanza de que empecemos a doblar el brazo a la curva de fallecimientos y contagios. El trinar de los pájaros ha vuelto a las desiertas calles y plazas, como en la época de nuestros abuelos, solapado a ratos por el paso de algún vehículo policial o del Ejército o por las conversaciones telefónicas que, intermitentemente, se escuchan desde los balcones.

Es ahí, en los balcones, donde la vida late con más fuerza y donde se suceden las escenas que reflejan la mejor cara del ser humano. Donde los vecinos se ponen de acuerdo para cantar el cumpleaños feliz a un emocionado abuelo en La Palma, donde un octogenario con alzhéimer toca la armónica en Vigo convencido de que esos aplausos de las siete se dirigen a su balcón, donde unos padres sacan a su hijo para que reciba la gran ovación del día “por lo bien que se porta”, donde los niños siguen pintando miles de arcoíris sobre cartulinas y donde suena un repertorio de canciones de todo tipo para subir la moral a la tropa, desde el Sobreviviré del Dúo Dinámico, himno oficial del confinamiento, hasta el Lucha canario o el Pasodoble Islas Canarias de Los Sabandeños.

dos semanas

Este fin de semana se cumplirá el ecuador del confinamiento decretado por el Gobierno y a partir de ahí comenzaremos a cruzar el último tramo del túnel, ojalá que con menos zarpazos letales del virus. Y empezaremos a ver cada vez más cerca el día en que, como en la ficción de Saramago, nos diremos: “¿Qué estará pasando ahí fuera?” Y la respuesta llegará desde el piso de abajo, de enfrente o de al lado cuando alguien salga al rellano para gritar: “¡Veo, veo, veo!”. Entonces, como en la novela, nacerá el sol sobre una ciudad en fiesta.

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