“Ángel, ¡sube! Te encierras en tu cuarto y ya luego hablamos tú y yo. Y te estás calladito y tranquilito”.
Si Sofía Loren fuera canaria, se llamaría Elena Viña. Y no porque esta trabajadora social tuviera enamorados a la mitad de los niños cuando estaba en el colegio, sino porque es una especie de ciclón, como esas actrices del cine clásico italiano que casi se salían de las pantallas de la energía que tenían. Y claro, eso se nota en casa, confinados desde hace dos jueves. “El mayor estrés es el que te vas a encontrar aquí”, dice en broma. “Tenía pensado arreglar los armarios y todavía no he tocado ni uno”.
Los grandes planes de la cuarentena van camino del incumplimiento en todas las casas: pintar el salón y el baño, montar el armario heredado de la abuela, leer a Benito Pérez Galdós en el centenario de su muerte… Pero es que la jornada es agotadora. “Estoy liada como una pita”, dice Elena antes de narrar uno de esos días que empiezan entre siete y media y ocho, cuando ella y David, su marido, se ponen con el desayuno, las tareas domésticas, los deberes y los juegos de Ángel y Carlos, sus dos hijos, de nueve y cuatro años. “No paro en todo el día”. Por las tardes, que es cuando puede, teletrabaja en el Servicio de Apoyo a la Asistencia Escolar del Ayuntamiento de La Laguna. “Los chicos a los que normalmente atendemos no quieren ir a clase, sino estar con sus amigos en la calle”, explica. “Así que imagínate lo difícil que es estos días, todo el tiempo encerrados. Llamamos a las casas preguntando también por las tareas, pero mucha gente no tiene ni acceso a las plataformas digitales y piensan que a sus hijos no les han mandado deberes. También nos aseguramos de que los que tienen ‘cuota cero’ de comedor reciben la ayuda. La gente está preocupada por el tema económico”.
Elena lleva en su casa de La Gallega desde el jueves anterior al sábado en que se decretó el estado de alarma, cuando se anunció que se iban a cerrar los colegios. Aunque intenta no atracarse de información, “porque me estaba angustiando”, sí está “muy concienciada”. Lo hace por la salud de los suyos: “ Mis hijos han sufrido de los pulmones, con varias neumonías cuando eran más pequeños. Hoy en día están sanos, hay que tener cuidado”, cuenta. “Y también por los amigos y otra gente de mi familia. Mi hermano es intensivista, mi cuñada también es médica. Estos días, ellos no pueden estar con sus hijos, yo tengo que hacer lo posible por no contagiarme y que no se contagie nadie para que los infectados no sigan llegando en bandadas a la UCI, el frente de batalla donde el personal sanitario también enferma”.
David, su marido, trabaja en paquetería urgente de Correos, pero solo está trabajando entre uno y dos por semana, por reducciones y asuntos propios. Esos días, David aprovecha para sacar la basura y hacer la compra. Luego, Elena la desinfecta y él se limpia concienzudamente en el baño que hay en el garaje. “Él es más hipocondríaco que yo. Duerme mal el día antes de ir a trabajar, y yo le preparo unas toallitas con lejía para que se las lleve al trabajo y se limpie los guantes”, cuenta Elena.
“Hace poco, me decía: ‘Oye, el niño tiene una tos seca, he leído que el eucalipto es bueno. Y ahora acaba de traerlo del supermercado. El otro día se metió en Internet y le hizo un agua de ajo con orégano, y el niño probó aquello y le dio dolor de barriga”, cuenta riéndose.
Según Elena, quienes más le preocupan son su suegra, que ya está mayor y necesita de una persona que la cuide, y su madre, que acaba de cumplir setenta años. “Yo le digo que se venga con nosotros, pero ella dice que nanai. Y la amenazo: ‘Mamá, que me acabo de comprar una casa al lado de la tuya, a ver si te va a pasar algo”. Pero cada una en su casa, y dios en la de todos, aunque la madre de Elena sea una mujer generosa que le prepara tuppers a cada rato en la vida normal, no en esta de la pandemia. “Ahora estoy cocinando, y la verdad que he perdido el apetito”. Y eso que Elena es la hija de Juan Viña, conocidísimo vecino de La Laguna, cuyas comidas de amigo generoso evocó en 2016 la escritora Elsa López en un bellísimo artículo que le dedicó tras su fallecimiento. Ahora hay un parque que lleva su nombre donde vivió durante tantos años, en Villa Hilaria, y adonde Elena piensa mudarse en cuanto termine la casa que está reformando y el coronavirus de un respiro a la vida. Por ahora, se conforma con salir a aplaudir a las siete: “Es el mejor momento. Cada día lo pasamos mejor con los vecinos”.