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Si uno fuera el muerto de la portada del periódico, a lo mejor no le gustaba tanto salir retratado

El ‘último grito’ en las redes sociales de este país ha sido la discusión sobre la portada que ayer sacó EL MUNDO con la foto de un individuo que había fallecido poco antes a causa del coronavirus

El ‘último grito’ en las redes sociales de este país ha sido la discusión sobre la portada que ayer sacó EL MUNDO con la foto de un individuo que había muerto poco antes a causa del coronavirus. Más allá del debate sobre si es simple morbo utilizado como propaganda contra el Gobierno o una hazaña periodística -con algunos un poco solemnes hablando de la libertad de expresión, a punto de mentar la Primera Enmienda de la Constitución de los EEUU, en plan reporteros del ‘Washinton Post’-, he de decir que a mí no me gustó.

Y no por censura, porque defiendo el derecho del medio a decidir hacerlo siempre que tenga la autorización de la familia, sino por una cuestión arraigadísima de ética popular: “No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti”. Si yo muriera por el coronavirus en casa, no me gustaría que mi pareja le abriera la puerta a un fotógrafo para sacarme muerto en pijama al día siguiente en la portada del periódico, aunque no se me viera la cara. Tampoco me gustaría que saliera mi ataúd en una morgue. Y no por censura, sino porque esa fría acumulación de muertos es un momento despojado de contexto, como si esos cuerpos fueran solo carne sin historias. E historias deben escribir los periodistas. No sé cuántos han muerto solos y abandonados. Pero sí sabemos que muchos lo hicieron agarrados de la mano de un sanitario en su agonía. Por eso no vale la brocha gorda, hay que hilar fino, historia por historia.

Pero estos días me inquietan más los mensajes anónimos que empiezan a recibir algunos profesionales con mayor riesgo de contagio del coronavirus, como los sanitarios -pero también cajeras de supermercado-, que son invitados, a abandonar sus vecindarios mientras dure la pandemia. También ha ocurrido en otros países.

Normalizado el eco de los aplausos de las siete de la tarde, estos señalamientos aterran un poco. Frente a la vocación de salvar que tienen médicos, enfermeros, militares, guardias civiles y un largo etcétera, aunque eso implique perder la vida, hay quien solo se preocupa de su salvación, sin agradecer nada. Y eso obvia una cosa que supieron bien quienes batallaron por la democracia en el Londres de la guerra, el París de la resistencia o el Tenerife de la dictadura franquista: que la defensa de una comunidad libre implica asumir algo de riesgo compartido, aunque en este caso sea poquito. Pero tampoco es de extrañar, con esta política rota y esa oposición del PP, impensable en el resto de Europa, compitiendo con Vox, sin asumir riesgo alguno, esperando a que el Gobierno se hunda. Veremos si apoyan la renta mínima que, si no me fallan los cálculos, probablemente implique a la larga más impuestos a las rentas más altas. Mientras, eviten el buzón por si les dejan algún mensaje anónimo invitándole a abandonar el edificio.

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