entrevista

Wolfredo Wildpret: “La ciencia le está dando una lección a la política, que ha pecado de imprevisión frente a las advertencias ”

Sabio y templado, sin miedo a opinar, el catedrático emérito de Botánica, Wolfredo Wildpret es un interlocutor perfecto para hablar sobre la crisis del coronavirus y muchas cosas más
Wolfredo Wildpret, catedrático emérito de Botánica
Wolfredo Wildpret, catedrático emérito de Botánica. Fran Pallero

Cuando el caos asoma en el horizonte, uno intenta acudir a voces sólidas y respetables cuyas experiencias ayudan a ordenar las ideas. Y una de esas ellas es Wolfredo Wildpret, catedrático emérito de Botánica en la Universidad de La Laguna y Premio Taburiente 2019, concedido por la Fundación DIARIO DE AVISOS. Nació en Santa Cruz de Tenerife en una familia con orígenes suizos en 1933, cuando Adolf Hitler ascendió al poder en Alemania en unas elecciones democráticas, y tres años antes del inicio de la Guerra Civil en España. Con la distancia, ahora sabemos que esa época turbulenta y sangrienta que culminó en la II Guerra Mundial cambió el destino de Europa. Lo que todavía desconocemos, más allá de los miles de muertos que ya ha producido, son las consecuencias políticas y sociales de la pandemia del COVID-19 que estamos sufriendo. Mientras, charlamos con un sabio.

Las élites políticas se refieren a esta pandemia como la mayor crisis que ha sufrido Europa desde la II Guerra Mundial. ¿Usted cree que esta comparación es acertada?

“Yo creo que aquellos fueron tiempos mucho más terribles. Si pensamos simplemente en los bombardeos que asolaron a Europa, en la cantidad de millones de personas que murieron, incluyendo el preludio de la II Guerra Mundial, que fue la Guerra Civil española, no ha habido catástrofe mayor. Y ahí hay que incluir las bombas de Hiroshima y Nagasaki. Recuerdo la cara de terror de mi padre cuando nos lo contó. Yo tenía 12 años y él estaba atormentado con que se tuviera que acabar la guerra con la muerte de cientos de miles de personas. El periodo de posguerra también fue muy complicado. Hubo hambre y racionamiento. Y en el caso de España, fuimos aislados por las potencias occidentales por la relación que había habido entre Franco y Hitler. Además, aquí hubo un momento brutal, que fue cuando los vencedores se vengaron de los vencidos en la posguerra. No hay comparación: yo ahora estoy aquí tranquilo, viendo la televisión con mi mujer, disfrutando del atardecer de Güímar, no me falta de nada, estamos muy bien informados, puedo hablar con mi hijo por skype…”

Entonces, usted es optimista…

“Sí, esto va a pasar. En este siglo, ya llevamos cinco o seis pandemias. Pero también tenemos que sacar conclusiones. Por ejemplo, que la ciencia le ha ganado la acción a la política. En tiempos recientes, no le hemos prestado suficiente atención a la ciencia, que ya había advertido de que cosas así podían ocurrir. Ahí ha habido un fallo garrafal. Esto nos ha cogido de imprevisto. Nos hemos dedicado a pelearnos con Quim Torra, por poner un ejemplo grotesco. Pero la vida misma, como decía Albert Camus, es un absurdo”.

¿Qué le ha sorprendido de la reacción de la gente?

“Pues mire, frente a una vida egoísta y acelerada, que es la que hemos estado practicando en el primer mundo, han surgido de repente dos comportamientos muy importantes en el ser humano: la solidaridad y la obediencia. La solidaridad es una de las grandes cosas que han ocurrido. La gente se está desviviendo, también personas que viven en circunstancias mucho peores que las mías. Y, evidentemente, también lo han hecho todos los sectores que dependen de la Administración del Estado, como el sanitario o las fuerzas armadas”.

Es curioso, pero la obediencia no es un valor que se ensalce muy a menudo.

“Eso es cierto. Pero uno de los problemas graves que tenemos en nuestra democracia es el grado de individualismo de las personas. ‘Esto es una democracia y yo hago lo que me da la gana’, dicen algunos. Oiga, no, aquí hay unas normas que hay que cumplir. Pero eso es algo que se está perdiendo, el sistema de educación más esencial, lo de ser amable, cortés y obediente. Nos hemos vuelto una sociedad bastante agresiva. Y, sin embargo, esta agresividad se ha desvanecido porque la gente ha obedecido. Y además, de una manera bastante optimista.

Bueno, aunque seguro que hay excepciones…

Sí, claro. Eso no quita para que también haya fuertes problemas de tipo social en ambientes donde hay gente confinada en casas de veinticinco o cincuenta metros cuadrados, con niños. Debe haber situaciones de convivencia verdaderamente angustiosas. Y queda también la angustia de saber qué va a pasar después de la crisis sanitaria, cómo nos vamos a recuperar. Porque nos ha tocado vivir una época absolutamente imprevisible”.

¿Y cómo ve ese futuro?

“Yo creo que estamos terminando una etapa, la era postindustrial. El futuro es la tecnología, gobernada por unos pocos. Usted y yo estamos ahora hablando y estamos geolocalizados a gracias a su móvil. El 5G implicará que exista un Gran Hermano que sepa lo que estamos haciendo, para bien y para mal. Y si la genética lo permite, quizá haya unos seres diseñados que serán trabajadores, fuertes y obedientes. Y, por encima, unos ciudadanos alfa. Un poco como en el libro de Aldous Huxley Un mundo feliz. ¿Eso funciona en el mundo? Sí, en las hormigas, obedientes y dedicadas a trabajar día y noche”.

Hace usted esa descripción y me estoy acordando de China: trabajadores obedientes dirigidos férreamente por el Partido Comunista.

“Esa es otra filosofía, con una cultura completamente distinta a la nuestra, basada básicamente en situaciones auténticamente filosóficas. Mientras que nosotros somos una especie de demócratas recientes, porque nuestro modelo empezó más o menos a finales del siglo XVIII, con sus idas y venidas, los chinos tienen una filosofía muy arraigada que es la de Confucio, de obedecer, con un concepto de la armonía muy distinto. Pero que hayan sido capaces de cerrar una ciudad de diez millones de habitantes, de crear un hospital en diez días y de haber dominado al virus es una cosa sorprendente. Y ahora nos están mandando a nosotros material sanitario, en algo que oscila entre el altruismo y el negocio. En los años 70, mis alumnos armaban follones con el Libro rojo de Mao, diciéndonos que era el futuro del planeta. Pero lo que venía no era ese comunismo a la izquierda del modelo soviético, sino un comunismo capitalista”.

¿No ha habido una mirada orientalista y un poco despreciativa hacia China durante esta crisis? En plan, eso es una cosa de los chinos, a nosotros no nos va a pasar

“Es posible. Pero no es mi caso. Ellos tienen un modelo absolutamente distinto, y han pasado de estar vestidos de uniforme a lo Mao a ser unos individuos elegantes que invierten mucho dinero en ciudades con grandes rascacielos. Eso sí, con un control férreo. Fíjese, en los grupos de estudiantes que van al extranjero -porque sigue dando prestigio entre las élites chinas mandar a sus hijos a estudiar a Occidente-, siempre hay alguien que funciona como comisario político que tiene cinco o seis delatores y que lanza una advertencia a cualquiera que se desvíe un poco de la línea. Y claro, así consiguen que funcione esa máquina de 1500 millones de ciudadanos. Uno no sabe por dónde va el futuro, si por ahí, o por esta democracia donde nosotros vivimos, que funciona bastante bien, pero donde a veces hay ciertas pulsiones anárquicas con las que nos pasamos de la raya”.

A usted, que es un naturalista, ¿qué le parecen esas imágenes de los delfines en las costas de Santa Cruz? Nos hemos retirado un poco y florece la vida.

“Esa es otra reflexión que hay que hacer. Usted y yo estamos respirando estos días un aire muchísimo más limpio que hace unos meses. Salvo lo esencial, circulan pocas cosas que tengan que funcionen con derivados del petróleo: coches, aviones, barcos. Y la industria está parada. ¿Y qué ha pasado? Pues que muchísimos seres vivos se han apoderado de la situación y nos están invadiendo por todos lados. Hay un aumento enorme de insectos voladores, de animales que van de un sitio para otro, hay una especie de libertad para una naturaleza a la que teníamos angustiada. Luego, hemos reducido las muertes por polución que, según leí hace varios meses en EL PAÍS, son más de ocho millones de personas al año. También hemos reducido las muertes por carretera. Así que esta situación tiene cosas negativas, pero también hay cosas positivas.

Qué mal convivimos con el resto de las especies, ¿no le parece?

“Hay millones de especies en la biosfera, esa delgadísima capa superficial que tiene la Tierra. Pero el planeta tiene un diámetro de 6.000 kilómetros desde el núcleo de la tierra, que es hierro y níquel fundido, hasta la biosfera. El mito de que estamos destruyendo el planeta es una barbaridad. El ser humano no es capaz de destruir el planeta, el planeta es capaz de destruir al ser humano. Lo único que se puede decir es que estamos transformando la biosfera. Lo que llamamos el antropoceno [la era geológica afectada por la actividad de la humanidad]. Pero, en términos de edad geológica, eso es el último minuto de un año. Mire, somos el único ser vivo capaz de crear objetos y cultura. Ninguno es capaz de mandar un artefacto al sol para medir la temperatura que tiene, o de mandar una nave que se mete en el universo para darnos información dentro de cien años. Tampoco de crear la cantidad de objetos inútiles que tenemos y que llenan muchas veces nuestro entorno. Eso lo puede hacer el ‘homo sapiens’. Y sin embargo, un virus nos puede matar”.

Usted contempla todo esto con capacidad de asombro, sin miedo a experimentar…

“Efectivamente, es parte de mi experiencia. A mi edad, es una suerte no estar ni quemado ni tener un alzhéimer. He sido el único longevo de los varones de mi familia. Y yo he llegado hasta aquí con el deseo y la curiosidad de seguir estudiando. Todos los días dedico dos horas a leer la prensa, el DIARIO DE AVISOS el primero. Pero también EL MUNDO, ABC y El PAÍS. Y de la prensa internacional, me gusta especialmente el ‘Frankfurter Allgemeine Zeitung’.

Wolfredo Wildpret, catedrático emérito de Botánica
Wolfredo Wildpret, catedrático emérito de Botánica. Fran Pallero

Ya que cita a un periódico alemán, ¿qué le parece la postura alemana y holandesa, hasta ahora reticente a ayudar con contundencia al sur de Europa?

Yo creo que eso se ha exagerado un poco. Hasta cierto punto, tienen razón, porque lo que nos ha pasado ha sido fruto de una imprevisión total, como le decía antes. No le destinamos a la medicina, a la sanidad y a la ciencia el dinero que debíamos darle. Ni mucho menos a la cultura y a la educación”.

Bueno, en parte debido a los recortes brutales a los que nos obligó la política de austeridad impulsada precisamente por Alemania y Holanda, ¿no?

“Es una austeridad relativa. Porque yo, que me gozo las procesiones de Semana Santa en Málaga, le digo que eso, de austeridad, no tiene nada. Hay una serie de gastos inútiles en eventos de todo tipo -por no hablar de los pagos al mundo del fútbol. Cuando yo fui en los años cincuenta, con una beca del Gobierno germano, todas las semanas, los alemanes daban un día de su salario para la recuperación del país. Y tras la unificación, hasta hace poco, pagaban un impuesto para mejorar la situación de la otra parte del país. Ellos no entienden el despilfarro. Pero le digo una cosa: yo no tengo ninguna duda de que van a ayudar. Ya han hecho un avance de esa solidaridad recibiendo enfermos italianos, porque en Italia ya no pueden más. Por eso creo que ha sido una exageración”.

Bueno, el ministro de Finanzas holandés acusó a España e Italia de haber malgastado estos años a pesar de que estamos en plena emergencia sanitaria…

“Y se disculpó. Si juzgaramos con esa severidad a Pedro Sánchez, que mira que ha mentido… Y eso que en su Gobierno hay gente muy buena. Ya podría ser Pedro Sánchez como el presidente de aquí”.

¿Quién? ¿Ángel Víctor Torres?

Sí, es una persona que te da confianza, que entiende lo que está diciendo. Ya podría aprender Sánchez.

¿Cree que habrá que aprobar una renta básica?

“Es probable que tenga que ser así. Cuando EE.UU se dio cuenta de que había que ayudar a Alemania, con el Plan Marshall, que empezó en 1948, le entregó a todos los alemanes 100 dólares. Y, en ese momento en que todo el mundo tuvo 100 dólares, empezó a funcionar la economía. Yo no soy economista, pero esa es mi experiencia. Que se hará algo para que el país salga adelante, está claro, si no será un caos terrible, no lo quiero ni pensar. Ya le digo, soy más bien optimista. Pero me duele que, en la política, se haya desvanecido el espíritu de los años 80. Y no me refiero a Canarias, que creo que la cosa no está mal.

Usted tiene 86 años. Cuando ve a la cantidad de gente mayor que está muriendo en las residencias, ¿qué piensa?

“86 años y medio. Pienso que me puede tocar en cualquier momento. Pero será difícil, porque yo pienso luchar. Creo que tengo una gran fuerza. Pero sí le decía a mi mujer el otro día que si alguna de las personas que nos están ayudando, gente joven de la familia, desapareciera, yo lo sustituiría, daría un paso al frente. Porque yo ya he cumplido en la vida. Yo sé que lo que tengo es una inmensa suerte. Y ningún joven tendría que morir”.

Un humanista preocupado por conservar la naturaleza

Su bisabuelo, el suizo Hermann Wildpret, fue el auténtico impulsor del Jardín Botánico del Puerto de La Cruz, entonces conocido como Jardín de Aclimatación de La Orotava, donde trabajaba como jardinero mayor. Y él comenzó a desarrollar su pasión por la botánica allí, junto al profesor sueco Eric Ragnor Sventenius, su gran maestro, cuando era un adolescente. Luego estudió Farmacia en los cincuenta en la Universidad Complutense de Madrid. Volvió a principios de los sesenta a Tenerife y ayudó a fundar la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad de La Laguna, donde se jubiló como catedrático de Botánica en 2003 y se convirtió en profesor emérito. Consejero del Cabildo de Tenerife en los años setenta, Wildpret también ha sido un impulsor del movimiento ecologista en la isla. Participó en la fundación de la Asociación Tinerfeña de Amigos de la Naturaleza (ATAN) y se opuso firmemente a la construcción del Puerto de Granadilla. Un humanista curioso con el que disfrutar charlando.

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